¡Otra Pandemia que se avecina!

-El virus de la soledad-

Uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, que se ha visto ahora agravado con la pandemia del Coronavirus, es la soledad. Es una realidad cada día más extendida y preocupante. En España hay más de un millón de mujeres que viven solas. El caso se repite con frecuencia: “Mi marido murió hace unos años y me quedé sola,  y sola sigo, encerrada en mi casa”. Esto se ha convertido, en los países más desarrollados,  en la primera causa de exclusión social. En España hay más de  4 millones de hogares unipersonales.

Una mujer, llamada Isabel,  de 93 años,  que vivía sola, murió en Madrid hace cerca de quince años y nadie se había preocupado de ella. Los vecinos llamaron, en su momento, a la policía al echarla en falta y por el fuerte olor que se percibía,  pero al decirles que, seguramente, se había ido a vivir con una sobrina, los vecinos desistieron de llamar más a  la policía. Por fin, los bomberos entraron en la vivienda y encontraron su esqueleto en el cuarto de baño. ¿Dónde estaba esa  familia que tenía? Decían que,  desde  la muerte de su marido, estaba muy deprimida y tenía poca relación con los vecinos. Esta mujer, en esta sociedad tan avanzada, no encontró a nadie con quien hablar y poder desahogar su pena. Hoy, una de las grandes necesidades de la sociedad es encontrar a quien sepa escuchar. Saber escuchar es un arte y un ministerio muy solicitado en el día de hoy.

A reflexionar sobre esto le he dedicado mis últimos tiempos de confinamiento y, fruto de esa reflexión, es mi último libro: “Saber escuchar” Paulinas, 2020, que en estos días sale a las librerías.

Podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que la soledad es ya una enfermedad social que genera mucha exclusión. La ausencia de relaciones empobrece y deteriora notablemente la personalidad. Esto se ve agravado por la baja natalidad de la sociedad que está dando lugar a sociedades opulentas pero notablemente envejecidas. El índice de natalidad es tan bajo que ya no puede reemplazar a los mayores. Los mayores aumentan mientras los niños disminuyen. Por otra parte, vivimos un proceso creciente de individualización donde nos sentimos cada vez más solos. Crecen las redes sociales pero el poco contacto humano nos hace sentirnos cada día más solos. A partir de los sesenta años la soledad comienza a ser una amenaza que se agudiza a los setenta y llega a ser preocupante  a los ochenta. Hay, según estudios fiables, unas 100.000 personas en España que no salen nunca de casa porque no tienen ayuda.

Esto nos invita a pensar que nuestra sociedad se está deshumanizando progresivamente y nos está llevando a situaciones de depresión y suicidio como no lo habíamos visto nunca. La mayoría de las personas con tendencias suicidas, sean mayores o jóvenes, muestran síntomas evidentes de soledad. Los gobiernos occidentales ya se plantean abordar esta cuestión de  manera eficaz, debido a la gran problemática que supone. En el Reino Unido, por ejemplo, se ha creado ya la primera Secretaría de Estado del mundo, contra la soledad.

Estamos asistiendo, incluso,  a la presencia masiva de ancianos en las salas de espera de los ambulatorios, sin grande dolencias, con el fin de encontrarse con otras personas para llenar su soledad. Están saltando todas las alarmas. Algunos mayores ofrecen vivir gratis en sus casas a  jóvenes que necesitan pisos para sus estudios. “Yo te doy residencia y tú me das compañía.”La calidad de vida actual hace posible que  después de la jubilación aún nos queden una media de veinte y cinco años de vida. Si no hay una seria planificación de esos años es muy posible que nos amenace la soledad. Hace falta un proyecto de vida para la jubilación. Ya hay Oenegés como “Grandes Amigos” que trabajan para hacer más fácil esta soledad de los mayores y buscan la manera de apadrinar a ancianos para que no estén solos y alguien se preocupe de ellos.  Trabajan acompañando, sensibilizando,  recuperando las relaciones vecinales y socializando, en general. Las personas voluntarias acuden a la casa de los mayores y los animan a salir un rato, a jugar con ellos o, simplemente, a hablar serenamente de todo lo que les apetezca. Parece que la soledad y el aislamiento pueden provocar la muerte prematura en un cincuenta por ciento. La soledad también se relaciona con el Alzheimer y con algún tipo de cáncer. Como este “Coronavirus” que hoy  afecta a  la humanidad, la soledad puede convertirse en una pandemia inmediata, si no lo es ya en este momento.

La soledad no lo es menos en el ámbito de la vida eclesial. Hay sacerdotes que han escogido la soledad como un modo de vida y saben adaptarse a ella de manera admirable. Esta soledad, cuando son jóvenes se traduce en una independencia deseada, pero no es así en todos los casos y, con frecuencia, acuden a personas de su entorno para hacer más llevadera su soledad, sobre todo cuando van siendo mayores. En el ámbito popular siempre han sido famosas las “criadas” de los curas. Como esa estrofa popular de mi pueblo, mal intencionada e injusta, que dice: “En casa del señor cura solamente hay una cama, si en la cama duerme el cura, ¿dónde duerme la criada?

En la vida consagrada hay más recursos para hacer llevadera la soledad al vivir en ámbitos comunitarios, lo que no exime que haya consagrados que también se sientan solos, porque la soledad no es, únicamente, una cuestión de compañía sino una actitud personal. Hay consagrados solos por elección y solos por exclusión.

En fin, la soledad es un nuevo virus que llama a nuestras puertas y a nuestras vidas. Una soledad que solo se puede atajar con la vacuna de la compañía. ¿Habrá caminantes a Emaús que deseen  hacerse cercanos y compartir la mesa de la compañía?

Es tiempo de buscar vacunas adecuadas y eficaces antes de que la pandemia de la soledad, que está llegando, nos deje desprotegidos y al descampado.  Habrá que salir al balcón  a aplaudir, muy pronto, a los que saben acompañar. Serán los nuevos sanitarios que nos recuperen para la vida. Tal vez por eso, Jesús se hizo acompañante.

Volver arriba