Por la condonación de la deuda Jueves santo, deuda y condonación

Tres fiestas en una


Nos disponemos a celebrar el amor entrañable de Dios a sus hijos en un gesto de entrega radical: Jesucristo se nos regala como alimento, en la entrega de su propia vida, para que todos tengamos vida. No hay mayor amor, nos dijo, que el de aquel que está dispuesto a entregar la vida por sus amigos. La humanidad entera recibe el regalo inmenso de Dios: Dios es amor, Dios es entrega, Dios es gratuidad. Y mientras tanto los seres humanos seguimos empeñados en mil acciones cruentas, Ucrania, Gaza, rodeados de terrorismo y de corrupción. La historia, esa vieja maestra a la que nadie escucha, está llena de heridas de guerra, de cicatrices de odio, de brechas de destrucción. Los seres humanos no acabamos de entender que la civilización comienza en el instante en que los hombres se sientan en la misma mesa a dialogar desde la razón y el sentido común. ¿Seremos capaces de defender una vez más que la guerra está justificada y que no hay otra manera más humana de solucionar los conflictos entre los hombres? ¿Qué puede aportar de razón y de claridad la fuerza de la guerra, sino muerte y destrucción, dolor y sufrimiento? La Iglesia hoy, como siempre, y en este Jueves de fraternidad, quiere levantar su voz para gritar sin miedos ni complejos, que es tiempo de justicia y de paz. La entrega del Señor Jesús no puede ser inútil. Su vida tiene que engendrar nueva vida. Su palabra ha de ser proclamada en todos los foros de nuestro mundo como un signo de esperanza para todos los pueblos. La Pascua es una llamada a la civilización del amor. “Os doy un mandato nuevo: amaos unos a otros como yo os he amado”. Hay que hacer callar el grito de la violencia a fuerza de solidaridad. Donde abunda la justicia y la solidaridad se apagan los odios, renace la unión y se enciende la hoguera de la esperanza. La lucha entre los pueblos no se detiene con la fuerza de las bombas, ni con las amenazas de los poderosos. Todas las guerras se detienen con la solidaridad, con la distribución equitativa de la riqueza, con la posibilidad de que todos los seres humanos puedan acceder a la cultura, a la sanidad, a los derechos humanos, a la justicia. Y esto no será posible mientras tengamos sometidos a la deuda externa a muchos países altamente empobrecidos. La dependencia absoluta de los países pobres, endeudados con nosotros, es una cadena de esclavitud y un foco de violencia que amenaza la convivencia pacífica de todos los pueblos. Las guerras no comienzan en un instante, se fraguan en situaciones permanentes de sufrimiento. El Jueves Santo no puede convertirse en una fiesta de ornato, ni en una celebración festiva desprovista de su sentido original. El Jueves Santo es denuncia, es proclama de justicia, es esfuerzo de todos por hacer realidad el gesto más que simbólico de Jesús de lavar los pies a los discípulos. Los países ricos estamos invitados por Jesús a lavar los pies de los países pobres, en un gesto de servicio generoso y gratuito. ¿Qué mejor lavatorio de pies que perdonar la deuda externa y humillante a nuestros deudores? No podemos permitir que nuestra fe se convierta en puro folclore, en adorno superfluo de la vida. Tenemos el peligro de hacer de nuestra Semana Santa un momento para estimular el turismo más que para interrogar a nuestra fe. El sacrificio de Jesús es más que un gesto para la galería. Él no pretendía salir en la foto de nuestras portadas. La entrega del Hijo de Dios es un grito desgarrador para rescatarnos de la miseria del pecado y de la injusticia de los egoísmos personales y sociales. La solidaridad que nos propone el Evangelio no tiene que ver nada con las migajas caritativas en que a veces convertimos nuestra respuesta a las situaciones dramáticas. ¡No! La caridad que propone el Evangelio es denuncia profética y cambio de estructuras y mentalidades que posibiliten una nueva dimensión de la riqueza y de las oportunidades para todos. ¿Llegará algún día el Jueves Santo de la entrega de la iglesia y de todos sus miembros, en un gesto de servicio que perdure para siempre? Celebrar la Eucaristía de cada día tiene que cuestionarnos por dentro para situarnos entre los pobres dispuestos a compartir lo poco que tienen o entre los ricos empeñados en aumentar sus riquezas que se consuelan de vez en cuando con un gesto caritativo. De lo contrario llevarán razón nuestros detractores cuando afirman que la religión es el opio del pueblo. Jesucristo, el Señor, no quiso adormecer nuestra conciencia, sino estimular nuestro amor sin condiciones, en actitud samaritana, para salir al encuentro del que está caído, endeudado, drogodependiente, descreído, al borde del camino de la vida; en Afganistán, en el centro de África, en los países hermanos de Hispanoamérica, y entre las gentes con las que cada día nos cruzamos por la calle. En este Jueves Santo, Dios es de todos o no es de nadie.
Hay tres acontecimientos que hoy demandan nuestra atención:
Día del amor fraterno. Campaña de solidaridad con los pobres. Colecta para Cáritas. Día de la Institución del sacerdocio. Una vocación para el servicio, no para el clericalismo. Día de la Eucaristía. “Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros”

Sabes a pan; tan tiernamente sabes,
en este Jueves Santo –primavera-
que has llenado de luz mi ceguera
y me has cubierto de paz a raudales.

Sabes a pan; tan tiernamente sabes
-trigo desparramado por la era-
que he dejado de ser lo que yo era
para ser como Tú ¡los dos iguales!

Y ahora sin nada creo serlo todo
porque siento que Tú me acompañas;
¡he encontrado mi preciado tesoro!

Si algún día la noche me engaña
y me deja tirado en el lodo
llévame a tu pequeña cabaña.

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