¿Pastores o lobos en medio del pueblo de Dios? El buen pastor es un líder, artesano de la paz, que integra y crea procesos de crecimiento.

Alfredo Quintero Campoy y Alejandro Fernández Barrajón

 Estamos en un tiempo apasionante e inquietante a  la vez. Nunca como en estos tiempos hemos tenido tantas posibilidades y seguridades, tanta cultura y formación, un acceso tan amplio a la sanidad y al desarrollo. Estamos en el mejor de los tiempos posibles. ¿Quién lo duda?

   Y, a la vez, como una paradoja incomprensible, vivimos tiempos de incertidumbre, de miedo al futuro, de guerras espontáneas de una virulencia fatal, de una Pandemia descontrolada. Tiempos donde no hemos logrado un consenso de valores para caminar serenos. Tiempos de multitudes y de intensa soledad. En Inglaterra se ha creado en el Gobierno un "Ministerio de la Soledad", pensando en tantos ancianos que viven y mueren solos. En el tiempo de las seguridades vivimos más inseguros que nunca.

   Dicen los pensadores que estamos no en una época de cambio, sino en un cambio de época. Estos cambios vertiginosos y rápidos nos han cogido con el pie cambiado y no sabemos a qué atenernos. Es lo que llamamos un tiempo de “crisis”.

   Pero las crisis no son malas si sirven para que demos un salto cualitativo. Dice Casaldáliga, con mucho acierto: que “la crisis es la fiebre del Espíritu. Donde hay fiebre hay vida. Los muertos no tienen fiebre”

  Y uno de los síntomas de este tiempo de crisis, de fiebre, es el mismo que aparece en el evangelio de hoy: Jesús mira a las gentes, a su pueblo, y ve que andan como ovejas que no tienen pastor. Él quiere ser un buen pastor

El buen pastor, es un líder cuya aguda inteligencia se manifiesta en integrar desde el amor.  Se puede llegar a un liderazgo desde la pretendida fuerza del poder; es decir, de estar por encima de los demás y de pensar que puede disponer de ellos. El líder que es un verdadero pastor entiende y sabe que está al servicio de quienes lo necesitan y lo reconocen como su guía. La postura de Jesús es la que se coloca al servicio de los demás. Así nos lo hace ver el evangelio de Marcos de este domingo 16 del tiempo ordinario. Es alguien que entiende de sacrificios por los demás. Sacrificar el propio tiempo, el propio descanso, los propios pasatiempos que cualquier persona puede tener, éstos son sacrificados por el buen pastor. Porque su mayor deseo es ver a la oveja, que depende de él, con el mayor bien posible.

  En otros tiempos, los valores de la fe nos convocaban y nos reunían, nos hacían sentirnos un solo pueblo en torno a unos valores compartidos y podíamos caminar serenos y esperanzados aunque nuestros recursos económicos y técnicos fueran mucho menores.

   Hoy, desde presupuestos que consideramos más progresistas, nos rebelamos contra un pasado que tiene mucho de glorioso, iluminado y enriquecido por la fe. Arrancamos nuestras raíces cristianas, ésas que han hecho posible nuestras catedrales, nuestros museos, nuestra literatura más brillante, nuestras tradiciones más arraigadas, y hasta exigimos en algunos casos la apostasía porque no sabemos a qué carro de valores subirnos y cómo encontrar el sentido necesario para caminar sin agobios interiores. “Como ovejas sin pastor”.

 El amor como inteligencia de acción del buen pastor lo lleva a vencer los odios que se originan en las envidias, en las guerras de poder, en las mentiras, en los chismes, en la manipulación, en la opresión. Nuestra política pública está plagada de mucha mentira por ostentación de poder y explotación abusiva del ejercicio del mismo poder por un beneficio egoísta y no de servicio al otro como exige la verdadera vocación política. ¡Cuántos hay en la vida de relaciones humanas que sólo se sirven de las buenas ovejas para sacarles su lana y aprovechar su carne!  Y cuando ya no sirven a sus intereses las desechan, se olvidan de las mismas y las abandonan al desamparo, matando sus ilusiones y esperanzas y dejándolas expuestas a cualquier dificultad que puede acabar con ellas.

