El educador en la escuela católica.

- Entrad mar adentro y echad las redes -

Atravesamos el tiempo de las seguridades y de las inseguridades, como el “Cornavirus”. Preferimos la tranquilidad de la arena a la inseguridad del mar adentro. En la formación nos conformamos con educar a los niños para disfrutar del momento en lugar de prepararlos para la vida. Las familias sólo educan para la felicidad pero no para el riesgo. Colocarse bien se convierte en la consigna indiscutible. ¿Colocarse bien para qué? ¿Para vivir  cómodamente o para afrontar los retos ineludibles de la vida? Sin duda, vivimos un tiempo de encrucijada donde los valores se aparcan a favor del pragmatismo necesario para apurar cada instante hasta la última gota.

  Sucede, sin embargo, que alguna vez llega el mañana y, con él,  las responsabilidades, las dificultades, los fracasos amorosos, la enfermedad, la crisis económica, las depresiones y una larga lista de sombras que acompañan nuestras luces.

Estamos invitados a no quedarnos en las ramas, a  remar mar adentro, a no eludir la vehemencia de las olas, a no quedarnos en la cáscara de los acontecimientos porque lo esencial de la vida está dentro, en el horizonte.

   Las barcas estaban amarradas. ¿A dónde iremos? ¡Cómo está el mundo! Se lamentan los padres, se lamentan los profesores, se lamentan los alumnos…  Tenemos la tentación de amarrar nuestras barcas y convertir esta hermosa vocación educadora en simple profesión. ¡A vivir que son cuatro días y que cada barca aguante su vela!

  Jesús, el maestro, le pidió a Simón que se alejara de la orilla y empezó a enseñar desde la barca. El auténtico educador de hoy tiene que alejarse de la orilla, de la mentalidad dominante, de los valores basura que regala bien envueltos la publicidad, de la imagen superficial y vulgar que nos impone la televisión como modelos del presente. El educador de hoy no puede renunciar a enseñar, a transmitir valores e instrumentos para la vida. No se trata de solucionar la vida de nadie ni regalar felicidad a manos llenas, -de eso se encargan las multinacionales-;  se trata de preparar a nuestros niños y jóvenes para la vida en todas sus circunstancias. Y eso no se hace ofreciendo solamente contenidos, teorías o buenos consejos; se hace ofreciendo instrumentos –valores- para que ellos mismos sepan afrontar la vida desde presupuestos seguros y firmes. Por eso Jesús no solamente hablaba y enseñaba sino que, a renglón seguido, amaba, perdonaba, acogía sin distinciones, escuchaba, alentaba y se entregaba hasta dar la vida sin metáforas ni recursos estilísticos. ¡Era un educador! ¡Era un testigo! Y su propuesta educativa no ha sido superada todavía.

  No basta con hablar; hablando aburrimos muchas veces hasta a los peces. Se trata de entrar mar adentro, de profundizar en el sentido auténtico de la vida, de buscarle una salida, si la tiene, a este sueño de ser hombres y mujeres de verdad, más allá de tanto cuento como nos rodea. Porque nos cuentan todos los días muchos cuentos.

   Y estamos cansados, estresados, depresivos, decepcionados y acomodados…. Los grandes hippies de los sesenta son ahora los directores de los bancos y multinacionales. Los profetas de otros tiempos, indicadores de un horizonte más utópico y necesario, han pedido la jubilación anticipada aprovechando el estado del bienestar. Muchos educadores de siempre, aquellos maestros de la escuela y de la calle, han pedido horario reducido y están pensando en la baja voluntaria. Nos cuesta echar las redes y pescar, ganar hombres y mujeres para la vida, señalar un horizonte esperanzador y humano más allá del fin de semana. Lo mismo les pasó a los discípulos: “Hemos estado pescando toda la noche y no hemos cogido nada, pero si tú lo dices echaremos otra vez las redes.”

En este tiempo de la libertad, esa palabra malherida y desgastada de usarla tanto y tan mal, crecen por doquier las dependencias. Ahora que tenemos más que nunca somos más dependientes que nunca. Tenemos la vida hipotecada metafóricamente y literalmente y estamos embarcados en una carrera por tener más, por aparentar más, por disfrutar más, por conseguir más, que nos dejamos auténticos jirones del alma en el camino.

  Mira que nos hemos puesto pesimistas. Pues no, yo creo que llegará el tiempo de una pesca abundante. ¿A dónde vamos a ir? Sólo tú, Señor, tienes palabras de vida eterna. Por eso los discípulos dejaron sus barcas y le siguieron. Porque la clave no está en las barcas, sino en el Pescador. La clave de la formación hoy no está en los libros o en los materiales, sino en el educador y en las familias educadoras.

Me atrevo a proponeros, educadores, que Jesucristo sigue siendo una oferta válida, consistente, sin trampa ni cartón, para la escuela del siglo XXI. Las aguas del Evangelio son profundamente hondas, profundas, como para llevar a ellas nuestras barcas de nuevo y animar a nuestros niños y jóvenes a surcarlas sin miedo, a abandonar las seguridades de la playa y a afrontar el reto de nadar contracorriente para alcanzar la tierra soñada.

  Y vosotros, educadores, sois los timoneles, mucho más que las familias que con frecuencia delegan en vosotros, por desgracia. No os conforméis con subir a la barca a vuestros muchachos, remad con ellos mar adentro, ilusionarlos en la conquista de valores permanentes.

Si descuidáis vuestra responsabilidad como promotores de la vida y del fututo, al final de la jornada, después de mil pasos estériles y mil temas explicados, sólo tendréis vuestro sueldo. ¿Qué haréis entonces cuando se os gaste?

Sin valores la escuela es puro adoctrinamiento y el futuro de los jóvenes dependerá solamente de su cuenta corriente.

    Tenemos que hacer posible una escuela nueva. La escuela cristiana quiere ser una escuela nueva, donde la libertad se llene de contenido y los valores se sientan como en su casa. Tal vez podríamos plantearnos remar  mar adentro y echar las redes, con Jesús de timonel en nuestra barca. ¿Quién se sube? La Escuela católica zarpa…

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