El P. Cantalamessa renuncia a ser obispo El hábito y la púrpura.

Hay mucho clericalismo rancio todavía que prende de los lampadarios y cuelga de las estolas.

Me ha sorprendido gratamente la noticia de que el P. Raniero Cantalamessa, nombrado cardenal por el papa, haya pedido la dispensa de la ordenación episcopal."He pedido al Santo Padre la dispensa de la ordenación episcopal". Prefiere seguir usando su hábito franciscano en lugar de la mitra y los atributos episcopales. Cuando estamos acostumbrados más bien a lo contrario, a esconder el hábito para abrazar la púrpura, excepto en algún caso conocido de nuestro episcopado que usa el hábito, de vez en cuando, para aparentar pobreza y humildad, pero ya sabemos que no es una actitud sino un acto aislado, una manera más de buscar notoriedad. El hábito también puede usarse en el sentido contrario  a lo que realmente significa.  El P. Cantalamessa no quiere cambiar la estameña de su hábito por la púrpura del episcopado y las apariencias de la mitra, el báculo y el pectoral. En realidad, hábito y púrpura parecen un oxímoron o, al menos, deberían serlo.

Acostumbrados a tanto trepa en la iglesia que está deseando cambiar el hábito o la sotana por la púrpura, no deja de sorprendernos para bien que un fraile no desee cambiar su humilde hábito franciscano por los atributos episcopales tan asociados al poder y a la apariencia, al palacio y al escudo nobiliario. El P. Cantalamessa es todo un símbolo de los hombres pequeños que desean serlo delante de Dios. Es el pequeño David frente a Goliat. Es la apuesta de la hormiga frente al rinoceronte, de lo espiritual frente a lo material. Es Casaldáliga frente  Burke y muchos otros. No podía pasar de largo un gesto como éste porque escasean mucho y la iglesia desea entrar en el santuario de los pobres y sencillos. Y yo deseo destacarlo para que no pase desapercibido. Porque el mundo nos mira con sospecha por culpa de muchas realidades sociales y penosas que acompañan  a los hombres de iglesia. La concepción de la gente nos ha apeado del pedestal donde estábamos para colocarnos en el suelo, que es un lugar de donde nunca deberíamos haber salido, porque es nuestro lugar natural.

El P. Cantalamessa llevará su vida de siempre: predicar, que es lo suyo, y vivir, lejos de palacios y atrios de lujo, en el convento, con las clarisas capuchinas, en la ermita del amor misericordioso de  Cittaducale.

Necesitamos encontrar en el amplio espectro de la iglesia pastores según el corazón de Dios, con olor a oveja, y ajenos a tanto clericalismo rancio como todavía prende en los lampadarios y cuelga de las estolas. La iglesia se juega mucho en ello.

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