Se nos va el año de la Pandemia ¡Feliz año nuevo de la esperanza!

Llega el año de la sinodalidad

Terminamos el año de la Pandemia, el año del volcán de Cumbre Vieja en La Palma, el año del comienzo de la sinodalidad, el año de muchas convulsiones sociales y políticas, el año de las subvenciones de Europa, el año de la concienciación ecológica…el año 2021  y comenzamos el año 2022, ojalá sea el año de la esperanza.

El tiempo es el mismo ayer, hoy y mañana. Para Dios, mil años son como un día y un día como mil años.

Para nosotros, no. El tiempo pasa sin que podamos detenerlo ni un solo instante y con él también nosotros vamos pasando y consumiéndonos. Es el misterio de la caducidad que nos desconcierta y no entendemos demasiado.

Estamos de paso, somos peregrinos, somos huéspedes de cuanto nos rodea. ¿Qué nos aguarda más allá del horizonte, en el recodo del camino? ¿Qué nos traerá el nuevo año 2022?

Hoy quiero alejarme de lo trágico, de la nostalgia, para acercarme al realismo de lo que somos  y hacemos.

Nos hace falta un chequeo que controle el colesterol que llevamos en la fe y en la ilusión. No sea que suframos un infarto de desesperanza y acabemos acomodándonos en la casa de este mundo en que vivimos, olvidándonos de que no es nuestra.

Al finalizar un año parece obligado volver la vista atrás antes de atravesar definitivamente la puerta del año 2022.

 El espejo, como la prueba del algodón,  no engaña: el año 21 ha dejado en nosotros, sin duda, cicatrices de gozo y de amargura.

Sentimos un poco más el peso de los años, de la responsabilidad, del cansancio acumulado, del estrés de cuanto hacemos.

Tal vez, incluso, nos han llegado avisos cercanos de muerte de seres queridos, con la Pandemia, de injusticias sangrantes, de catástrofes de la naturaleza, de guerras –todavía, después de 2021 años seguimos empeñados en solucionar los problemas con las guerras.

Sin duda, hemos estado cerca de la cruz saboreando el condimento amargo de la vida. Un virus extraño nos ha dado el jaque y estamos luchando para que no sea el jaque mate.

Pero también, si somos objetivos en nuestro análisis, nos vendrán a la memoria innumerables acontecimientos de gozo y de esperanza.

Seguimos aquí, viviendo, soñando, latiendo al ritmo del corazón.

Cada día se nos regala una oportunidad nueva y nos rodea más amor del que podemos dar.

Amanece, sale el sol sin haberlo pretendido y tenemos en la mesa un plato caliente, y cada noche unas sábanas limpias, que no todos pueden disfrutar.

Respiramos cada día y, por ahora, nadie nos raciona el aire.

Y la naturaleza que nos rodea nos llena los ojos de belleza y no hace estremecernos de emoción sin que tengamos que pagar entrada.

La vida es un don maravilloso, que no acabamos de valorar en su justa medida.

Por eso el sentimiento primero que brota del corazón sin permiso, al final de este año 2021, es ¡GRACIAS!

Gracias por este amor sin límite que has puesto en nosotros, aunque muchos aún no se han dado cuenta.

Gracias por la nueva estrella que culmina la torre de la virgen María en la Sagrada Familia de Barcelona, signo de una nueva luz que desea iluminarnos a todos, a todos.

Para pasar al año nuevo no hemos de olvidar repasar las manchas de tinta que hemos dejado en las páginas de año que pasa.

 Tal vez no hayamos matado, ni robado, ni hayamos causado daño a otros. Está bien, pero no es suficiente.

Un árbol que no da fruto, aunque no sea dañino, sirve para muy poco.

Hemos tenido en nuestras manos la posibilidad inmensa de hacer el bien y tal vez la hayamos enterrado en la tierra como aquel del evangelio. 

