No es tiempo para darnos golpes de pecho, sino golpes de ánimo El miércoles de Ceniza, no es tiempo de legalismos.

Dios parece ya un anciano achacoso y por eso lo hemos llevado al asilo del olvido.

Este miércoles, 2 de marzo, comienza, para quienes amamos la espiritualidad cristiana, es decir la austeridad y la esperanza, el tiempo litúrgico de la Cuaresma. Cuarenta días para renovarnos en nuestro interior, sobre todo, y también en nuestras actitudes y relaciones. Es un tiempo muy especial que nos limpia de tanto como nos sobra y nos estorba y hasta nos perjudica.  Es un tiempo de gracia, en el sentido de encontrar la presencia vivificante del Dios viviente, el “Abba” de Jesús de Nazaret. También podemos encontrarle como mamá querida o amigo fiel o compañero inquebrantable de camino o esposo/esposa tierno y cercano o, lo que es lo mismo, como vida plena. Alguien que nos cambia la vida en lo más profundo y nos hace felices como sólo Él puede hacer feliz.  Os invito, pues,  a que nos pongamos en camino hacia la Vida con mayúscula. Es lo mejor que nos puede ocurrir en la existencia aquí en este planeta llamado Tierra.

En este tiempo de inseguridad y guerra en Europa. Los hombres no aprendemos de las heridas del pasado y volvemos, una y otra vez,  a lo mismo.

Un poeta contemporáneo y amigo, Miguel Ángel Mesa, bloguero aquí en Religión Digital y amigo,  se ha preguntado si el Ayuno y la Abstinencia son piezas arqueológicas.

Y él mismo responde así: … Y si el ayuno y la abstinencia tuvieran un sentido traducido a nuestros días. ... Y si hay algo más que lo que ha quedado de cambio de carne por pescado. ... Y si para notar la falta o echar de menos a alguien apago el móvil, un buen rato. ... Y si cuando llego a casa no conecto inmediatamente la televisión. ... Y si, por un día, “ayuno” de información indiscriminada a todas horas. ... Y si en mi lista de compras de cada día suprimo algo innecesario y eso que me iba a costar lo comparto con un pobre.

... Y si abro el ordenador para ver los correos, mañana, y hoy le escribo una carta a mano –de las de antes- a esa persona que está necesitando una palabra de consuelo. ... Y si me siento cinco minutos a no hacer nada. ... Y si escucho atentamente a mi hijo contándome lo que le ha pasado en el “cole”, como si no tuviera ninguna otra cosa que hacer en el mundo. ... Y si dedico otros cinco minutos más a pensar. ... Y si no me llevo el coche al trabajo y me llevo un libro de formación religiosa al autobús. ... Y si “me abstengo” de charlas de café en las que parece vamos arreglar el mundo. ... Y si me compro un ramo de margaritas amarillas y admiro sin prisa lo bonitas que son. ... Y si antes de empezar o de acabar el día, dedico un rato a la oración o a la meditación, dando gracias a Dios porque soy yo y estoy aquí. ... Y si, verdaderamente, el ayuno y la abstinencia fueran algo más que un par de “piezas arqueológicas” como las que se exponen en los museos, que nos recuerdan valores y formas pasadas. ...Y si, resulta, que tienen una significación para el mundo de hoy, en el que estamos saciados de todo y nos viene bien echar de menos -¿qué... la carne, el pescado, un poco de dieta?-, no, echar de menos el cariño y el amor que necesitamos todos y no acabamos de compartirlo. ... Y si, después de unos días (40 pueden ser, eso dura la Cuaresma) de esta nueva forma de “ayuno y abstinencia” nos encontramos más ágiles, menos estresados, más contentos, además de confiados y atentos a nuestro interior y al de los demás... ¿será algo así el inicio de un camino de conversión? Estamos llamados a convertirnos en personas felices, que es lo que Dios quiere. ¡Ojalá el ayuno y la abstinencia nos ayuden a descubrir quiénes somos y creer en el milagro de que podemos ser felices si nos lo proponemos¡

     Otra vez, un año más, la Cuaresma nos sale al encuentro y nos invita a comenzar un camino nuevo.  ¿Un camino nuevo o el mismo del pasado año?

Si no dejamos que la Cuaresma, cada año, nos cambie la vida, somos como el árbol del camino que nadie poda, cada día más viejo, hasta que el rigor del invierno le deje sin hojas para siempre. Necesitamos la poda de Dios cada año que haga surgir en nosotros la savia nueva de la vida, de la fe, de la esperanza. Es tiempo de poda. Estamos aquí como pobre ceniza para ser de nuevo encendidos por las ascuas del Espíritu. Cuaresma ha de ser cambio en nuestra vida o no es nada, simple ceniza que se lleva el viento. Desde la Palabra de Dios nos gritan apasionados los profetas; desde los acontecimientos de la vida oímos el grito incesante que nos invita a no cruzarnos de brazos; desde el fondo del corazón oímos la denuncia siempre hiriente que nos invita a vencer la monotonía y a declararle la guerra a la vulgaridad, al vacío, al hastío...