Evidentemente, hemos llegado hasta aquí desde la libertad y no estamos dispuestos a perder este valor tan hermoso de los hijos de Dios. Queremos vivir en democracia, en libertad. Pero necesitamos construir nuestra convivencia en valores permanentes y cimentar un proyecto social consistente y esperanzador. Ésta es la vocación irrenunciable de todos los pueblos.

 Hoy, desde la palabra que se nos regala, podemos decir que la Iglesia tiene mucho que hacer y que decir en este proyecto compartido de convivencia y que quiere asentarse sobre la paz. Y si tiene mucho que decir ha de decirlo.

  En verdad, Jesucristo, el buen pastor, tiene una oferta humanizadora y llena de esperanza para la humanidad. Y la Iglesia quiere vivirla y celebrarla, anunciarla y compartirla. Jesucristo es el buen pastor que ama a sus ovejas y da la vida por ellas. No es un salariado al que no le importan las ovejas. Su oferta, su evangelio, sigue siendo hoy actual y fresca y sus valores no han sido aún derrotados porque son los mismos valores humanos en los que nos sostenemos y por los que vivimos y luchamos.

 Jesucristo es quien sabe de la gran oportunidad de integrar. Su origen es judío, es el retoño de Judá, como dice la primera lectura de Jeremías. Él se sabe hermano de todos: judíos y paganos. Desde esa inteligencia de amor que hermana y nos descubre reconociéndonos de una misma sangre en quienes mora un mismo espíritu, el espíritu del Padre; Él nos une; se sacrifica y abre el camino de la paz. Él ve que lo que nos asemeja, lo que nos acerca y hace un camino de integración en el que nos descubrimos como hermanos. ¡Qué difícil es para un mundo en el que al registramos con una identidad válida, establezcamos fronteras y limites en nuestras relaciones! Es decir, nos decimos parte de una familia, de un sector económico y social; de un país; de unos talentos mejores  que los demás.

  Si estamos como ovejas sin pastor, sin horizontes claros y luminosos. Si nuestros jóvenes se refugian en antivalores y sucedáneos, como el alcohol, el ruido, la droga, la superficialidad. Si nuestro mundo no consigue avanzar en cotas de mayor justicia e igualdad; si no terminamos de poner freno a la violencia porque estamos doblegados por la fuerza del dinero y la avaricia del poder; si nos quejamos todos los días de que esto no va como quisiéramos y de que deseamos un futuro más despejado para nuestros hijos.

Muchas veces en nuestras actitudes decimos: No me junto con ellos porque no son de mejor escala que yo o porque. Simplemente. no me siento con la confianza de participar en los espacios de vida de los otros. Nuestra gran dificultad al relacionarnos es que nos orientamos muchas veces con el domino de nuestras diferencias que nos separan y no con la fuerza de lo que nos acerca. Tal vez sea el momento de volver a planearnos que alentados por la fe estamos mejor. Que necesitamos un ideal, un líder, un pastor que nos conduzca de nuevo a las praderas de la serenidad y de la paz del corazón. Tal vez ha llegado el tiempo de ponernos a la escucha para oír de nuevo:

 “Venir  a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”

  “Yo doy la vida por mis ovejas”

  “Yo soy el camino la verdad y la vida”

 “Si el Padre viste con tanta hermosura a los lirios del campo y alimenta a los pajarillos que no cosechan ni hilan, ¡cuánto más a vosotros, hombres de poca fe!”