Desde muchas instancias y gritos se nos ha invitado a la solidaridad: La Palma, Cáritas, Cruz Roja y tantas ONGS serias y comprometidas. ¿Hemos respondido a esta llamada? ¿O hemos dado algunas migajas para tranquilizar nuestra conciencia?

Por eso, al final de este año, brota también, como un suspiro de pesar, la palabra PERDÓN. Perdón, Dios y padre bueno por haber recibido tanto y haber dado tan poco.

Pero no sería suficientemente cristiano darnos golpes de pecho, mirando al pasado y olvidarnos de que el niño nacido nos invita a hacer posible una vida nueva y a cambiar nuestra mentalidad envejecida para abrirnos a la novedad del Espíritu divino. Es el Evangelio, hecho Navidad, que nos empuja y nos convoca a a sinodalidad de un tiempo nuevo, donde todos tengamos un sitio en la mesa y se aleje de nosotros la intolerancia, el clericalismo y el perfeccionismo que nos condena a la pureza de los insoportables. (Este año he querido publicar sobre estos temas mi libro “Los sanos no necesitan médico”. Paulinas 2021)

Ahí tenemos para ello un nuevo año a punto de regalársenos.

Podemos disfrazarlo de fiestas, placeres y cuentos o llenarlo de vida, de fe y de esperanza.

El niño Dios, nacido entre nosotros, quiere ser camino de crecimiento personal, eclesial y social. “Crecía en edad, en gracia y en sabiduría....”

Frente a los catastrofistas que miran a la iglesia con desconfianza, emparejándola una y otra vez con la inquisición en la actualidad y cuestionan los valores del evangelio...Hacen falta cristianos recios, orgullosos de serlo, que no agachen la cabeza ante las embestidas, dispuestos a dar razón de su fe donde se la pidan, y abiertos a la vida y a la lucha pacífica.

Frente a los pseudoprogresistas que confunden la libertad con el instinto, que hablan constantemente de derechos, pero nunca de deberes, y promueven una  cultura individualista y hedonista, hacen falta cristianos de talla, agarrados a las raíces del Evangelio, convencidos de que es la entrega y no el disfrute, lo que traerá la felicidad a nuestro mundo.

Frente a los autosuficientes que no confían en Dios, sino en sí mismos, en sus estructuras de poder y en su capacidad de influencia social...hacen falta cristianos de vanguardia, convencidos de que el cambio de verdad que necesita nuestro mundo pasa por el cambio de la mente y del corazón de cada uno de nosotros. No cambiará el mundo si no cambiamos las actitudes del corazón. El mundo cambiará más desde la humildad de todos que desde el poder de unos pocos.

¡Feliz año nuevo, a todos, ojalá sea de verdad nuevo!

El tiempo no es una desgracia que tenemos que asumir sin remedio.

El tiempo es la posibilidad para el amor y la felicidad; por eso Dios se ha encarnado en nuestro tiempo.

No servirá de nada un año nuevo si vamos a perpetuar nuestras actitudes intolerantes y caducas.

El vino nuevo, en odres nuevos; vidas nuevas para un año nuevo.

No dejemos que nos roben y nos disfracen las cosas hermosas de Dios con fuegos artificiales, luces de colores, publicidad y cenas copiosas.

Dios ha nacido, vive entre nosotros, quiere ser acogido y  nos regala para ello un año nuevo. Sería una pena que no viéramos esto porque estamos mirando al langostino. Que la resaca de la fiesta no nos impida ver claro el horizonte luminoso que se nos regala.

Los cristianos hemos de estar en guardia para que nadie nos robe la Navidad. No puede nacer en vano el Dios que tanto nos ama.

¡Feliz noche vieja y año nuevo! ¡Feliz vida nueva que Dios nos regala! Es un año para avanzar en sinodalidad en nuestra iglesia de la mano del papa Francisco, el renovador, a quien Dios guarde.

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