La Vida Religiosa adolece de "parroquialitis" La  utopía de la vida consagrada.

Necesitamos beber agua del manantial, nadar contracorriente y recorrer nuestro propio camino para ser impulso carismático mas allá de los nihil obstat

De las pocas cosas que tengo claras acerca de la vida religiosa es  su condición carismática. En la medida en que es un carisma, se mantiene erguida frente a los embates del tiempo y en la medida en que se deja domesticar va perdiendo su función profética y necesaria hasta perder su identidad en el conjunto de la iglesia.

Soy religioso mercedario; por eso puedo hablar de la Vida Religiosa desde dentro con cariño y con exigencia. Confieso que me molestan los que hablan de la Vida Religiosa desde su pedestal jerárquico y descalificador, sin conocerla, por supuesto, sin amarla, y sin haberse leído los hermosos documentos que sobre ella la Iglesia ha publicado. ¡Porque hay que ver lo que se oye en algunos ámbitos de nuestra iglesia acerca de la Vida Religiosa!

Se habla mucho de crisis de la Vida Religiosa. Y a mí no me preocupa demasiado. Es más, creo que nos ha venido muy bien para salir de la anestesia total en la que estábamos sumidos. Es tiempo de despertar, de espabilarse y de decir aquí estamos nosotros, que no somos mejores que nadie, pero, ¡ojo!, tampoco somos un residuo sospechoso, o una burbuja, como han dicho algunos desde su pedestal.

 La acción profética, caritativa y  misional de la iglesia, sin contar con la Vida Religiosa, queda en descampado. Sólo hay que echar cuentas y hacer estadísticas para descubrir, a pesar de la inmensa minoría que la Vida Religiosa supone en el conjunto de los creyentes, el peso significativo, abrumador en muchos casos, que los religiosos sostienen en la educación, en la sanidad, entre los pobres y disminuidos, en los países del tercer mundo, entre los ancianos... es cuestión de mirar. Esa presencia es, además, imagen del buen hacer de la iglesia y argumento de los creyentes frente a aquellos que quieren desprestigiar a la iglesia, desde cualquier anécdota; cosa, por otra parte, bastante frecuente en nuestros días.

 Pero no voy hablar sólo bien de la Vida Religiosa. Quiero mantener mi espíritu crítico sin ocultar que creo en la Vida Religiosa,  la amo y pienso que, hoy más que nunca, la Vida Religiosa es necesaria para la Iglesia a pesar de los intentos de muchos hombres de fe, incluso desde la propia jerarquía, por derribarla, descalificarla y desprestigiarla. Ejemplos hay cientos y no es momento de lavar trapos sucios. Pero hay que ser claros y decir las cosas como son, o al menos, como yo las siento y, no pocas veces, las sufro. Es verdad que hemos recibido hermosos documentos eclesiales sobre la Vida Religiosa, Vita Consecrata, Caminar desde Cristo... pero no es menos cierto que nada tiene que ver lo que se dice ahí con lo que se comenta de los religiosos en muchas reuniones de sacerdotes y en muchas sacristías a la hora de trabajar en campos concretos de la pastoral.  Y de ataques convertidos en robos de los obispos, bajo el paraguas de las inmatriculaciones, no quiero  ni hablar. Es otra Pandemia. Lo haré en otra ocasión.

 En cierta manera nos merecemos este varapalo social y eclesial. De aquellas lluvias vienen estos lodos. Sin darnos cuenta, nos hemos ido domesticando paulatinamente y perdiendo nuestra condición carismática. Y el Espíritu nos pasa factura porque no podemos soplar donde nosotros queremos sino que es Él el que sopla donde quiere y cuando quiere. Todos los intentos de la iglesia por detener o controlar el viento del Espíritu resultan vanos. Y cada vez que alguien quiere controlar, programar o dirigir los caminos de la Vida Religiosa está luchando contra molinos de viento. Que la Vida Religiosa tiene que mantenerse fiel a la iglesia y en comunión total con ella no necesita ninguna argumentación. Así ha sido siempre y así será. Pero ser fiel no quiere decir ser sumisa, convertirse en la voz de su amo y nadar a favor de la corriente que impone la actualidad del momento. Eso es dejar de ser profética, renunciar a su condición carismática y subirse al carro del poder. Y luego viene lo que viene.