 Pero un año y otro nos hacemos sordos a tantos gritos y decimos como el poeta Lope de Vega: “Mañana le abriremos, para lo mismo responder mañana”.

 ¿No es verdad que hay síntomas que nos recuerdan que el camino por donde vamos no es siempre el camino de Dios? En realidad parece que Dios no nos hace demasiada falta; los problemas de cada día se solucionan más bien con salud, dinero y trabajo. Y a Dios lo tenemos encerrado en alguna que otra oración, en alguna misa de vez en cuando, y en la iglesia que para eso está. Y lo sentimos cada vez más lejano, cada día más extraño, hasta acostumbrarnos a vivir sin Él. Como tantos hijos hacen con sus padres en la ancianidad. Tal vez Dios es ya un anciano achacoso y por eso lo hemos metido en el asilo del olvido. Eso sí, lo visitamos de vez en cuando para que luego no digan...

 Pero Él, una y otra vez, nos convoca y nos llama, desde el fondo del propio corazón. Porque cuanto más cosas tenemos, más grande se hace la distancia que nos aleja del verdadero sentido de la vida. ¿Somos hombres y mujeres para tener o más bien para ser? 

    La felicidad no está enlatada en los supermercados del barrio; más bien es una tarea, una conquista del alma, que hemos de emprender cada día. Y Dios tiene mucho que ver con la felicidad. Nos ha entregado a su Hijo para que veamos claro el camino, para que descubramos la verdad y saboreemos la vida. Este es el reto que tenemos delante en esta cuaresma de Pandemia.  Vivir para ser, creer para avanzar, amar para descubrir a Dios en los quehaceres de nuestra propia existencia, cuidarnos para cuidar a los otros.

 Está muy bien rociarnos de ceniza como símbolo de pequeñez y humildad; pero vale más un gesto de perdón a quien me ha ofendido que diez camiones de ceniza.

Está muy bien una limosna en tiempo de cuaresma como signo de caridad y de conversión, pero vale más un compromiso de luchar por la justicia, una actitud desprendida y en lucha constante contra el consumismo inútil, que mil limosnas de lo que nos sobra.

Está bien ayunar de vez en cuando, como manda la iglesia, para sentirnos solidarios con los pobres y descubrir el sacrificio de los que ayunan todos los días por obligación, pero vale más ayunar de egoísmos, de odios, de avaricias, de mentiras, de zancadillas y de indiferencia que dejar de comer cuatro filetes de carne los viernes cuaresmales.

Está bien encender una vela como signo de oración al Dios que es luz de los hombres, pero vale más encender una sonrisa, una palabra de ánimo, una mano tendida a un enfermo, un saludo cariñoso al vecino al que no tragamos, que mil velones ante el sagrario.

 Porque el sagrario más hermoso de Dios son sus hijos, los hombres. La limosna más generosa, el amor que ponemos en lo que hacemos. El ayuno más austero, la lucha contra el pecado Y la oración más auténtica la celebración gozosa de la Eucaristía, cada domingo, donde Dios se reparte y se comparte para todo el que quiera sentir su presencia y su ternura. En la iglesia, con todos los creyentes, en familia; Dios, el padrazo, disfruta contemplando a todos sus hijos reunidos y en fiesta. Nos vamos sintiendo redimidos a medida que amamos.

 He aquí la cuaresma que empezamos. No es tiempo para darnos golpes de pecho, sino golpes de ánimo. No es tiempo para andar cabizbajos sino más bien para calentar motores y ponernos en camino. No es tiempo para la tristeza, que sabemos muy bien que Dios anda entre nosotros, que nos ha regalado a su hijo, y esto hay que celebrarlo.

 Estábamos perdidos y Dios nos ha encontrado a través de su hijo querido.

Góngora nos lo dice hermosamente:

Oveja perdida, ven

sobre mis hombros, que hoy

no sólo tu pastor soy,

sino tu pasto también.

Por descubrirte mejor

cuando balabas perdida,

dejé en un árbol la vida,

donde me subió el amor;

si prenda quieres mayor

mis obras hoy te la den.

Oveja perdida, ven

sobre mis hombros, que hoy

no sólo tu pastor soy,

sino tu pasto también.

Pasto al fin hoy tuyo hecho,

¿cuál dará mayor asombro,

o el traerte yo en el hombro,

o el traerme tú en el pecho?

Prendas son de amor estrecho

que aún los más ciegos las ven.

Oveja perdida, ven

sobre mis hombros, que hoy

no sólo tu pastor soy,

sino tu pasto también.

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