El arco iris : “Vivir en la tierra con la mirada en el cielo” “Se retiró al desierto y fue tentado”

Alfredo Quintero Campoy-Alejandro Fernández Barrajón

Estamos caminando hacia la Pascua. Porque la cuaresma no es un fin en sí misma, es un tiempo de desierto que nos conduce, igual que al Pueblo de Dios, hacia la tierra prometida que mana leche y miel. Nuestro horizonte es la Pascua.

 La liturgia de la Palabra del primer domingo cuaresmal nos presenta en las tres lecturas una confesión de fe. Tal vez los cristianos de hoy para vivir con sentido y hondura este tiempo lo que más necesitamos es confesar la fe, poner al señor Jesús como centro y pasión de nuestra vida.

Embarcarse con Dios en la aventura y peregrinar de la fe significa transitar seguros a la salvación ofrecida por Dios en su Hijo. Significa recorrer el camino estrecho de ser tentados y asumir la cruz de la entrega, pasando por lo adverso y lo sufrido. ¡Es cuestión de pocos! Porque a la mayoría de la humanidad nos gusta buscar lo seguro, lo cómodo y lo exitoso siempre. En este camino estrecho en el que pocos se salvan, en ocasiones se experimenta el fracaso, pero ése es el camino que Jesús nos indica al retirarse al desierto, siempre un camino ligero, de sacrificio, de oración, de renuncia.

En este camino estamos sobrados de gracia pero también de tentación y de precariedad. La condición humana es quebradiza, como la arcilla; somos hechos simbólicamente de barro en el libro del Génesis, para expresar esta pequeñez y debilidad que nos acompaña.

  Con frecuencia, nos confesamos llenos de dudas, siempre cayendo en los mismos pecados, incapaces de amar sin condiciones y mucho más de perdonar. Pero esa fragilidad forma parte del proceso que queremos recorrer. No hemos de inquietarnos por nuestra debilidad sino más bien saber apoyarnos en la gracia y en las posibilidades que Dios ha puesto en nosotros.

No es la primera vez que el evangelio nos relata que Jesús convive entre animales, ya el nacimiento lo atestigua al nacer en un pesebre estando con animales. Hoy hay personas que viven en sus hogares con sus hermosas mascotas, tal como lo refiere la primera lectura del Génesis: Noé entra al arca con aves, ganado diverso, reptiles etc. Es decir, la liturgia de este domingo nos invita a estar en el mundo en convivencia con la naturaleza y, en ella, con los animales. No somos seres aislados sino en relación con todo viviente, no somos los únicos sino que somos con los demás.

Esto lo aprendemos hoy de Jesús. Él también sintió la fuerza y la amenaza de la tentación, porque fue hombre como nosotros en todo, menos en el pecado.

Retirarse al desierto con una vida libre de cargas para descubrir la voluntad de Dios en nuestra vida nos hace ver que el desierto es el lugar idóneo donde se escuchan los sonidos con nitidez, ahí es el lugar propicio para escuchar la voz de Dios, de ahí la validez actual del retiro, entrar en el espacio de Dios para escuchar su voz tan importante para conducirnos como el buen pastor a sus ovejas, a su rebaño. Que seamos capaces de pasar de una vida llena (sobre todo de cosas) a una vida plena, habitada por Dios.

  Así nuestra cuaresma se hará camino lleno de pasos al encuentro de Dios, que es para nosotros Pascua y promesa de vida plena.

El desierto no es un espacio ganado al cien por cien por la voz de Dios ya que aparece también el ruido perturbador, intencionado para confundir y hacer tambalear que es la voz del maligno, una voz sutil y engañosa que buscará sembrar la duda, la inquietud,  que sorprende y que nos puede agarrar desarmados y sin ideas claras, ése es el riesgo de exponernos a la tentación.

  La tentación y la fuerza del mal están muy cerca de nosotros, en nosotros mismos; y negarlo sería cerrar los ojos a la realidad. Hay un mal estructural que nos supera, que está por encima de nosotros y que provoca muchas veces la muerte de muchos inocentes. Un mal que no viene de Dios; un mal que Dios permite para salvaguardar la libertad de las criaturas y de la naturaleza.

Y hay otro mal que es nuestro, personal y libremente decidido y que actúa contra los otros, en forma de acciones o deseos, de indiferencia o de inhibición.

  No falta pan, por ejemplo, en la humanidad porque Dios lo quiera; falta pan porque somos egoístas y acumulamos mucho más de lo que necesitamos, porque no repartimos, porque no tenemos entrañas misericordiosas. Nos lamentamos pero no hacemos demasiado por evitarlo.

