Una cuestión controvertida, más humana que religiosa El aborto, derecho o asesinato

 Un análisis desde otra perspectiva

Acabo de oír en una entrevista a la ministra Irene María Montero, en la cadena 24 horas de TVE, hablar, con mucha soberbia, de los inmensos logros de su trabajo en el innecesario y derrochador Ministerio de  Igualdad. Venía a decir que, por fin, ha llegado el momento en que España se sitúe a la vanguardia de Europa en Derechos Humanos, gracias a su ley sobre el aborto. Me he quedado boquiabierto. ¡Qué autosuficiencia y narcisismo hablando de sus logros! Yo, mientras tanto, experimentaba una inmensa decepción y tristeza. Hablar de progreso mientras se aprueba la muerte de los niños ya concebidos, los seres más  inocentes de toda la creación, los más evolucionados y dotados de inteligencia y espíritu, me pareció un  inmenso drama  que nos regresaba a etapas más oscurantistas de nuestra historia. ¡Qué fácil es manipular con la palabra progreso! Y es que la mujer con su cuerpo puede hacer lo que quiera, decía eufórica. Eso de que cada mujer con su cuerpo puede hacer lo que quiera me parece un eslogan propio de una manifestación ruidosa pero muy poco humano y menos racional, más infantil que científico. Con ese argumento se justifica la prostitución  y todas las barbaridades que una mujer puede hacer con su cuerpo por necesidad o por libre elección. Nunca nadie con su cuerpo puede hacer lo que quiera, porque no es un desecho. Hay una sequía de ética preocupante. Seguimos instalados en los eslóganes ideológicos y populistas que son pura manipulación de conciencias y campañas permanentes por recaudar votos. Así, no solamente no avanzamos, como dice la innecesaria Ministra Montero, sino que vamos de cabeza hacia el  abismo. El aborto ha de abordarse desde distintos puntos de vista, porque no solo hay uno.

Muy pocas veces se mira el aborto desde la perspectiva del concebido. Y algo tiene que decir ese niño en proyecto, que ya no es una “verruga” de su madre sino un nuevo ser con todas sus consecuencias, que solo necesita tiempo para serlo en plenitud. Con frecuencia, se recurre a argumentos científicos para descalificar las posiciones religiosas pero aquí las afirmaciones científicas no interesan y se pasan por el arco del triunfo. La ciencia lo dice con claridad y nadie lo ha discutido: cuando se unen un espermatozoide y un óvulo fértil hay ya un nuevo ser con todas las potencialidades, que sólo necesita tiempo para serlo en plenitud. Es un ser  humano independientemente del cuerpo de la madre que solo ejerce de hospedaje temporal. Las mujeres tienen sus derechos, claro que sí, pero los niños concebidos, además sin su permiso, también tienen sus derechos y en algún lugar se les tiene que reconocer. Tienen sus huellas digitales diferentes  a las de su madre porque son seres distintos. Pero la Ministra Montero no está por la labor. ¿No tienen ningún derecho los óvulos de una mujer fecundados? ¿Son igual que un envase? ¿No merecen respetos y cuidados?

 El verdadero feminismo debería manifestarse más para pedir derechos y protección legal para sus óvulos fecundados. La defensa de la vida humana debería  ser el primer objetivo de los grupos feministas y  ecologistas que defienden a la mujer y a la naturaleza, respectivamente. Y sin embargo su silencio es sospechoso y sobrecogedor. Podrían perder las jugosas subvenciones que reciben del Ministerio de Igualdad. Hay muchas instituciones y familias dispuestas a acoger a los niños y a criarlos en un ambiente de amor y de cariño. Es una posibilidad muy humana que hay que contemplar antes de optar por la destrucción sin más.  El aborto, además, genera en muchas mujeres, sensibles y humanas, que son mayoría, auténticos traumas que a veces llegan ser insuperables. Y lo sé por mi condición de confesor durante muchos años en los cuales me he encontrado con muchos tipos de experiencias, entre las que he conocido mujeres que han abortado  y no pueden perdonarse al descubrir, con el tiempo, que ha sido un asesinato en toda regla. Se puede disimular la realidad con eufemismos muy bien sonantes como “derecho a la interrupción libre del embarazo”. Yo doy gracias al cielo y  a mi madre porque he tenido la posibilidad de poder saborear la vida.

Irene Montero, que tiene tres hijos, pasará a la historia de la democracia española como la ministra del aborto, o de la muerte  de los inocentes, como una nueva Herodes y, además, con el agravante de que puedan acceder a él las muchachas con 16 o 17 años sin permiso paterno.  Coloca minas en las responsabilidades de los padres sobre sus hijas menores de edad, apoyando la teoría de la ministra compañera de gobierno hasta hace poco, Celaá, que vino a decir que los hijos no son de sus padres. Es un paso más para que creamos que los hijos son del gobierno que legisla para ellos. Mientras tanto la natalidad en España está en caída libre y por tanto suicida para el estado del bienestar del que tanto presumimos. No hay presupuesto para apoyar la natalidad en España pero el aborto será gratuito y apoyado por la red de sanidad pública. Y desde posturas intolerantes e irrespetuosas con los derechos humanos que van a impedir de muchas maneras que los médicos, que quieren ser fieles a su juramento hipocrático de defender siempre la vida, puedan ejercer su derecho a la objeción de conciencia, que protege la Constitución Española y que a Irene Montero le da igual.

El aborto será siempre para mí una excentricidad muy dolorosa para la sociedad, propia de gobiernos populistas, que confunden progreso con votos. Un gobierno profundamente ideologizado que legisla para los suyos y contra una gran parte de la sociedad. La misma que acabará echándolos abajo una vez que las urnas puedan hablar. Y si no, lo veremos muy pronto.

El aborto es un asesinato que no puede confundirse con ayudar a o proteger a las mujeres como se quiere hacer ver. Seguramente algunos me colocarán en la tabla de los “carcas”, como suele hacerse con  aquellos que quieren que todos piensen como ellos,  pero si supieran lo que eso me importa a mis años, ni se molestarían. No, señor, es un asesinato, lo diga Agamenón, su portero  o Irene Montero.

En este país tan “progresista” rezar ante la puerta de un abortorio es un delito, pero abortar es un progreso, porque las pingues ganancias que ingresan los abortorios están en peligro. Que esté en peligro la vida humana no es tan importante. Y por esto somos un país de los más progresistas de Europa. Gracias a la inteligencia de la señora Montero que va a durar en el gobierno menos que un caramelo en la puerta de un colegio.  Y todos lo vamos a ver.

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