Ante la incultura religiosa que nos rodea ¿Formación religiosa?  Sí, gracias.

Videojuegos, sí, cultura religiosa, no. (?)

 Que la piedra angular en la que se asienta la responsabilidad de una sociedad en el presente y, sobre todo, para el futuro, es la educación de los jóvenes, lo saben hasta los políticos. Educar a los jóvenes es invertir en un futuro cierto y despejado. Las divergencias se plantean más bien en torno a cómo ha de ser dicha educación. La educación si algo no ha de ser es neutral. No existe la educación neutral. Toda educación, para serlo, tiene que optar por unos ideales determinados y por unos valores específicos. Durante algún tiempo el debate entre enseñanza privada y enseñanza pública no se ha centrado en la calidad de la educación sino más bien en torno a una pretendida neutralidad. La enseñanza pública pretendía ofrecer una educación más neutral, -¡horror!- frente a la confesionalidad de la mayoría de la enseñanza privada. Nadie es neutral frente a la vida y sus retos; y, si alguien lo es o pretende serlo, se ha convertido en un robot, insensible por tanto al latir de su pueblo. La escuela no puede ser un cauce de transmisión de conocimientos solamente, ha de ser garante del desarrollo integral de toda la persona. Ha de educar para ser y no sólo para saber. Ha de proporcionar valores.

   En este propósito de educar para ser, yo me atrevo a proponer que la formación religiosa sea obligatoria para todos, al mismo nivel que la Lengua Española o la Historia. No se trata de imponer nada a nadie sino de ofrecer a todos la posibilidad de encontrar un marco de sentido para su propia incardinación cultural. La deficiente formación religiosa de los jóvenes nos está trayendo agrazones culturales vergonzosos. Nuestros jóvenes no saben situarse culturalmente en su propia sociedad, se encuentran desorientados en su propio ambiente; apenas saben interpretar su propia cultura. Y esto no es una cuestión baladí. La vasta aportación cultural de la fe, presente ya en las raíces más longevas de la vieja Europa, se nos hace cada día más extraña. Visitar una catedral, un museo, encontrarse con un poema místico, está a punto de convertirse en un excesivo esfuerzo de interpretación para las jóvenes generaciones. Recuerdo que en cierta ocasión, valga el  ejemplo, La Vanguardia de Barcelona publicaba las respuestas de los jóvenes preuniversitarios a la pregunta sobre lo que es un misal en la vieja prueba de Selectividad. Un misal –decían- es una cajita de hilos, un sujetador, un delantal para que no se ensucien las mujeres... ¡Insólito!  ¿Podemos imaginarnos a alguien, dispuesto a vivir en un país de tradición islámica, sin conocer el Islam? Se convertiría en un eterno forastero dentro de su propio ambiente.

   La formación religiosa, que no es catequesis, es tan importante para situarse en nuestro entorno cultural –inculturación se llama ahora- como la historia, la Lengua o la Filosofía; para creyentes y para no creyentes. Porque no se trata de imponer una determinada forma de pensar –cada uno es libre, afortunadamente- para elegir su propio destino- sino de ofrecer recursos suficientes para que un joven pueda situarse en su propia cultura sin déficits rechinantes y pueda elegir con libertad. ¿Sería una conquista de la libertad que los jóvenes pudieran escoger o no la posibilidad de conocer la Historia?

  En la sociedad actual hay una tendencia creciente a convertir todo lo religioso en parcela privada y exclusiva de los creyentes, que hay que desterrar del ámbito social. Esto es lo mismo que pretender privatizar la contemplación de una catedral o meter el Quijote en el índice de los libros prohibidos. Hay una riqueza cultural que brota de lo religioso que nos pertenece a todos y todos debemos disfrutar. Sólo puede disfrutarse aquello que se conoce.

   La formación religiosa en España, hoy, es una asignatura pendiente que hay que recuperar cuanto antes. Las familias han renunciado a ser escuela de formación religiosa en aras de un creciente pragmatismo al calor de lo material; la escuela ha renunciado a la formación religiosa sacudiendo su responsabilidad en las instituciones eclesiales. La sociedad no demanda esta formación humanística ensimismada por los índices de la bolsa y el nuevo maná del Euro que viene, cual mesías esperado. Mientras tanto,  nuestros jóvenes, expertos en informática, políglotas ellos, coleccionistas de masters, se están convirtiendo en perfectos ignorantes  de la cultura religiosa; esa misma cultura que provoca la admiración unánime del mundo entero cuando lee nuestros clásicos, contempla nuestras catedrales o se pasea por el museo del Prado. El gobierno les da 400 euros a los que ya pueden votar este año porque han cumplido los 18 años y pone todos los impedimentos posibles para que la cultura religiosa sea promocionada entre ellos. Videos juegos, sí,  formación religiosa, no. Así nos va. Las bandas juveniles violentas van creciendo por falta de valores y nadie se pregunta las razones que hay detrás.

   Estamos a tiempo de atajar este despropósito. No dejemos que la formación se convierta en un arma política arrojadiza. La responsabilidad de los padres cristianos, y de aquellos que no lo son, no puede permanecer indiferente ante este atropello cultural que pretende arrebatar a los jóvenes la posibilidad de interpretar su propio destino. Yo sé que enseguida, los de siempre, saldrán diciendo que esto es imposición religiosa que atenta contra la libertad de los ciudadanos y la laicidad del estado, pero yo creo que la auténtica imposición es la de aquellos que niegan la posibilidad de conocer más para poder elegir mejor.

Cuanto más completa sea la formación de nuestros jóvenes más cauces de libertad estamos abriendo para ellos. ¿O  no?

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