Nostalgia de un abrazo

-Un virus que nos cuestiona todos-

Hoy ha amanecido un día radiante de sol y de primavera. Esta noche ha llovido copiosamente y el cielo tiene una transparencia y una belleza deslumbradoras. Seguro que el cerro que sube hasta la ermita de mi pueblo está cuajado ya de margaritas y los almendros regalan su mejor perfume en sus flores blancas en racimos. Estamos confinados.  Hace solo unas semanas podía darle un abrazo a mi madre sin ninguna precaución y apretarla bien fuerte contra mí.  Ahora no. Un simple virus me lo prohíbe cada minuto del día. Todo lo que ayer podía disfrutar con plena libertad, hoy se me prohíbe y se me castiga si no lo respeto. Un simple  (O complejo) virus está cambiando el mundo de manera asombrosa, hace temblar la economía mundial y, probablemente, haga caer gobiernos que no sepan manejar este tema con inteligencia. Un simple (O complejo) virus ha vaciado la plaza de san Pedro y las calles de nuestras ciudades, ha prohibido nuestra Semana Santa y ha detenido la oleada de turistas que cada año nos visitaba en estas fechas. Un simple (O complejo) virus, que para más inri, tiene forma de corona. Un virus solo perceptible al microscopio. Parece una broma de mal gusto.

Este bichito tan pequeño nos está cuestionando, incluso,  nuestra manera de creer. Es como una secta que viniera de repente a poner en duda nuestras seguridades. Ya hay quien dice: “¿Cómo es posible que un Dios bueno pueda permitir una cosa así que haga tanto daño?” Y también he oído: “Sólo Dios puede ayudarnos a salir de este bache.” No en vano se multiplican las novenas, las  imágenes por las redes sociales y las velas encendidas por las víctimas.

Este coronavirus nos ha descocado cuando mejor colocados estábamos. Y es un coronavirus que tiene forma de interrogante. Nos está haciendo todos los días, a medida que crece la curva de contaminados y muertos, muchas preguntas que no nos hacemos con frecuencia  y, tal vez, deberíamos hacernos más. Porque este virus deja como síntomas muchos interrogantes.

Mi amiga consagrada mercedaria de la Caridad, María Josefa Larraga, dice que "este virus nos está poniendo a todos de rodillas." No quiero ponerme espiritual, aunque la ocasión lo justificaría, prefiero mantenerme a pie de calle para plantearnos algunas cuestiones que me vienen a la mente. Si os sirven, pues muy bien y si no os sirven por lo menos me sirven a  mí.

La primera cuestión es si este virus logrará que nos cuestionemos sobre nuestro estilo de vida y nuestros valores. Por ejemplo si nos ayudará a  concienciarnos de que estamos maltratando la naturaleza, regalo de Dios,  de manera calamitosa y lo que sembramos, recogeremos.

Otra cuestión, no menos importante, es si vamos a descubrir, por fin, que todos nos necesitamos en esta patera de la vida porque cuando un virus ataca, lo hace con todos, sean como sean, piensen como piensen, actúen como actúen  y, si no unimos fuerzas, nos acorrala y nos vence a todos. Parece inteligente replantear nuestras relaciones sociales, nacionales e internacionales para que estemos unidos y firmes en la defensa de lo que es bueno y más conveniente para el ser humano.

Puede ayudarnos también a descubrir que la iglesia o es samaritana o no interesa a nadie. Ha sido muy gratificante descubrir a una iglesia que se ha volcado en ayudar, ofreciendo sus instalaciones y abriendo sus puertas y sus manos  y, también, otra iglesia de muchas velas encendidas y jaculatorias pero cerrada a cal y canto. Y el pueblo guarda memoria.

Este virus nos ha desendiosado y nos ha devuelto a nuestro lugar: La arcilla del camino y la fragilidad de lo que somos. Nos ha hecho entender que la ceniza del Miércoles de ceniza tiene un valor mucho más que simbólico, es terapéutico y solidario. Y, además, nos ha abierto los ojos del alma a los balcones de  la solidaridad y al agradecimiento. Un virus que nos ha encerrado por fuera y nos ha abierto por dentro, que nos ha enseñado la necesidad de purificarnos  no solo con agua y lejía sino también con la gracia y la ayuda de Dios, que nos ha hecho descubrir que no podemos solos  y hemos de ser profundamente humildes. Un virus que nos ha empujado a trabajar por la justicia, porque dejar que otros se contaminen es abrir las puertas para que el virus venga a nosotros más deprisa.

Este virus ha abierto la puerta a los mejores sentimientos humanos. Las enfermeras despiden a los que van a morir  solos cogiéndoles las manos en nombre de sus familias, ponen música y les leen las cartas de sus hijos y nietos que no pueden acercarse hasta sus lechos. Humanizan la vida y la muerte.

Este virus nos ha hecho descubrir a un papa Francisco muy humano, a punto del llanto y lleno de fe, que nos ha animado, en medio de la soledad de la plaza de san Pedro y de un cielo llorando, a no tener miedo como un padre anima a sus hijos.

Este virus nos ha puesto de rodillas y, a la vez, nos ha levantado para salir, sin salir, a los sufrimientos de los otros.

Este virus nos va a hacer vivir la Pascua más llena de pasión y de Calvario, más unidos a Quien es  traicionado y crucificado por la ambición y el endiosamiento humanos.

Pero habrá una vacuna pronto. Lo sabemos. Un tratamiento eficaz y compartido que nos abrirá los corazones a la verdadera Pascua. Llegará el tiempo anhelado de primavera y de vida anunciado para todos. Estamos amenazados de vida por todas partes como una Pandemia de esperanza. Porque nos encontraremos, en boca de una mujer,  el sepulcro vacío.

Hoy me he levantado con nostalgia de un abrazo.

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