La pandemia, como hojas secas, quiere adueñarse de la esperanza Mirada de invierno y de esperanza.

La vieja Europa de raíces cristianas tiene miedo a decir Navidad

 Cada año, con las última hojas del calendario, nos llega el invierno precedido de su concierto de hojas secas y vientos inquietos. Llega haciendo mucho ruido y se queda. Y nos contagia ese sabor amargo y cansino, caduco y bostezante, que nos roba, poco a poco, la vida.  

  El invierno está ya en la moda de los grandes almacenes y en la calle; McDonald´s ya ha anuncia su "Adviento de oportunidades" y en las familias, amenazadas por la alta inflacción, por hipotecas desorbitadas, por divorcios exprés, y por el desamor que se va pegando en los zapatos y en la escasez de besos. Está en la mirada apagada de los ancianos que sienten que la vida se escapa entre tantas muecas de desamor y soledad. Está en el botellón de los jóvenes y en la soledad de su chats deshabitados y anónimos.

 El invierno ha ganado las elecciones y los políticos presumen de falta de valores y de subidas de sueldo vergonzantes en tiempo de crisis de Pandemia. Nos ha llegado un cierzo de crispación que nos azota la cara.

 El invierno ha entrado sin avisar también la Iglesia. Se ha posado sobre las casullas raídas y los lenguajes de antaño que ya nadie entiende. Aquel sol postconciliar, lleno de fuerza y de luz primaveral, se está quedando pálido sobre los bancos vacíos de la nave central.  Parece un tiempo más de sacristía que de Iglesia. Menos mal que algún obispo se ha enamorado y nos ha dicho que aún hay esperanza.

 Me he sentado en los últimos rayos de sol de la tarde con El Libro sobre las rodillas y he leído de la mano del profeta: “Le regalaré sus antiguos huertos, el valle de la Desgracia lo haré paso de la Esperanza, y me responderá allí como en los días de su juventud” (Oseas, 2,17)

Menos mal que la esperanza no depende de los políticos, ni de los eclesiásticos, ni del invierno. Hay una esperanza niña en cada uno de nosotros que nadie puede doblegar. Siempre es tiempo de esperanza.

En el Consejo de Europa,  la vieja Europa que nació al calor de la vida cristiana y de las lecciones de agricultura de los benedictinos, la Europa de las antiguas escuelas catedralicias y las más prestigiosas universidades del mundo, tienen miedo de decir Navidad y prefieren decir Fiestas, que es menos provocador.

Y sin embargo la esperanza se abre paso allí donde un ser humano se hace cercano y  se entrega gratuitamente en su gesto de amor desmedido. Se anuncia un tiempo de Navidad y no va a ser en vano. Navidad es provocación y pasión en la misma medida. ¡Feliz Navidad!

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