La precariedad de la vida consagrada Gente muy singular

Lo han dado todo siempre por la iglesia.

  Son un colectivo muy especial. No son mejores ni peores que otros pero alimentan una espiritualidad y una generosidad muy notables. Unas veces son amados y defendidos y otras, descalificados e injuriados. Siempre bandera discutida. Pero tienen convicciones muy firmes y cultivan un altruismo desmedido que, en muchas ocasiones, los ha conducido hasta el martirio. Son amantes del arte, de la música, de la literatura, de la liturgia y de la oración. Se enfurecen con la injusticia y siempre se los encuentra entre los pobres. Sostienen en este momento gran parte de la obra misionera de la Iglesia. A veces escalan rocas escarpadas en su deseo de ser vanguardia de la Iglesia y llegan a pisar las fronteras establecidas pero siempre empujados por esa pasión de fidelidad que les hace sentirse proféticos. Hubo tiempos en que la Iglesia los ha buscado con intensidad, ahora los busca menos, pero siempre los encuentra porque han hecho de su vida una entrega sin condiciones a la causa del Reino. Hoy los acompaña una cierta precariedad porque no tienen suficiente relevo y peinan canas. La Iglesia debería ser muy sensible y cercana con ellos ahora que atraviesan descampados y atardeceres. Sin penas ni compasiones; con la nobleza de quien sabe valorar sus muchos servicios prestados y sus heridas. Siempre fieles a pesar del barro del camino. Son ellos, los consagrados, la vida consagrada.  Lo han dado siempre todo por la Iglesia, no parece mucho que la Iglesia ahora les devuelva algo. No piden nada y siguen dispuestos a darlo todo. A algunos les molesta su precariedad actual como si la precariedad no formara parte de cualquier proyecto humano que se precie. ¡Tenía que decirlo!

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