“Jesús no se fiaba de los hombres porque sabía lo qué hay en cada uno” El celo de tu casa me devora

Alfredo Quintero Campoy- Alejandro Fernández Barrajón

En este camino por el desierto cuaresmal necesitamos, como Moisés, encontrarnos con una experiencia fuerte de Dios. Una zarza que arda sin consumirse, para que nos acerquemos con curiosidad y podamos experimentar esa cercanía y esa gracia que Dios quiere regalarnos. La fe comienza con la curiosidad y se desarrolla con la decisión de ponernos en camino, de acercarnos como Moisés a la zarza. Dios nos regala los mandamientos como camino seguro para acercarnos a Él.

Buscar a Dios no es fácil en este tiempo y en este contexto en que nos ha tocado vivir. Una humanidad azotada por una Pandemia, que se aleja de Dios y solo confía en sí misma y en sus descubrimientos. La vacuna parece la solución  a todos los males, pero nos vacunaremos y este mundo seguirá desorientado. Experimentar la presencia de Dios es todavía más complejo, pero la dificultad no debe ser un obstáculo para intentarlo si la meta merece la pena. Y encontrarse con Dios es siempre una meta apetecible porque nos aporta una felicidad que no podemos conseguir de otra manera. La zarza ardiente de Dios sigue mostrándonos su luz en el presente en muchos acontecimientos y personas que nos rodean y sus mandamientos un camino seguro hacia la verdad.

El evangelio de Juan de este tercer domingo de cuaresma nos conduce a abrirnos a la renovación del culto que Dios espera de cada uno de nosotros. Ya desde la primera lectura se nos orienta en un proceso y camino de purificación de los dioses falsos en los cuales sólo hay engaño. Israel ha experimentado la cercanía de un Dios que hace camino con ellos, que los conduce hasta la tierra prometida, que los sostiene y que les da unos mandamientos para que los hagan vida durante este caminar. La relación de Israel, como pueblo de Dios, tanto con Dios como con el prójimo, deberá ser una relación sincera, con recta y buena intención, libre de engaños y de abusos. !Cuánto bien nos hace en nuestras relaciones humanas tener siempre delante de nosotros estos dos elementos: Recta intención y buscar el bien! Muchas veces, nuestras relaciones humanas se contaminan porque no son regidas por la recta intención y por el bien; nos engañamos buscando la forma ventajosa de aprovechar la relación con el otro para escalar. Dios no quiere eso para nosotros. En el evangelio de este domingo, Jesús lo deja muy claro, purifica el lugar de culto de una presencia de negocio; hacer negocio con las cosas de Dios no es el modo para relacionarnos con Dios. Jesús será muy claro: No se puede servir a Dios y al dinero. Lo que gratuitamente hemos recibido gratuitamente hemos de darlo.

 Nos hacen falta ojos de fe para ver y decisión firme para comenzar el camino. Lo que parece claro es que el hombre es pura debilidad y que no podemos controlar los acontecimientos de la vida. De vez en cuando nos viene un terremoto, una Pandemia como la actual y tocamos con nuestros propios dedos nuestra fragilidad. El ser humano está abarrotado de vulnerabilidad.

La Cuaresma no es otra cosa que una oportunidad que la Iglesia nos ofrece para tomarnos en serio este nuevo estilo de ser cristianos. Pero estamos rodeados de muchos pasatiempos y preocupaciones inútiles, de muchas tareas que nos adormecen y nos cansan antes de habernos puesto en camino. 

El templo de Jerusalén se ha convertido en un negocio  -La iglesia de hoy en ocasiones, también- y eso no es lo que quiere Dios. Jesús nos va a abriendo a la revelación del Don que viene a comunicarse: Nosotros mismos, por el bautismo, seremos constituidos en templos vivos de Dios. Donde Dios quiere hacer su morada no puede prostituirse ese lugar sagrado. Para que Dios se manifieste hay que purificar el espacio de nuestra vida donde Dios se quiere revelar y purificarlo de cosas que sólo alejan la presencia de Dios. Podemos hablar de Dios, referir a Dios pero estar vacíos de una verdadera experiencia de Él. Cuando lo que nos preocupa es nuestra imagen social, nuestro poder económico, nuestra ideología, estamos abocados al fracaso porque ser hombre de verdad no tiene nada que ver con lo externo.

