La guerra en Ucrania nos interpela a todos. La Vida Consagrada en la iglesia al servicio de la paz

Nos sentimos cómodos en la modernidad

          La iglesia tiene la tarea de afrontar los nuevos desafíos que la modernidad está presentando al caminar de la Iglesia y cómo hacer llegar de manera nítida e inequívoca el mensaje evangélico a la sociedad de hoy.

         Porque, frente a la opinión de muchos, la Iglesia católica,  el Pueblo de Dios como la definió el Concilio Vaticano II, tiene mucho que aportar e iluminar a nuestra historia actual y al itinerario de la comunidad internacional. No sólo porque el Papa Francisco es un líder indiscutible en el contexto mundial, sino porque sus aportaciones se han mostrado profundamente valiosas, lúcidas y convenientes para este tiempo y este momento de encrucijada y de choque de civilizaciones en el que estamos inmersos. Toda luz, venga de donde venga, nos vendrá muy bien para afrontar el camino con menos sobresaltos y más esperanza.

        Sólo desde una apuesta decidida por la “civilización del amor”, que tanto gustaba repetir a san Juan Pablo II, podremos lograr una armonía en las relaciones internacionales y un desarrollo progresivo y sostenible de la vida en el momento presente de nuestra historia.

        La Iglesia no renunciará nunca a convertirse en voz decidida y profética porque en ello se juega su propia identidad y la eficacia de su misión. La fe  no es una entelequia al margen de la vida y preocupaciones de la humanidad; es una apuesta viva por lo humano, por sus gozos y sufrimientos y, por tanto, no puede reducirse al ámbito de lo privado ni encerrarse en la sacristía como muchos quisieran. De ahí que el papa Francisco esté haciendo un llamamiento constante a que se detenga esta locura de la guerra. Algo que no está haciendo el patriarca Kirill, lo que le va costar una pérdida de credibilidad muy grande que va a afectar no solo a él sino a toda la iglesia ortodoxa., desgraciadamente.

           La Pregunta sobre Dios no puede ser desterrada del ámbito de la cultura y de la búsqueda de sentido que necesita la humanidad. Eclipsar el nombre de Dios es poner freno y limitaciones al desarrollo integral de esta humanidad que se debate entre la búsqueda del  sentido de la vida y el más feroz consumismo y hedonismo que acaba fragmentándola y empobreciéndola. No podemos seguir callando el nombre de Dios porque es un horizonte luminoso y sereno que conduce a la humanidad a la búsqueda serena de la paz.

           La situación de conflicto permanente que se vive en la actualidad, no solo por la devastadora guerra en Ucrania, que está cambiando el equilibrio de poderes,  tiene que llevarnos  a pensar que el nombre de Dios y los valores religiosos merecen el más alto respeto perfectamente compatible con la libertad de información y de opinión. Una sociedad que no respeta los valores religiosos de sus ciudadanos no puede llamarse avanzada y está violentando la conquista de la paz.

           Las religiones auténticas están siempre al servicio de la paz. El Papa Francisco así lo ha manifestado en muchas ocasiones, porque la paz y la reconciliación en el mundo son objetivos prioritarios para la Iglesia.

           En este contexto quiere situarse con lucidez la vida consagrada de España.

           Nuestra misión quiere ser, en el tiempo en que nos ha tocado vivir, una aportación insistente en la construcción de la paz, de la reconciliación y de la justicia. Convencidos de que este tiempo es una oportunidad privilegiada para abrir cauces nuevos de encuentro entre todos los hombres de cualquier nacionalidad o religión, para establecer puentes y favorecer un camino compartido y solidario. Se acabaron ya los tiempos de la uniformidad religiosa e ideológica. Nos convoca una sociedad española y europea plurireligiosa y multicultural. A ella se siente convocada también la Iglesia.

           Los consagrados actuales no añoramos tiempos de privilegios y de nacional catolicismo. Nos sentimos cómodos y serenos en la modernidad y apostamos abiertamente por la libertad y por la democracia. Y queremos, desde la coherencia de nuestra misión, aportar nuestro grano de arena en el progreso de nuestra sociedad, señalando un horizonte luminoso,  trascendente y abierto a la esperanza. Estamos convencidos de que el nombre de Dios es un bien supremo para la comunidad humana. No queremos imponerlo ni convertirnos en funcionarios proselitistas pero sí proponerlo, con nuestra palabra y el ejemplo de nuestra vida, como camino privilegiado para la paz y el desarrollo integral de los pueblos. Y queremos hacerlo como lo hemos hecho siempre, desde una probada solidaridad con los más pobres y al servicio de los marginados.

          Los ataques al fenómeno religioso y la mofa de los valores sagrados, tan frecuentes en nuestros días, no contribuyen en manera alguna a la convergencia social. Por desgracia hay demasiados ejemplos cercanos en la realidad de nuestro país. La cosecha actual de la sociedad española, que se llama estado de bienestar, no hubiera sido posible sin la aportación religiosa y cultural de la fe cristiana en la siembra callada y trabajada durante siglos hasta nuestros días.

           Los religiosos, que somos y nos sentimos Iglesia, pero no uniformada, queremos apostar por una etapa nueva de encuentro, de diálogo y de respeto mutuo entre todos y al servicio de todos.

          Queremos iluminar desde la Iglesia la conciencia de nuestra sociedad. Son muchos los desafíos que la Iglesia tiene en la sociedad europea del presente.

          La paz es un bien supremo.  Dios es amante de la paz y amigo de la vida. Las religiones defienden un camino pacífico. La Iglesia, y en ella los religiosos, queremos seguir apostando por la paz y proponiendo el perdón para que la violencia llegue a su fin y podamos disfrutar de una convivencia saludable. Los que matan en nombre de Dios profanan su nombre. La catástrofe humana de la valla de Ceuta nos ha tocado a todos el corazón y nos ha escandalizado. Exigimos una investigación independiente.

          No queremos renunciar a la esperanza de disfrutar en un día muy cercano de una paz sólida y estable en nuestro país y en esta aldea global que es el mundo. Porque él no la dio. “La paz os dejo mi paz os doy”

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