Tiempo de sinodalidad, tiempo de escucha. Cuando nos asfixian las formas

 La pluralidad y la sinodalidad nos interpelan.

   Hace ya unos años un estudio de la misma Conferencia Episcopal Española, a propósito de la campaña de financiación, ahora en marcha, vino a reconocer lo que ya todos percibíamos a plena luz del día: que la iglesia institucional tiene mala imagen entre los españoles. Se dijo textualmente en ese estudio que la jerarquía es vista por muchos españoles, sobre todo, por los más jóvenes y los más cultos, como inflexible, poderosa y ostentosa.

   Nada nuevo bajo el sol. Hace mucho que nos preguntamos qué está pasando en nuestra Iglesia para que la distancia con la sociedad sea cada día más amplia y los abandonos más numerosos.

La iglesia necesita sentirse bien en medio de la pluralidad, algo que no acaba de conseguir del todo, acostumbrada a sentirse instalada en la verdad y a no ser cuestionada por nadie. Todavía le cuesta sentirse cómoda ante los grupos marginales que la interpelan y la cuestionan.

Es verdad que hay algunos pastores ejemplares, pero son los menos. Es más común encontrarnos pelmas, amantes del dinero, prepotentes, revestidos de un clericalismo que espanta y amantes del carrerismo eclesial.

   Pero este estudio, como tantos otros, sirvió para muy poco. Porque una cosa es reconocer la realidad y otra muy distinta buscar soluciones y ponerlas en práctica. Discernir es un verbo que no se practica mucho en la iglesia española. Basta con ver cuánto hemos tardado en ponernos en marcha para afrontar los casos de pederastia en su seno. He conocido obispos antes de serlo que, una vez coronados con la mitra, han dado un  giro radical para no desentonar del relato oficial.  La mitra imprime carácter. Una verdadera pena.

   En esta sociedad las formas son importantes para llegar al fondo. Y creo yo que hay que abordar, cuanto antes, una reforma de nuestro lenguaje clerical, que en ocasiones es terrible. Hay mensajes de algunos pastores que parecen declaraciones de guerra. Una reforma de nuestros símbolos y ropajes. Creo que hay muy pocos jóvenes –al menos así lo manifiestan- que entienden el significado de un escudo episcopal (Antes escudo de armas y signo de nobleza), de una mitra, de un báculo, de un solideo, y de esos ropajes de púrpura y de puntillas que parecen sacados de la Edad Media cuando no del mismo Sanedrín judío. Parece una incoherencia vestirse de puntillas y bordados y descalificar sin consideración a los gays. Conozco  a a un sacerdote gay que tiene que esconderse en un pseudónimo mientras hace su trabajo público evangelizador en el mundo gay por miedo a represalias. ¡En estos tiempos! Corre por ahí por internet una “capa” episcopal aterciopelada de varios metros de larga que está dando mucho que hablar.

   Necesitamos obispos cercanos y sencillos que sean capaces de transmitir una imagen cercana y humana, sobre todo humana, de la Iglesia, o, de lo contrario, el próximo estudio sobre la imagen de la jerarquía será todavía más demoledor. Si el papa nos pedía pastores con “olor a oveja” no era por capricho. Es por imperiosa necesidad. Y, junto a esto, necesitamos también consagrados menos instalados y domesticados, más audaces y proféticos y laicos más coherentes y comprometidos con su fe. Nuestra iglesia se está despoblando de manera alarmante y hay muchas razones que lo explican. No es casualidad. Si es tiempo de sinodalidad es tiempo de escuchar lo que nos gusta y lo que no nos gusta. Porque sin escucha no hay avances. Y para escuchar hay que ponerse a ello.

Para "ilustrarse" un poco sobre este tema he publicado, después de preguntar a muchos jóvenes: "Pueblo mío, ¿a dónde vas?. Alejandro Fdez. Barrajón. Editorial Nueva Economía Social. Madrid 2021.

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