 Jesucristo trabaja en lo que nos acerca, ya lo dice la segunda lectura de los Efesios. Cuántas cosas decimos, escribimos o proyectamos que agudizan nuestras separaciones, nuestras distancias. De seguido estamos en esas contiendas, nos atacamos, nos mordemos y así vamos impulsando una sociedad   moderna   que   no   deja   de   sufrir   porque   ahuyenta   en   lo   profundo   la   paz   que   nos proporciona la verdadera plenitud. La inteligencia del verdadero pastor, sabe de procesos. Es decir, cuantos llegan a liderar grupos de personas  que lo primero que empiezan a hacer es a eliminar a los otros porque ellos son los dueños y no descubren antes el valor presencial y de acción de cada persona. Ciertamente lo que no funciona hay que corregirlo, hay que quitarlo como dice la parábola de la vid, que lo que se seca o no da fruto se corta. Eso es verdad. Pero también, en el caso del buen pastor, es el que sabe hacer procesos con las personas; es paciente en su acompañamiento. Sabe que, como buen pastor, tiene que lograr que las ovejas, que le han sido confiadas, logren su plenitud de vida y vocacional.

 Contemplando a Jesús en el evangelio de hoy descubrimos que tiene entrañas de misericordia.

 Estaban cansados, Jesús y sus discípulos, y habían pensado retirarse un poco para descansar. Pero en esas circunstancias Jesús ve a aquellas pobres gentes que buscan sentido y esperanza para sus vidas. Dice el texto que se compadeció de ellos porque estaban como ovejas sin pastor. Y Jesús renuncia a su descanso por compasión, por amor, por misericordia, para regalarles sus palabras, su consuelo, su esperanza.

  Nuestro tiempo, este tiempo confuso y desorientado, que apuesta, como ha dicho el Papa, por colores difuminados en lugar de apostar por colores sólidos y firmes, está necesitado de misericordia.

Y nosotros, los creyentes, somos ahora los pastores que hemos de ofrecérsela. Necesitamos pastores según el corazón de Dios. Pastores llenos de misericordia, de compasión, de ternura, de perdón, al estilo de Jesús. No necesitamos asalariados que condenen, excluyan, acusen y dividan. Cuando  alguien se empeña en dividir en el seno de la iglesia con sus críticas  negativas e infundadas, está siendo un lobo en vez de un pastor.

  Nuestro pueblo se disgrega, se divide, se dispersa… y la Iglesia, cada uno de nosotros, hemos de sumar fuerzas y ser lenitivo y medicina para tanta confusión y desesperanza como nos rodea. Sólo una fe sólida y centrada en Cristo, el Señor, puede devolvernos la condición de pueblo unido. Porque Cristo, con su muerte, ha derribado el muro que nos separaba para hacer de los dos un solo pueblo.

Cada persona es portadora de una vocación y tiene por lo tanto una misión. La tarea del buen pastor es que los que le han sido confiados lleguen a lograr la plenitud de su vocación. Esto requiere hacer y acompañar procesos. La figura del buen pastor, que las lecturas  de este domingo nos hace descubrir, nos deja grandes tareas en la vida presente: hay que integrar, promover los acercamientos, vencer los odios que invaden nuestros corazones y que son motores profundos de divisiones; comprometámonos con el saludo de la paz que nos ofrece el resucitado como fruto de vencer al diablo en sus facetas de poder opresor, de división, de mentira, de atacar la fraternidad con la calumnia buscando eliminar al otro y no integrarlo. ¡Mucho por hacer!  

  Estamos invitados hoy más que nunca a ser promotores de unidad, constructores de puentes y caminos que nos lleven al encuentro con los otros, con todos, sin exclusión. Porque sólo uno, Cristo, es nuestro pastor y Él por su sangre nos ha devuelto la condición de hijos de Dios y de hermanos entre nosotros.

Ya no hay hombre y mujer, esclavo o libre, judío o griego, somos todos uno en Cristo Jesús.

 ¿Por qué, entonces, insistir tanto en aquello que nos separa si es más lo que nos une y nos hermana?

Volver arriba