Jesús despojado, como nosotros hoy por el Coronavirus.

- Despojados al comenzar la Semana Santa-

"Los soldados... cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo, por eso se dijeron  ”No la rompamos sino echémosla a suerte a ver a quien le toca”. Para que se cumpliera la Escritura: Se han repartido mis vestidos. Han echado a suerte mi túnica. Esto es lo que hicieron los soldados” (Jn 19, 23)

1) Jesús despojado de su divinidad.

  El cántico de la carta a los Filipenses quiere proponer a los cristianos la actitud humilde de Jesús, como ejemplo de su conducta de vida desde la fe. La composición literaria divide el texto en dos partes:

1) En la primera, destaca la humillación de Aquel que es igual a Dios; Se ha despojado de Quien era para hacerse como nosotros, en todo, menos en el pecado. Es un despojo brutal, impresionante, que sólo puede hacerse desde un amor desmedido e ilimitado. Es una locura divina.

2) En la segunda se celebra su exaltación como Señor de la creación y de la historia. Su despojo no ha sido inútil sino que ha sido la razón para que el Padre le haya coronado como rey y Señor de la historia, de la creación y de la vida de los hombres.

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios:

Cristo es Dios y, siendo Dios, ha querido entrar en comunicación con el hombre, en comunión íntima, hasta el punto de hacerse como él. No viene para hablar desde arriba, desde el palco del poder y la grandeza, sino para hablarnos con su vida, con su ser, con sus obras por eso la carta a  los Filipenses dice: "Al contrario, se despojó de su rango".

Ya entramos a ver cómo la sagrada Escritura, en la carta a Los Efesios, nos habla de despojo. Un despojo que es inaudito, incapaz de que el hombre pueda entenderlo; es un despojo mistérico. Despojarse de su rango es como abandonar su cielo, su condición inmortal de Dios, para acercarse hasta la caducidad y pequeñez del hombre que habita sumido en la ciénaga del pecado. Es un despojo extraordinario. Lleno de misterio porque, a pesar de este inmenso despojo, no pierde su condición de Dios. Dios rebajado a lo humano sin dejar su condición divina. ¿Quién puede entenderlo? Necedad para los griegos y escándalo para los judíos.

“Y tomó la condición de esclavo”: Lo más increíble y grande se acerca hasta nosotros. El Señor de la vida, de la historia, del universo se hace esclavo ¿Qué habrá en el mundo tan importante que conduzca a Dios a despojarse de tal manera? Sólo se hacen esclavos libremente los que apuestan por el amor. Ésta ha sido la causa de su mayor despojo: El amor a los hombres, hijos del Padre. Como un joven se hace esclavo de su novia por amor y es capaz de entregar la vida por ella. Así Dios, que ama sin medida a las criaturas, sus hijos, permite que su Hijo sea sometido al yugo de la esclavitud humana. Y por esto, porque se hace esclavo, pasa por uno de tantos. ¿Cómo es posible que el Dios, creador del universo y de los hombres, pase por el jardín humano como uno de tantos? "Pasando por uno de tantos" (Flp.)

Pero el culmen del texto de la carta a los Filipenses llega cuando especifica cómo se hace uno de tantos: “Actuando como un hombre cualquiera y sometiéndose a la muerte ¡una una muerte de cruz"

De nuevo estamos girando en torno a la paradoja que es la vida humana y el misterio de Dios. El que es origen y fuente de la Vida, Creador y Señor de cuanto existe, se somete a la muerte, y no a una muerte cualquiera, como tantas hay cada día en el mundo; unas, por la vejez, otras, por enfermedades como en estos días por el "coronavirus!, otras, por suicidios, otras, por atentados terroristas...¡No! ¡Es una muerte aceptada y una muerte de cruz! Es decir, la muerte que se impone a los miserables y ladrones, a la gente despreciable y asesina, a los malhechores del mundo, ya sea en una silla eléctrica, en un garrote vil, ya sea por el hambre o la persecución, ya sea por el terrorismo fanático...Dios escoge para su hijo ¡Una muerte de cruz", entre dos malhechores por si había alguna duda.

“Y así, actuando como un hombre cualquiera,

se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,

y una muerte de cruz”

Parece como si todo transcurriera en una acción creciente, llena de misterio, que culmina, con una música fuerte y sorprendente, en la muerte del Hijo amado.

Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;

Da la impresión de que para esto no merecía la pena recorrer el camino. Todo es una decepción, un engaño manifiesto de Dios a la humanidad: Nos Envía a su Hijo y permite su muerte. ¿Qué Dios es éste? ¿Dios nos está tomando en serio o juega con nuestra vulnerabilidad? Diría el pueblo sencillo en su sabiduría de siglos: “Para este viaje no hacían falta alforjas

 Realmente es extraño este Dios nuestro que nos sorprende, una y otra vez,  desde la paradoja; ¡siempre la paradoja! El que quiera ser primero que sea el último, “El que quiera salvar su vidaque la pierda” El que quiera ser primero que sea el servidor de todos

Parece que la propuesta que Dios nos ofrece en su Hijo es el despojo continuo. Y contemplando a Jesús despojado nos invita la escritura a doblar la rodilla ante el nombre de Jesús, porque ahora, así, despojado, herido y crucificado, lo reconocemos como el enviado, el siervo de Yavé, el esperado de las naciones, el que había de venir a salvar a su pueblo…

“De modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo…”

 Y éste, despojado de toda condición poderosa y majestuosa, es el que merece nuestro cántico y alabanza:

y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

 2) Jesús,  despojado de su credibilidad: ¿No es éste el hijo del carpintero?

   Cuesta creerlo, pero mucho más les costó a sus paisanos, que lo habían visto correr por las calle de Nazaret, jugar con otros niños de su edad, mancharse con el lodo, jugar tirado por el suelo, con la ropa sucia y lleno de mocos… ¡Era solamente el hijo de un pobre carpintero que trabajaba la piedra y hacía trabajos de encargo; ahora una silla, mañana una pared; un carpintero, entonces, no era un profesional de la madera sino un obrero de todo lo que hiciera falta y la gente le encomendara a cambio de un pequeño sueldo para vivir” Y su madre era María, la joven esposa de José, que él había rescatado de la lapidación porque la había aceptado como esposa cuando apareció embarazada y aún soltera. Todo el mundo lo sabía.

 Pues sí, el Hijo de Dios vivo pasó por esta situación de “hombre en todo menos en el pecado” Pero a sus paisanos, como era normal, les costaba entender aquello. A ti y a mí también nos hubiera costado entender eso, y aún nos cuesta. ¿De qué nos extrañarnos de la gente de Nazaret?

3) Jesús despojado de su humanidad:

 Pero aún no se ha despojado suficientemente el hijo de Dios para nosotros. Asumió su humanidad de tal manera que lloró. Disfrutó con sus amigos, se consoló en Betania cuando estaba agobiado de tanta gente que lo buscaba. Necesitó de sus amigos para no desfallecer en su misión salvadora. Se Apoyó en ellos, porque cuando la tensión y la soledad aprietan sólo los amigos pueden traernos un poco de serenidad y consuelo.  Confió en ellos a corazón abierto, necesitó de su afecto humano y les encomendó lo mejor de sí  mismo. ¿Me amas Pedro? Tú eres Pedro. Apacienta a mis ovejas. Y, en medio de este mar de confusión e incomprensión, se despoja incluso del cariño y la compañía de sus propios amigos, la única esperanza que le quedaba, hasta llorar sangre de tanta angustia.

Y la respuesta a este amor desmedido es la de Pedro –prototipo de nosotros- despojando a Jesús de su amistad: "No conozco a ese hombre" (Mt. 26, 69)

Está demostrado de manera científica, que cuando una persona vive una situación de extrema angustia, sus poros pueden llegar a supurar sangre. ¿No habéis podido velar conmigo ni siquiera una hora? El despojo de Jesús llega a extremos hirientes e inhumanos.

Pero aún no se ha despojado bastante. Se despoja de su libertad y es detenido y llevado a la cárcel. En mi último viaje a Tierra Santa pude visitar el lugar donde estuvo encerrado Jesús en aquellas horas de confusión y juego político entre Herodes y Pilatos. El lugar es angustioso. Una cueva de piedra que sólo tiene un pequeño respiradero por arriba. Un lugar claustrofóbico de piedra que genera angustia y falta de aire. Allí estuvo nuestro Salvador, despojado de todo, de libertad, de amigos, de humanidad, de aire para respirar… Imagino a Jesús, mi bien, metido en aquel lugar sin apenas aire para respirar, sin luz, sin nadie cerca…y siento vergüenza de ser hombre. No es posible que la humanidad pueda ser tan ingrata, tan inhumana, tan insensible a la vida que pasa. Ayer y hoy. En los profetas, en los presos y en los refugiados que en la actualidad atraviesan las fronteras huyendo del hambre y de la guerra, bajo la lluvia con sus niños pequeños en las espaldas…ante el silencio vergonzoso de todos.