Ayer, hoy y en adelante tendremos en nuestros espacios de vida la perturbación tentadora que nos alejará lejos de Dios por opciones de vida que nos atraerán y en el ejercicio de nuestra plena libertad deberemos decidir. ¡Qué mejor maestro para escuchar y distinguir la voz de Dios que Jesucristo, el Hijo amado! Él nos enseña las formas para luchar en el camino de la fe cada día; nos enseña a luchar y conducirnos con el Espíritu de Dios, un espíritu que se ha derramado en nuestro bautismo y como bien recuerda la segunda lectura de la primera carta de Pedro, un bautismo no para quitar nuestra inmundicia sino en el compromiso de vivir en una buena conciencia ante Dios.

 No nos dejes caer en la tentación, rezamos todos los días. No le pedimos a Dios que nos quite la tentación sino que no nos dejemos arrastrar por ella. Hemos de aprender a convivir con la tentación.

   Que el tiempo de cuaresma, que ya hemos comenzado, sea una oportunidad que nos damos para empezar de nuevo, para volver a nacer, para ilusionarnos en el camino de la fe y de la esperanza. Somos de Dios, lo creamos o no; hemos salido de sus manos y nuestra vocación nos lleva irresistiblemente hacia Él. No se trata de hacer cosas extraordinarias o de cambiar nuestra vida de manera radical. Se trata de llenar de sentido lo que hacemos, de hacerlo con amor y actitud de servicio, de valorar las cosas pequeñas donde nos jugamos la fidelidad, de avanzar un poco en capacidad de encuentro y de diálogo con los otros empezando por los más cercanos.

Cristo ha vencido muriendo; cuando aparentemente era derrotado en la cruz ahí triunfaba el proyecto del Padre, liberándonos de la muerte, del pecado y de Satanás. Dejar obrar a Dios en nuestra vida es dejarnos iluminar por Jesucristo, que es camino y palabra que nos conducen al Padre.

 La buena Nueva que Jesús proclama de la llegada del Reino significa una conversión, un cambio de 360 grados en actitud de compromiso y mentalidad, en una fe abierta al lenguaje conductor de Dios. No podemos seguir con fidelidad a Jesucristo sino vivimos una conversión constante donde toda nuestra vida, como dice el mandamiento expresado en síntesis por Jesús: Amarás a Dios con toda tu mente, con toda el alma, con todas las fuerzas, con todo el corazón. La tendencia a Dios desde la conversión debe abarcar la totalidad de la vida que nos permita contemplar el arco iris de Dios de una alianza perpetua que lo abarca todo uniendo cielo y tierra, un arco iris que toca el cielo y la tierra y que nos da vida divina desde una fe bautismal que se abre en la variedad de colores pero que en conjunto nos regala una belleza única.

 La conversión es una forma continua de vivir de forma renovada nuestra vida en la fe bautismal. Ni la iglesia ni ninguno de sus miembros puede vivir una verdadera renovación sino se abre a una conversión plena y constante. La conversión es en la fe como el latido del corazón en el cuerpo, cuando el corazón deja de latir se acaba la irrigación de sangre a todo el cuerpo, así también cuando deja de haber conversión en la iglesia y en los bautizados nos encaminamos a la muerte y a la esterilidad, vacíos del Espíritu de Dios.

 El evangelio, como buena Nueva de Jesús, debe ser transmitido por la iglesia en fidelidad renovada desde una conversión constante para que ilumine la vida de la humanidad y ser así presencia viva del Reino de Dios.

 Estamos invitados, también nosotros, a vivir una experiencia de desierto, de encuentro con Dios en el silencio y en la soledad. No olvidemos que somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios. Hablamos demasiado; las palabras nos rodean y nos acosan una y otra vez. Necesitamos hacer silencio y la Cuaresma es un tiempo privilegiado para ello. Cuando hablemos hemos de procurar que nuestras palabras sean mejores que nuestro silencio. El silencio es el único amigo que jamás traiciona. Decía Gandhi: “El silencio es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos” Y Clemenceau decía: "Los ríos más profundos son los más silenciosos”

  Nos animan, para este camino de interioridad y silencio, unos versos iluminados de un poeta sacerdote, Benito Pérez Calvo: 

Si yo supiese amar como Él me ama,

en vez de ser candil de pobre mecha

que, humilde, alumbra la bodega estrecha,

volcán sería de ardorosa llama.

Amar es conseguir que cada rama

dé fruto remecido de cosecha,

lograr hundir la agudizada flecha

que rompe corazón y pecho inflama.

No fragües vanaglorias de ti mismo,

ni ondees a los vientos tu bandera;

sé humilde ante el amor, que es espejismo

Creerte más que el sol en tu carrera

y más que las espumas del abismo;

donde hay amor, cosecha hay placentera.

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