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Que el papa dedique un año jubilar a san José es una buena noticia para todos.
La figura de San José se convierte en una disculpa maravillosa para adentrarnos en una figura silenciosa pero significativa, evangélica y de gran impacto en la vida de la Iglesia.
1.- San José como padre de Jesús.
Si es verdad que los evangelios insisten en la virginidad de María, una y otra vez, y en la intervención del Espíritu Santo en la concepción de Jesús, no es menos cierto que hablan también sin disimulo de la condición de José como esposo de la Virgen y como padre de Jesús. No podía ser de otra manera. Jesús nace en medio de un pueblo, tiene unas raíces, es la culminación de una promesa hecha a la casa de David; sólo un padre legal, de la tribu de David, asegura y confirma esta promesa que se cumple en Jesús. “Dios le dará el trono de David, su padre.”
Sin esta relación humana con la historia del pueblo de Dios, Jesús hubiera sido un extraño que entra en la historia humana por una puerta falsa. San José cumple aquí una misión necesaria: dar solidez legal y religiosa a Jesús como descendiente de David y culmen de la promesa hecha al pueblo de Israel.
2.- San José, cuna y hogar de Jesús.
José y su esposa María ofrecen a Jesús un hogar y una cercanía afectiva necesaria para que en su infancia el Niño pueda crecer en la fe y en las actitudes propias de un judío creyente. Lo mejor de nosotros está ya perfilado en nuestra infancia en esa matriz afectiva de nuestra familia. Jesús, sin duda, aprendió en la escuela de José y de María muchas de sus actitudes humanas y religiosas que le llevaron a la coherencia total, a la apertura de todos, al abandono en manos de Dios para que su voluntad se cumpliera. A José, con María, debemos mucho en su tarea de configurar y madurar la personalidad de Jesús y su apertura al misterio del Padre. Si Jesús fue capaz de amar tanto fue sin duda porque María y José le abrieron al misterio de Dios y le ofrecieron un amor tierno y consistente.
3.- San José, en segunda fila pero no escondido.
No conservamos ni una sola palabra de José en los evangelios. Pero sí conservamos algunas escenas muy reveladoras de su papel de padre y guardián de Jesús y de María. Y desde ellas podemos adivinar su papel imprescindible y su valiosa vocación al servicio del plan de Dios.
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