 Jesús cumple a la perfección lo que se había profetizado del Mesías que iba a liberar al pueblo escogido: Es un siervo doliente, dispuesto como un cordero llevado al matadero que enmudecía y no abría la boca. El cordero que ya Abrahán había sacrificado en lugar de su hijo Isaac en el monte Monte Moria, el cordero que había sacrificado el pueblo de Israel ante de atravesar el desierto en busca de la tierra prometida, el cordero de los quemados en las hogueras de la Inquisición en nombre de Dios, el cordero de los miles y miles de prisioneros que fueron quemados y asfixiados en los campos de concentración del nacionalsocialismo, el cordero de todos los asesinados por el vil terrorismo y el fanatismo de los enfermos mentales que anteponen sus ideas a los seres humanos, tantos corderos inmolados y llevados al matadero en las hogueras de la historia. Cristo sigue siendo, ayer y hoy, despojado y llevado al matadero como un cordero inocente que no abre la boca.

4) Jesús despojado de su dignidad:

   Nadie ha pasado por la historia revestido de tanta dignidad como el hijo del Padre amado, ni reyes, ni emperadores, ni príncipes, ni guerreros, ni sabios. Y nadie ha sido tampoco despojado de su dignidad con tanta infamia como Jesucristo, el Hijo de Dios.

  Hasta el diablo, ángel caído e indigno de contemplar la belleza y dignidad del Hijo, pretende arrebatársela a fuerza de mentiras y trampas: "Si eres hijo de Dios, baja de ahí y los ángeles te sostendrán"

  Y los hombres, como el diablo, también se empeñan en despojar de su dignidad al Hijo amado: ”Y le escupían, y le daban bofetadas” y hasta los malhechores, que han perdido su dignidad por sus opciones equivocadas se atreven a rebajar la dignidad de Dios “Si eres hijo de Dios, sálvate a ti mismo y sálvanos también a nosotros

 5) Jesús despojado de sí mismo

“Nadie me quita la vida, yo la entrego libremente” Despojarse de su mismidad es como entregarse de manera total y absoluta al servicio de un ideal o de una persona. La madre está siempre dispuesta a esta entrega por sus hijos porque los siente parte de sí misma, brotados de sus entrañas, carne de su carne. Hay también otras personas, entusiasmadas y entregadas a un ideal en el que han puesto la vida que estarían dispuestas a esta entrega total de la vida para dar vida; no a una entrega inútil, ni mucho menos a la entrega de la vida para segar vidas, como los fanáticos inmolados con bombas adosadas a su cuerpo para causar el mayor mal posible. Estos son enfermos mentales, que no saben que lo son, sin ideales nobles, sin amor a la vida, sin solidaridad humana alguna, sin deseos de entregar la vida para conseguir algo mejor. Hay otros, sin embargo, antítesis de estos fanáticos que dan la vida para generar más vida, que la entregan sin buscarlo sino sólo cuando las circunstancias les exigen ser coherentes y demostrar su fidelidad a un ideal noble. Llegando aquí recuerdo a la hermana Presentación, religiosa de san José de Gerona, que perdió sus dos pies en une explosión de una bomba mientras ella curaba y servía a los enfermos de la Guerra, en el Congo. Perdió sus pies pero no su espíritu misionero aún ahora. En esta situación estarían los mártires, que entregan su vida no para dañar la vida sino para que un ideal noble como el Evangelio, dador de vida, pueda llegar a otros en forma de testimonio y radicalidad, en fidelidad y amor a su ideal. Es un despojo admirable y ejemplar; por eso la iglesia los propone como modelos de fe cristiana para todo el pueblo de Dios. Es un despojo generador de vida nueva “Sangre de mártires, semilla de cristianos”, decía san Ireneo.

6) Jesús despojado de sus vestiduras.