  Mirar la Vida Religiosa de los últimos años es constatar la historia de una fidelidad adúltera. Es decir, de un servilismo infantil que ha confundido fidelidad con sumisión, y por eso estamos pagando los tributos de insatisfacción de estos tiempos.

 La Vida Religiosa en sus orígenes surgió como una alternativa necesaria a la religión estatal, jerarquizada y programada. Y hoy no somos alternativa seria, estamos arrimados al poder y tenemos programados todos los minutos del día, cuando no nos los han programado desde fuera. La Vida Religiosa auténtica tiene alergia del poder, escapa de los corsés de la mayoría y cuando habla hace pupa porque lo hace, tiene que hacerlo, desde una inmensa libertad. Quiere ser pasión por Dios y no puede enredarse en demasiadas pasiones de este mundo porque el mundo rivaliza con Dios para apropiárselo todo.

 Miro a mi alrededor y veo que la Vida Religiosa hoy no está suficientemente liberada. Nuestras instituciones tienen mucho de empresa y en los religiosos no predomina un espíritu de entrega incondicional a la misión profética y carismática de ese impulso inicial que fueron nuestros fundadores. Más bien estamos acomodados, constituimos un funcionariado bastante eficaz, y hacemos reverencias sospechosas ante los intentos bastante frecuentes por clasificarnos, acomodarnos en otros proyectos y descalificarnos como burbujas cuando no estamos dispuestos a seguir la voz de nuestros amos. Nuestro amo, lo recuerdo una vez más, es el Espíritu de Dios.

 La misión de la iglesia en su conjunto está amenazada de “parroquialitis”. La parroquia se ha convertido en un axioma impuesto e indiscutible y da la impresión de que todo lo que no pase por el control de la parroquia, es decir del párroco, no sirve a la iglesia y es trabajo de francotiradores. Como si la parroquia fuera un ordenador capaz de programar todos los impulsos del Espíritu y encuadrarlos en sus programaciones. La vida de la iglesia, la experiencia creyente de tantas comunidades, la aportación diversa de cada uno de los creyentes a la construcción del Reino, son también latido vital y necesario del Espíritu de Dios, aunque el párroco no lo haya autorizado. El Evangelio lo recuerda con toda claridad: Hemos encontrado a unos echando demonios que no eran de los nuestros y se lo hemos querido impedir. “Dejadlos, dice Jesús, los que no están contra nosotros, están a favor nuestro”. La Vida Religiosa no es una tarea de los de fuera, ni de la competencia, es una aportación desde dentro de la Iglesia y para la Iglesia. Y sin embargo los religiosos, cada vez se comenta con más claridad, nos sentimos añadidos al quehacer de la Iglesia. Con frecuencia se prohíbe a los novios casarse en nuestras casas de culto, preparar a los niños para la catequesis, celebrar la primera comunión...  porque hace falta la autorización de la parroquia, y si se pide, en muchos casos no se les concede. ¿Qué razones de peso puede haber para que los religiosos, en sus casas de culto, sirviendo al pueblo de Dios durante cientos de años, en fidelidad permanente a la Iglesia, no puedan realizar esos servicios pastorales, obligación de todo cristiano y de los presbíteros religiosos?  ¿Acaso la ley quiere imponerse al Espíritu y encarcelar en sus normas el soplo vivo del Espíritu que sopla donde quiere? Con ello se empobrece la vida de la Iglesia, crece el malestar entre los creyentes, la burocracia acampa por doquier y el desencanto va empolvando las mejores expectativas. No es bueno el exceso de jerarquización en la iglesia y mucho menos la clericalización. La diversidad de carismas no sólo ha de ser respetada sino potenciada en el conjunto de la iglesia como una riqueza que la dinamiza y engrandece. La iglesia ha de ser un ámbito de libertad, porque Dios lo es, y por ello hemos de luchar contra todo uniformismo monocolor para conquistar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Si no tuviera en mi mente casos concretos y sangrantes no sería capaz de decir esto que digo.

