"No tengáis miedo" El horror y el error de la guerra

El peligro de ser espectadores

Dice César Vallejo, en su libro “Los heraldos negros”: Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé, golpes como de la ira de Dios”
Efectivamente, los seres humanos nos enfrentamos con mucha frecuencia a acontecimientos que nos producen miedo, vértigo y dolor. Momentos que nos descolocan, nos acorralan y en los que sólo percibimos, como decían los místicos una profunda noche oscura. Uno de estos momentos crudelísimos que no acabamos de entender y al que tenemos el peligro de acostumbrarnos como si fuera una noticia más es la guerra entre Hamás e Israel. Hace solo unos días que he estado por allí y he pasado de Israel a Palestina sin problema alguno
De vez en cuando nos visita la enfermedad, el sufrimiento, la muerte de un ser querido, el zarpazo injusto de la injusticia. Y sentimos un miedo atroz, paralizante, Y le preguntamos a Dios por qué, le pedimos que aparte de nosotros ese cáliz. La escenas de destrucción irracional en Israel primero y en Gaza después comienzan a ser intolerables.
Hay quien se aleja de la fe porque no puede entender que Dios permita el mal, la injusticia o el sufrimiento de los inocentes. Nos cuesta entender que la debilidad es una condición humana, que no somos dioses, que el mismo Jesús, el Hijo querido del Padre, ha tenido que pasar la prueba terrible del sufrimiento y de la muerte, del silencio de Dios.
Jesús no nos ha explicado el sentido del dolor humano y del miedo. Nos ha ofrecido un camino para situarnos ante él con dignidad, con esperanza, con sentido.
María es también para nosotros un modelo precioso par situarnos correctamente ante el dolor porque ella ha vivido en propia carne la noche oscura, la persecución de su hijo, y, sobre todo su muerte en la cruz. Y no estaba allí desmayada, derrotada, desesperanzada. No, estaba allí enhiesta, firme, de pie, confiando en su Hijo. Lo dice con mucha claridad San Juan: De pie junto a la cruz estaba su madre. María ha sido en todo momento una mujer de fe probada.
Tenemos miedo a la inseguridad del futuro. Con frecuencia ese miedo nos lleva a suscribir costosas pólizas de seguro para sentirnos más tranquilos ante la incertidumbre del tiempo.
Tenemos miedo a los problemas de salud que pueden impedirnos llevar una vida con calidad y disfrutar de cuanto nos rodea.
Tenemos miedo a los caminos que puedan tomar nuestros hijos o aquellos seres queridos que conviven con nosotros.
Tenemos miedo a perder la aceptación social, a no saber afrontar los problemas, a no realizarnos como seres humanos, a no ser queridos en nuestro entorno...
En fin, que el miedo es parte de nuestra vida y difícilmente podemos decir que somos hombres y mujeres que no conocemos el miedo. Somos hombres y mujeres convocados también al sufrimiento.