 El relato del momento en el que Jesús es despojado de sus vestiduras supone un momento muy sugerente para el hombre cristiano que quiere imitar a Jesús en fidelidad. Conlleva un gran sentido simbólico y espiritual. También san Francisco de Asís, ante la negativa de su padre de dejarle abrazar el nuevo estilo de vida pobre y humilde y echándole en cara que lo que llevaba puesto se lo había dado él, quiso expresar su entrega total a Jesucristo desnudándose ante sus padres y devolviéndole sus ropas para expresar que ya nada tenía que entregarles a ellos sino que todo era por completo de Cristo por quien había sido creado, miembro de una nueva familia de los que ”escuchan la palabra de Dios y la cumplen” Lo que es de mi padre -mis ropas- para mi padre, lo que es de de Dios, que soy yo mismo, para Dios. Si Jesucristo dio mi vida por mí, yo deseo dar mi vida por Él.

 Resulta conmovedor que la túnica que los soldados quieren echar a suerte para repartírsela, en vez de romperla, ha sido considerada como imagen de la Iglesia, que es una e indivisible. Como era de una sola pieza, para no romperla, decidieron echársela a suerte para ver a quien le tocaba. Los soldados no quisieron o no pudieron por decisión de lo alto, romper aquella túnica de una sola pieza, tal vez tejida por la virgen María, su madre. ¡Qué hermosa imagen de la iglesia unida , una sola pieza de las manos de María!

Vendremos después los cristianos, al contrario que los avaros soldados, y romperemos la túnica de Jesús, la iglesia, en mil pedazos, por culpa de los pecados e intereses múltiples, las tentaciones en las que la iglesia ha caído a través de los tiempos. Más interesados que los sayones al pie de la cruz.

¡Qué tristeza contemplar la túnica de Jesús partida en mil pedazos por el pecado de los propios cristianos, más interesados en la avaricia de poseer una parte exclusiva para ellos, que de coser piezas y hacer posible la hermosura de el manto de Jesús, tejido por María, de una sola pieza!

7) Jesús despojado de su sepulcro

  Jesús es enterrado por los hombres fieles y las mujeres amigas y seguidoras que le han embalsamado. Una vez que se ha cerrado la piedra del sepulcro, se abre el tiempo del silencio, un silencio sobrecogedor y mistérico; calla Jesús muerto, callan los discípulos asustados; el universo entero es un silencio que aterra y amenaza; la humanidad está expectante aguardando un nuevo parto. Pero todo es silencio. El Padre se hace silencio también. Jesús se ha dirigido a Él interrogándole lleno de dolor y frustración: “¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado? Y sólo ha respondido el cielo amenazante y oscuro: “Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra” (Mt. 27, 45)

 Pues bien, también Jesús va a ser despojado de su sepulcro, de su cuerpo muerto. Ni siquiera su cuerpo puede descansar en paz. Los discípulos fueron y encontraron la piedra quitada. Ha sido despojado de su sepulcro. No dejan a Jesús en paz ni siquiera cuando está muerto.

9) La humanidad despojada de Jesús

Y la humanidad ha seguido caminando, desde entonces, como si nada hubiera sucedido. Vive como si Cristo no hubiera muerto; como si el Padre siguiera guardando silencio o Cristo siguiera clavado en lo alto de la cruz o metido en el sepulcro o, peor aún, ha intentado otras muchas veces crucificarle y enterrarle de nuevo desde los ámbitos diversos de la ciencia o de la autosuficiencia humana. “Dios ha muerto –decía Friedrich Nietzsche- la ciencia lo ha matado”. Seguimos siendo discípulos del viernes santo. Sayones y mercaderes que empujamos a Cristo a la muerte por las callejuelas empedradas de la injusticia y la explotación de sus hermanos más pequeños.  Nada me disgustó más en mi viaje a Tierra Santa que recorrer la vida Dolorosa, por donde Jesús pasó portando la cruz hacia el Calvario, y encontrarla llena de puestos de venta, de mercados, verdulerías y recuerdos para los turistas.  Hasta cruces ligeras de madera se vendían para llevarla como un recuerdo de la crucifixión.

No hemos escuchado que el Padre ya ha roto el silencio sobrecogedor del viernes santo. Que ya es Pascua, paso de Dios por la vida del hombre condenado y salvado: el Padre ha hablado con toda claridad, ha respondido a la interrogación angustiosa de Jesús en la cruz, resucitándolo de entre los muertos. Ya no es un Dios de muertos, es un Dios de vivos porque para Él todos están vivos”

“No te he abandonado, Hijo querido, estás resucitado” nos ha dicho el Padre.