  Pero me preocupa más hablar de nosotros, que de lo que otros piensen o hagan desde fuera. Creo que necesitamos beber del agua del manantial, nadar contracorriente en los tiempos que vivimos y volver allí donde brota el agua más pura para ser nosotros mismos, para recorrer nuestro propio camino, para ser impulso carismático más allá de los nihil obstat.

 Si es verdad que hoy somos menos, más mayores y aquejados de un cierto desencanto; también es cierto que tenemos un inmenso potencial espiritual y humano, que podemos unir muchas fuerzas dispersas y ofrecer nuestra propia palabra y versión de los hechos al conjunto de la sociedad y de la Iglesia, sin que nadie, fuera de la Vida Religiosa, nos escriba el guión. Tenemos especialistas y técnicos en todas las materias capaces de estar a la altura de los tiempos y ha llegado el momento de que los religiosos no tengan que levantar el dedo y pedir permiso para hablar. Sueño con el día en que los religiosos tengan sus propios medios de evangelización, televisión y periódicos incluidos.

 La Vida Religiosa quiere recordar a los creyentes y no creyentes que la plenitud de la condición humana es su libertad y nunca podrá serlo si ella misma está sometida a cualquier institución. Entiéndaseme bien. Siempre estará sometida a la iglesia, en comunión con ella y enviada por ella. Pero nunca debe estar reducida al silencio, esclava sumisa e incapacitada para llevar adelante su misión. Fidelidad no tiene nada que ver con dependencia. Los esposos cuánto más fieles son, más libres se sienten. Todos los carismas han de ser potenciados en la iglesia y ninguno de ellos puede ser reducido al silencio.

  Y en los últimos tiempos, prevalece la sospecha, se impone el Derecho y la norma pretende adueñarse de todo. No son los mejores tiempos de nuestra Iglesia pero estos son los que nos ha tocado vivir. Habrá que luchar para que la Iglesia no difumine la imagen real de Jesucristo. Y la Vida Religiosa tiene mucho que decir en esas cosas, le pese a quien le pese.

   Tal vez sea una utopía, mi utopía. Pero yo no estoy dispuesto a renunciar a ella. Sin utopía lo mejor que se nos ocurre es llevar las colectas al banco.

Yo creo en la Vida Religiosa, en mi vida, y por eso, sigo aquí, cojeando de vez en cuando, y dispuesto a dar el Do de pecho en aquella misión que Dios me ha encomendado. Si hay alguien que quiera caminar conmigo, ya seremos dos dispuestos a vivir, celebrar y gozar de la Vida Religiosa que el Espíritu nos ha regalado. Hasta que el cuerpo aguante.

  La Vida Religiosa será  siempre un lugar para privilegiados  porque en ella habrá siempre posibilidad de crecer interiormente, de disfrutar de las cosas del Espíritu y de mirar la vida con ojos de gratuidad.  La historia de la Vida Religiosa es una auténtica bodega donde madura el vino de la utopía y se llenan de solera esos valores que han formado parte de ella desde siempre. Una comunidad religiosa será una invitación permanente a degustar el vino añejo del evangelio, a brindar por un tiempo nuevo, siempre por estrenar, y a compartir el gozo de la fraternidad. Y lo será por muchos años, a pesar de las crisis, de la Pandemia y los cambios. El Espíritu, que no es torpe, sabrá cuidar cada día más y mejor a su iglesia, a pesar de la iglesia.

Etiquetas

Volver arriba