Pero Jesús nos ha dicho que no tengamos miedo. ¿Acaso el miedo no es algo esencialmente humano?
La invitación de Jesús va dirigida a descubrirnos que todo aquel que confía en el Padre y en su palabra tiene más motivos para el gozo que para el miedo.
Descubrir que Dios es quien sostiene y da sentido a nuestra vida es un aval tan seguro, tan inmenso que el creyente se siente sostenido y amparado en su debilidad y nada ni nadie puede quitarle la paz.
El problema surge cuando nuestras seguridades no están en Dios sino en las cosas que nos rodean o en las decisiones de los otros, o en pequeños proyectos que no consiguen llenarnos el corazón.
Si nuestra confianza está en las cosas materiales, ¡claro!, cuando éstas fallan, y fallan siempre, nos invade el miedo y empezamos a saborear la amargura del fracaso.
Se trata en definitiva de saber dónde tenemos invertida la fe y la ilusión de la vida.
Si está invertida en dinero, nuestra ilusión se vendrá abajo cuando baje la bolsa, se devalúe la moneda o salgan mal nuestros negocios. Tendremos razones para el miedo.
Si está invertida en el poder y en el prestigio, nuestra fe y nuestra ilusión se vendrán abajo cuando nos fallen los apoyos y nos descubramos limitados. Y entonces tendremos razones para el miedo.
Si está invertida en la búsqueda del placer y del bienestar, nuestra fe y nuestra ilusión se vendrán abajo cuando tengamos que asumir la prueba del dolor de la que tan pocos hombres se libran y se nos exija cargar con la cruz. Tendremos entonces razones para el miedo.
Si la tenemos en los políticos podemos confesarnos ya porque estamos viendo como venden la seguridad y la paz de los ciudadanos a fuerza de ideologías e intereses partidistas que dan pena.
Cuando Jesús nos dice que no tengamos miedo está tratando de hacernos ver la fe es una columna básica para vivir con serenidad y esperanza, pase lo que pase.
Fijaos lo que nos dice San Pablo: "Ni la muerte, ni la desnudez, ni el peligro, ni la espada, nada ni nadie podrá apartarnos del amor de Dios que se ha manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro."
Y San Pedro: "¿A dónde iremos, Señor, sólo tú tienes palabras de vida eterna."
Y el mismo Jesús: "Venid a mi si estáis cansado y agobiados que yo os aliviaré porque mi yugo es suave y mi carga ligera."
La iglesia, en sus santos, ha sido ya la prueba evidente de esta certeza.
Por la fe, los apóstoles, fueron capaces de superar el miedo y anunciar el Evangelio a tiempo y a destiempo aun a costa de su propia vida. Nada ni nadie los hizo retroceder. Se enfrentaron a las persecuciones del imperio romano y acabaron venciendo al poderoso imperio con la simple fuerza de la fe.
Por la fe, los santos, vencieron el miedo a la muerte, y aceptaron el martirio, antes que renegar de Jesucristo, convencidos de que cuando los mataban por Cristo los llenaban de vida eterna.
Por la fe, los misioneros, vencen el miedo a la miseria y a la guerra, y entregan su vida en un servicio cercano y generoso a los pobres más pobres.
Por la fe, muchos creyentes, hombres y mujeres anónimos, hoy ahora, vencen el miedo al qué dirán y a las modas que impone la publicidad y el consumo, y abrazan compromisos cristianos admirables, abrazando la vida consagrada o sacerdotal, ayudando con su tiempo y su dinero a los más desfavorecidos, cuidando gratuitamente a los enfermos, atendiendo con cariño y solicitud a los ancianos… etc.
Hoy todos, en plena guerra en Oriente Medio, estamos invitados a vence el miedo desde la fe.
Si nuestra fe es auténtica viviremos el gozo de ser hijos de Dios y sentiremos la paz del corazón que Dios regala a los sencillos.
Si nuestra fe es auténtica, no habrá nada ni nadie capaz de hacernos retroceder en este hermoso camino cristiano que comenzamos un día en nuestra bautismo.
Por el contrario; si no cuidamos la fe, si no la cultivamos con amor y con esmero, tenemos muchos motivos para tener miedo:
Martín Descalzo, el sacerdote poeta, en los últimos meses de su vida, cuando se sabía acorralado por la muerte, escribió unos de los mejores versos sobre el sufrimiento y el dolor que se han escrito:

Nunca podrás, dolor, acorralarme.
Podrás alzar mis ojos hacia el llanto,
secar mi lengua,
amordazar mi canto,
sajar mi corazón y desguazarme.

Podrás entre tus rejas encerrarme,
destruir los castillos que levanto,
ungir todas mis horas con tu espanto,
pero nunca podrás acobardarme.

Puedo amar en el potro de tortura.
Puedo reír cosido por tus lanzas.
Puedo ver en la oscura noche oscura.
Llego, dolor, a donde tú no alcanzas.
Yo decido mi sangre y su espesura.
Yo soy el dueño de mis esperanzas.

En medio de la sombra y de la herida
me preguntan si creo en ti. Y digo
que tengo todo cuando estoy contigo:
el sol, la luz, la paz, el bien, la vida.

Sin ti, el sol es luz descolorida.
Sin ti, la paz es cruel castigo.
Sin ti, no hay bien ni corazón amigo.
Sin ti, la vida es muerte repetida.

Pues si me faltas Tú, no tengo nada:
ni sol, si luz, ni paz, ni bien, ni vida.
Que el Señor Jesús, que nos ha entregado su Espíritu, su fuerza, nos haga sentirnos siempre en brazos de Dios Padre, para que descubramos el gozo de vivir, la alegría de ser sus hijos, y superemos ese miedo a lo que vendrá que a veces se instala en lo más íntimo del corazón y no nos deja vivir. Que María, experta en sufrimiento y en noche oscura, nos abra el camino para que descubramos la aurora después de la noche y el gozo que Dios concede a los que mantienen viva y fresca la esperanza. Que la paz se abra paso en nuestro corazón como anticipo de la paz social y mundial que necesitamos en este momento.

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