8) Despojado de su madre.

   ¿De qué más puede despojarse este siervo de Yavé para que lo sintamos herido de Dios, como un gusano y no como un hombre?

Pues aún le queda despojarse de lo más humano, de su infancia, de su historia, de su ámbito afectivo, de su madre. Y también se despoja y nos la entrega cuando más falta le hace a él. “Ahí tienes a tu madre”

    “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a  ella al discípulo al que tanto amaba, dice a su madre: “mujer, ahí tienes a tu hijo" luego dice al discípulo” Ahí tienes a tu madre” y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” ( Jn 19, 25-27)

  Despojarse de su madre y, sobre todo, cuando está viviendo un momento tan intenso de dolor y de incomprensión, de ingratitud y de violencia contra él, de soledad y de angustia, de silencio de Dios, es como renunciar, por nosotros, al último salvavidas que le queda. Porque la madre es signo de seguridad, de garantía amorosa, de esperanza cuando nada se percibe con claridad. Una madre sabe enjugar lágrimas, entender al hijo, ofrecerle su amor y su ternura cuando más la necesita. Por eso cuando nos falta la madre definitivamente se nos abre un precipicio sin fondo; nos falta ya la mejor referencia a lo que somos y a lo que hemos sido.

  Es un momento de recapitulación junto en lo alto de la cruz Pasan por su cabeza decenas de imágenes que ha vivido en su niñez y en su juventud junto a su madre; jugando en Nazaret cuando era niño; en el templo discutiendo de la ley porque para eso se preparaba en el conocimiento de las Escrituras en la escuela rabínica como todos los judíos, en Canáa de Galilea cuando casi le forzó a hacer su primer milagro, en medio de las multitudes donde ella estaba y escuchaba y seguía sus pasos; su madre había sido un punto de referencia constante en su vida y en su misión. En algún momento, incluso, su madre, preocupada por lo que veía venir y por el cansancio que acumulaba en sus idas y venidas quiso llevárselo de nuevo a casa “Mira ahí están tu madre y tus hermanos y te buscan”

Entre todos los despojos, ¡tantos!, éste es sin duda el más doloroso: entregar a su madre cuando más falta le hace su cariño y su ternura, su mirada y su sonrisa… ¿Cuánto más le va a pedir el Padre?= Está bien despojarse de sus vestiduras, de su condición de Hijo, de su dignidad de hombres desnudado ante la multitud, de sus amigos que huyen asustados por todo lo que ven...¿Pero también de su madre? Parece demasiado…y vuelven a su cabeza aquellas palabras que María le dijo al ángel y que tantas veces había contado a su hijo: “Hágase en mí según tu palabra”

   Ahora sí, sin su madre, puede sentirse despojado de todo, entregado hasta el final, hecho nada para que seamos todo. Sólo el amor, y un amor sin límite, es capaz de estas locuras.

10) El despojo  cristiano.

  Contemplar la escena de Jesús despojado de sus vestiduras es algo mucho más profundo que ver una representación pictórica o una imagen material que recuerde ese momento en el que Jesús es despojado de sus vestidos entre la algarabía de de los soldados, ávidos de sacar tajada de algo, cumplir su misión, aunque sea muy cruel, y marcharse cuanto antes a su casa al regazo del calor hogareño y familiar. Para llegar hasta aquí no hace falta ningún esfuerzo especial y, mucho menos, sentirnos abrazados por la fe.