 Por eso, una de las claves que el Evangelista de Juan nos irá transmitiendo desde algunos pasajes es la de establecer una relación sincera con Jesús. El evangelio de este domingo nos recuerda que Jesús no se fiaba de los hombres porque sabía lo que hay en el corazón del hombre. Por eso, como cristianos, una cosa ineludible que hay que quitar de nosotros, en nuestras relaciones, es la adulación. ¡Cuántos aduladores nos encontramos, día a día, por la calle al caminar y relacionarnos con los demás. A Dios no lo engañamos y nos pide no engañar al prójimo. Por eso, la segunda lectura de Pablo a los Corintios nos recuerda que Dios nos va comunicando una sabiduría especial desde el lenguaje de la crucifixión de su hijo sin pretender caer en el juego pretendido por los mismos judíos, juego que no tiene límite: Pedir milagros como condicionante para su fe y la exigencia de los paganos de pretender una sabiduría que no mira a la trascendencia que Dios nos comunica, por eso el lenguaje de Dios es un lenguaje de cruz, de asumir cada uno desde la propia misión en la vida lo que la misma vida nos pide por amor: Renunciar dándonos y compartiendo hasta el extremo de la renuncia a uno mismo. ¡Qué difícil es para el ser humano hacer este camino de cruz y de renuncia! Se trata de asumir el propio sufrimiento que conlleva cualquier misión en la vida y más la que está en la línea del seguimiento de Jesús.

Hoy, más que nunca, hemos de apoyarnos en Cristo, roca de nuestra fe, para que lleguemos a la Pascua bien pertrechados. Como dice San Pablo: Y la roca era Cristo. Por tanto, sigue diciendo San Pablo, el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga. Porque la fe no es una tarea nuestra, es don gratuito de Dios que se regala a aquellos que se ponen en condiciones de acogerla y cultivarla.

Vemos así que Dios no nos quiere más esclavizados, aferrados a esquemas que no nos dejan crecer, volar, ver otros horizontes. Los judíos negociantes en el templo no les importaba el verdadero culto, para ellos el negocio y lo que sacaban de provecho en razón del culto era lo más importante. Jesús viene a poner en crisis ese esquema y será lo mejor. En nuestra vida ¡cuánto nos cuesta asumir esto! Dios rompe nuestros esquemas para conducirnos por un camino de liberación de tantos apegos que nos hacen esclavos. Le hace bien a nuestra vida de bautizados y a la iglesia que Dios rompa nuestros esquemas, es la mejor manera para crecer, para tomar conciencia de nuestro estado en el que nos encontramos y que muchas veces está muy viciado.

Somos como una higuera plantada por el viñador. Destinados a dar frutos para la comunidad humana. Si no tenemos frutos somos inútiles y el viñador puede arrancar nuestra higuera. Él la cuida, la cava, la riega y nosotros hemos de poner el resto. Dios sigue esperezado nuestros frutos y se arma de una infinita paciencia: “Señor, déjala todavía este año, yo cavaré alrededor y le echaré estiércol”

Hoy se nos invita a hacer esa experiencia de la “kenosis”, es decir, de vaciarnos de nosotros mismos, desde la experiencia de la Cruz. Hacer un camino abierto completamente a Dios y en total relación de iguales con nuestros semejantes sintiéndonos uno con quien nos rodea, quitando toda idea de superioridad.

 Jesús, al no fiarse de los hombres porque sabía lo que había en cada uno, deja muy clara la razón de cuestionar la falsedad constantemente de los fariseos, de los escribas y sumos sacerdotes. Estos buscan constantemente ponerle trampas, no lo reconocen, no lo aceptan. Jesús no se presta al juego ni al negocio de ellos, se sale de sus esquemas por eso buscarán eliminarlo. Jesús es una persona totalmente libre y nada lo condiciona, por eso entra a Jerusalén con la conciencia de lo que ahí puede encontrar de obstáculos pero eso no lo limita porque para Jesús lo importante es llevar a cabo la misión del padre.

 Pues bien, la cuaresma es el tiempo de la poda, de la cava y del estiércol, de purificación de nuestro templo, que somos nosotros mismos. ¿Estaremos dispuestos  a la conversión que nos pide el Evangelio?

 ¿Cómo vamos afrontando esta cuaresma? ¿Se nota en nosotros el espíritu de conversión o estamos estancados y desanimados sin dar un solo paso?

Ojalá que sepamos acogerlo y recibirlo en nuestra casa, que es nuestra vida, no sea que nos pase como a aquel que nos cuenta Lope de Vega:

 ¿Qué tengo yo que mis amistad procuras?

¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,

Que a mi puerta cubierto de rocío

Pasas las noches del invierno a oscuras?

¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras

Pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío!

Si de mi ingratitud, el hielo frío

Secó las llagas de tus plantas puras.

¡Cuántas veces un ángel me decía

Asómate ahora a la ventana

Verás con cuanto amor llamar porfía.

Y cuántas  -Hermosura soberana-

Mañana le abriremos respondía

Para lo mismo responder mañana.

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