Convocados a la Pascua La transfiguración, el piso piloto de la Pascua

De la cruz a la luz

Cristo redentor
Cristo redentor El Greco

En los tres evangelios sinópticos, el relato de la transfiguración está íntimamente ligado al primer anuncio de la pasión.

Da la impresión de que la liturgia hace una alto en el camino de la cruz para que no perdamos la referencia final que nos convoca, que es la gloria de Cristo.

  Se nos dice, en definitiva, que el camino del éxito, del triunfo, de la auténtica salvación que anhelamos pasa necesariamente por la cruz.

  Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la montaña, y aparecen como testigos de esta gloria. Los profetas habían anunciado los sufrimientos que había de afrontar el Mesías. La voluntad del Padre es que su hijo pase por la cruz redentora. En esta escena dice Santo Tomás: “Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa”

  Estamos convocados a la Pascua. Este tiempo de cuaresma es un proceso que nos conduce a Cristo resucitado. Pero no habrá Pascua para nosotros si no hay cruz, si no estamos dispuestos a poner en tensión nuestros talentos y cualidades para invertirlos en la conquista del Reino. La transfiguración es una experiencia mística de la humanidad, representada en los tres discípulos. Estamos convocados a ver la gloria de Dios, a disfrutar de su gloria y de su grandeza.

  Pero la vida cristiana no es sólo experiencia de transfiguración, lo es también, y mucho de cruz. Pedro se resistía a volver a la realidad difícil y cruda de la vida y optaba por quedarse en el monte, contemplando la gloria de Jesús: ¡Qué bien se está aquí, si quieres haremos tres tiendas! Pero Jesús les hace volver al valle y les anuncia que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho.

  Nos cuesta mucho aceptar la cruz, más pequeña o más grande que Dios nos pone en el camino de la vida. Hasta nos rebelamos con frecuencia contra ella. ¿Por qué nos ha tocado a nosotros esta enfermedad, por qué tengo que cuidar a mis padres enfermos y ancianos, por qué he tenido tan mala suerte en mi matrimonio, por qué me van tan mal los asuntos económicos, por qué no me siento tan querido como yo quisiera, por qué este mal en el mundo, por qué tiene éxito la injusticia… y así un montón de porqués que nos sitúan cara a cara con la cruz todos los días.

 Este proceso de cruz y de sufrimiento es necesario para ir creciendo en una respuesta madura y contrastada a Dios desde la fe. Los niños no madurarían nunca si no tuvieran que enfrentarse a los problemas. Nosotros no creceríamos en el camino de la fe si no estuviéramos dispuestos a afrontar las consecuencias que nos trae el mal y el pecado.

  Nos quejamos con frecuencia de nuestra cruz, pero parece que no somos conscientes de que nuestra cruz es muy pequeña al lado de las cruces de muchos hombres y mujeres que viven cerca de nosotros. Hay una parábola que puede ayudarnos a entender esto:

Un hombre, ya no podía más con sus problemas. Cayó de rodillas, rezando, "Señor, no puedo seguir. Mi cruz es demasiado pesada". El señor oyó su oración y le contestó, "Hijo mío, si no puedes llevar el peso de tu cruz, guárdala dentro de esa habitación. Después, abre esa otra puerta y escoge la cruz que tú quieras".

Aquel hombre suspiró aliviado y dijo: "Gracias, Señor"  e hizo lo que le había dicho. Al entrar, vio muchas cruces, algunas tan grandes que no les podía ver la parte de arriba. Después, vio una pequeña cruz apoyada en un extremo de la pared.

"Señor", susurró, "quisiera esa pequeña que está allá". Y el Señor contestó, "Hijo mío, ésa es la cruz que acabas de dejar".

   No es posible caminar en la vida sin cruz. Sólo una fe madurada y probada en la oración y en la meditación es capaz de enfrentarse a la cruz de la vida con éxito. Pero la cruz no es el todo ni el final de la vida; es sólo el camino para la realización plena de nuestras esperanzas como hombres y mujeres de fe. En los momentos más difíciles de mi última enfermedad mi madre me recordaba: “Hijo, esto es una prueba de amor”. Y no le faltaba razón. Nuestra vocación es contemplar la belleza de Dios, el Cristo transfigurado. Somos para la vida y no para la muerte. Somos para la Pascua y no para la cuaresma.

   Cuaresma es tiempo de traer ante Jesús transfigurado todas nuestras cruces, nuestras preocupaciones y sufrimientos, nuestros dolores y decepciones, porque en Él podemos encontrar consuelo y sentido. Ninguna cruz es tan grande que no podamos llevarla con dignidad porque Dios nos regala la gracia necesaria.

 San Pablo le pedía una y otra vez al Señor “Quítame esta espina que llevo clavada en la carne” Parece que esa espina era una enfermedad de tipo epiléptico. Y el Señor siempre le respondía: “Te basta mi gracia” A nosotros hoy, ante nuestra cruz, el Señor nos dice también: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. Vamos a llenar nuestro tiempo de cuaresma de sentido cristiano, de oración y de esperanza, de profundidad y de lucha para que podamos ser testigos de una Pascua florida en nuestra vida.

León Felipe, el poeta de Tábara (Zamora), ha escrito:

UNA CRUZ SENCILLA

Hazme una cruz sencilla, carpintero...

sin añadidos ni ornamentos...

que se vean desnudos los maderos,

desnudos y decididamente rectos:

los brazos en abrazo hacia la tierra,

el astil disparándose a los cielos.

Que no haya un solo adorno que distraiga este gesto:

este equilibrio humano de los dos mandamientos...

sencilla, sencilla... hazme una cruz sencilla, carpintero.

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