  Acercarse con fe al misterio del despojo de Jesús significa estar dispuestos a asumir nuestro propio despojo; porque acercarnos a Jesús en su pasión no es solamente caminar como turistas a su lado por la estrellas callejuelas de Jerusalén; no. Podemos quedarnos aquí ya, si lo deseamos y no seguir adelante. Seguir adelante, desde ahora, significa ponernos en su carne, en su figura, en su mirada y sentirnos solidarios con Él hasta la muerte. Una muerte que ha de tocar nuestra vida podrida y llena de sinsentido y despojarnos de ella para estar dispuestos a revestirnos de nuevo con Jesús de la túnica blanca de la resurrección, dejando a un lado las vendas y el sudario, en su sitio aparte. Ahora comienza en verdad el misterio del despojo de Cristo en nosotros y de nosotros en Cristo. Porque la historia de ser cristiano no es una manera más de ser, o una filosofía nueva para vivir, ni siquiera una religión de tantas como salpican el panorama social multicolor. Vivir la fe cristiana con autenticidad es, en el fondo, estar dispuesto a vivir el sacramental del despojo. En boca de san Pablo significa estar dispuestos a abandonar el hombre viejo, saturado de ley de pecado y pasar al hombre nuevo de la gracia y la libertad. Éste es el mayor posible de los despojos. Despojarnos de nuestra actitud pecadora, narcisista, egoísta, insensible, pagana, inmisericorde y pasar al tiempo nuevo de la misericordia, donde Dios nos espera con la mesa preparada para el banquete del Reino. Es el proceso de la conversión del corazón de piedra en un corazón de carne que ya los profetas del AT pedían para su pueblo. “Entrar en nosotros mismos” y salir al encuentro del padre misericordioso que nos espera, junto al hermano mayor, dispuesto para ponernos el anillo, la túnica y las sandalias. Porque –otra vez la paradoja- para poder recibir de Dios, el anillo, la túnica y las sandalias, después de haber malgastado todos los bienes de la herencia recibida, hace falta habernos despojad previamente de nuestra vestidura de hombre viejo y de nuestros crímenes abominables e idólatras. Lejos de la cada paterna hemos malgastado la vida adorando a ídolos nauseabundos, personalismos, relativismos, materialismo… y ahora, hambrientos,  recordamos que en la casa del Padre, teníamos pan en abundancia. “Me levantaré, iré junto a mi padre y le diré”

Para este despojo hay que ejercitar algunos verbos:

Entrando en sí mismo” ( Lc  ) la barca en la que estamos navegando se desliza entre olas de superficialidad que rozan el naufragio. Vivimos de lo externo, de la imagen; no nos preguntamos, nos buscamos el sentido profundo de lo que somos y hacemos, nos quedamos en la cáscara de las cosas… y así no es difícil hundirnos porque nos falta consistencia en la barca donde vamos y las olas nos pueden enseguida. Se abren brechas en la madera calafateada de stopa de cáñamo de estopa embebida en brea, poco consistente y el agua de la modernidad nos entra a borbotones hasta llenar la barca y amenazar con hundirnos.

Me pondré en camino”  (Lc  )

  No hay posibilidad de despojo auténtico sin el deseo de ponerse en camino; de adopta una actitud dinámica que nos ponga en camino, en proceso de itinerancia para dirigirnos al horizonte deseado, como el peregrino se dirige a Santiago de Compostela y el Romero a Jerusalén. Porque se piso en camino, el hijo pródigo puedo llegar hasta la casa de su padre y pedirle perdón. Porque Zaqueo se puso en camino y bajó del sicómoro, pudo encontrarse con Jesús en su propia casa y le llegó la salvación “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste era hijo de Abraham”

Iré hasta mi padre y le diré…(Lc)

 Y, puestos en camino, nos queda solamente señalar el horizonte al que nos dirigimos que no es otro que el Padre Dios. Hacia Él nos encaminamos guiados por la fe y la esperanza. Todo nuestro despojo se llena de sentido en el encuentro con Jesús despojado. Un despojo que nos llenará de dicha. “El  que deja casa, tierras, padre o madre, por mi y por el Evangelio, recibirá cien veces más en esta vida y después la vida eterna” Un despojo que compensa y llena de sentido la vida humana y sus pasos tantas veces perdidos hacia ningún lugar.

 Es tiempo de despojo; es tiempo de encuentro; es tiempo de adhesión fiel y afectiva con el despojado de todos los tiempos que llena de sentido todos los tiempos. Y le diré: “Padre he pecado contra el cielo y contra ti…” Y me dirá: “Pasa el Reino de tu Señor”

11) El "coronavirus", un tiempo de despojo para toda la sociedad. Vivimos tiempos de profundo despojo. Esta Pandemia nos ha aislado de los nuestros, de la alegría de la vida diaria y, lo que es peor, de muchos de nuestros seres queridos. Si el despojo de Jesús sirvió para darnos vida nueva, ojalá este tiempo de despojo sirva para que nosotros podamos abrir los corazones a una vida nueva, de más fraternidad y justicia, de puertas abiertas  a todos porque todos nos necesitamos más que nunca. Esta situación nos ha abierto los ojos a una nueva realidad.

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