Necesitamos un atentado brutal de bondad Hace falta creer en el hombre

¡ Ay, que no es fácil ser hombre!

   Es difícil permanecer indiferente. Es imposible. El misterio que rodea la realidad de ser hombre resulta sobrecogedor. En medio de esta nebulosa contaminada, que es la vida, apenas podemos percibir con nitidez hacia dónde se dirige el camino.   Pero lo cierto es que estamos aquí, que esto se mueve, que un impulso vital nos empuja a  abrazar la vida apurando hasta la última gota de ilusión. Vamos llenando las horas de consuelos provisionales que nos hacen más llevadero el camino, pero más pronto que tarde aparecen, como lobos, las preguntas llenas de insolencia y de agresividad para despertarnos del letargo ocasional y decirnos que no podemos acostumbrarnos a los cuentos como si todo siempre acabara bien. ¡Basta de cuentos!

   La Guerra de Ucrania es un hito histórico que va a extender sus ramas mucho más lejos de lo que quisiéramos. Hemos percibido el zarpazo del mal en su pureza más concentrada. También aquí se esconde el hombre que somos todos y cada uno de nosotros. Llevamos colgadas de la piel posibilidades insospechadas. Éste es nuestro aroma y nuestro hedor, y no hay desodorante capaz de ocultar la sinrazón y el fanatismo que brota de vez en cuando al calor de nuestras propias decisiones.

   En los últimos días me he detenido a contemplar y a meditar este acontecimiento sin par que está tiñendo de sangre el siglo XXI. Estoy sobrecogido. Cuesta entender que el hombre sea capaz de esto. Pero lo es, y sería irresponsable mirar hacia otro lado para ocultar lo evidente.

   Hoy, para colmo, está nublado y estas pinceladas grises se empeñan en ocultar los brillos y tonos naturales que posee la realidad. Está nublado el mundo, y ríos de pesimismo se abalanzan monte abajo queriendo regar de desesperanza las tierras donde el hombre vive y sueña. La crisis, la subida del IPC que está dejando al descampado a muchas familias, la falta de confianza en la política y en los políticos, el desprestigio creciente de la iglesia… ¿Señor, a dónde iremos?

   El ser humano, ante acontecimientos así, no se cree merecedor de la confianza en sí mismo, como un niño que se avergüenza, incapaz de levantar los ojos.

   Cada día, al mirarnos al espejo del realismo, nos descubrimos un poco más talibanes y ponemos cara de circunstancias para todo el día. Son muchos golpes en el mismo sitio, guerras, totalitarismos disfrazados, bombas, terrorismo, para poder disimular con maquillaje racional los moratones que llevamos en la mejilla del alma. ¡Ay! Que no es fácil ser hombre; no, Señor!

   Nos está haciendo falta un atentado brutal de bondad. Necesitamos “kamikaces” del amor dispuestos a dar la vida para abrir las puertas de emergencia de este mundo acorralado por sus propias amenazas.

   Es verdad que el hombre ha sido capaz de destruir ciudades tan hermosas como Mariúpol y Kiev , pero también es verdad que antes fue capaz de construirlas.

   ¿No habrá alguien que nos amenace con una descarga de esperanza y nos haga una transfusión de ideales ahora que el pulso de la calle apenas se percibe?

    Yo creo en el hombre. En ese hombre que se estremece en las entrañas y siente escalofríos en la piel cuando le llega una caricia perdida; en la mujer madre que contempla a su hijo pequeño y sus ojos se inundan de gozo y de agradecimiento; en el joven solidario que sueña un mañana compartido y no sabe conjugar el presente del verbo tener. A pesar de todo, yo creo en el hombre. En ese hombre paradójico, ángel y talibán, fanático y tierno, terrorista y misionero. Este hombre que somos tú y yo.

    Estamos aquí y esto se mueve. El mañana está al caer. Habrá de nuevo vida rebosante en Kiev y aviones fletados de vida surcando el cielo de nuestras posibilidades.

    No somos huérfanos. No estamos solos. El Espíritu de Dios sopla cada mañana y arrastra el polvo y el gas de los edificios destruidos en Ucrania, y su lluvia apaga las ascuas de nuestra mediocridad y hace germinar nuestros sueños. Eso es Pascua. Paso de Dios por nuestra historia.

    Me asusta el hombre solo, acorralado, cercado por el fanatismo de sí mismo, huérfano de amor e indiferente ante Dios. Un hombre amordazado a las leyes y excluyente. Me preocupa el hombre encerrado en la torre de su orgullo amenazado por los talibanes del materialismo y sin alas para volar hacia la transcendencia. Un hombre enjaulado es un despojo. Un hombre acorralado deja de serlo. Un hombre amenazado busca las sombras para ocultarse. Un hombre intolerante es una verja en el campo.

     El siglo XXI ha de serlo de la tolerancia, de la libertad, de las puertas abiertas, de los papeles para todos...

     Sobre los páramos extensos de la vida se levantan los rascacielos del hombre. Ha llegado el momento de cuidarlos para que ningún talibán del sinsentido pueda reducirlos a cenizas.

    Es imprescindible, hoy más que nunca, creer en el hombre.

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