#LectioDivinaFeminista Astutas y astutos como el mundo, sabias y sabios como Dios

Astutas y astutos como el mundo, sabias y sabios como Dios
Astutas y astutos como el mundo, sabias y sabios como Dios

Lectio (Lectura)

En esta parábola, Jesús presenta la historia del administrador infiel que, al ser descubierto en su mala gestión, actúa con astucia para asegurarse un futuro seguro, condonando deudas a los deudores de su amo. Jesús no alaba su deshonestidad, sino su sagacidad para actuar con decisión ante una crisis. A partir de este ejemplo, enseña que los hijos de la luz deben aprender a usar los bienes materiales con sabiduría y generosidad, no para servirse a sí mismos, sino para construir relaciones de justicia y fraternidad. La verdadera fidelidad se demuestra en lo pequeño, en cómo se administra lo pasajero; quien no es fiel en lo mínimo, tampoco lo será en lo mucho. Finalmente, Jesús pone en el centro la gran disyuntiva: no se puede servir a dos señores. O se sirve a Dios, o se sirve al dinero.

Meditatio (Meditación)

Iniciamos esta meditación invocando a la divina Ruah, para abrir nuestra mente y corazón a la reflexión sobre las lecturas de este domingo.

Este domingo, Lucas nos propone una parábola controvertida. Después del Evangelio del domingo pasado, en el que Jesús nos mostraba el amor misericordioso del Padre-Madre, ahora se abre una pregunta inevitable: ¿qué debemos hacer, como hijas e hijos de esa misericordia, en el mundo que se nos ha confiado administrar?

Jesús relata la historia de un administrador que, tras haber derrochado los bienes de su amo, se enfrenta a su despido. En su apuro, actúa con astucia: reduce las deudas de los acreedores para asegurarse un futuro más seguro cuando pierda su puesto. La clave de esta parábola no está tanto en la justicia de su acción, sino en la reacción del dueño, quien lo alaba no por su honradez, sino por su astucia: “los hijos de este mundo son más astutos con sus semejantes que los hijos de la luz.”

Aquí aparece la primera palabra central: astucia. No se trata de arrepentimiento ni de un acto de caridad, pues el administrador lo deja claro: “cuando me despidan, alguno me reciba en su casa”. Lo que mueve su acción no es el bien del otro, sino asegurar su propio futuro. De ahí surge una enseñanza fundamental: Que nos quede claro: todo acto que supongamos como donación, pero en el que esperamos recibir algo a cambio, nunca será un acto de caridad. Será siempre un acto de astucia, una estrategia para que, llegado nuestro momento de necesidad, alguien más se compadezca de nosotras y nos salve.

Jesús no propone imitar al administrador en su cálculo egoísta, sino que nos invita a discernir la diferencia entre los hijos del mundo y los hijos de la luz. Sagacidad y Sabiduría, Mundo y Luz. La astucia, entendida como capacidad creativa para enfrentar dificultades, puede ser útil, pero debe estar iluminada por la sabiduría del Reino. Ser personas sabias no es “salir bien libradas” del caos, sino afrontar los problemas con creatividad, verdad y amor. Como una madre que, al descubrir la travesura de su cría, no responde con violencia, sino con ternura y firmeza para guiarla a reconocer su error y repararlo. Así nos trata Dios: no con castigo, sino con paciencia y esperanza de que maduremos en cada tropiezo.

Esta parábola también nos interpela en nuestro contexto. Hace poco, en una feria del libro, escuché a un académico hablar de la corrupción en México. Con cifras y ejemplos, mostraba cómo, sexenio tras sexenio, nuestro país escala posiciones en los índices mundiales de corrupción. Y los ejemplos sobran: relojes que cuestan lo mismo que una casa de interés social, zapatos con el valor del salario anual de un obrero, vestidos equivalentes a meses del sueldo de un maestro rural. Sin embargo, muchos de esos gobernantes iniciaron como personas comunes, como cualquiera de nosotras. Al comienzo, se les confió poco, pero fueron infieles en lo poco, y esa infidelidad se multiplicó hasta corromper lo mucho. El poder, cuando se administra con oscuridad, termina por absorber y deformar.

Pero no basta con señalar a los grandes corruptos. La pregunta que esta parábola nos deja es: ¿y nosotros? ¿No somos también infieles en lo poco? Cuando excedemos la velocidad porque nadie nos ve, cuando tiramos basura en un campo porque nadie nos observa, cuando callamos ante un cambio mal dado, cuando promovemos la violencia en lugar del diálogo, con la intención de ser nosotros la primera mano que pegue… ¿con qué cara pedimos a Dios que nos confíe más si no somos fieles en lo pequeño?

Al final: el dios dinero. En la tradición bíblica e incluso muchas comunidades cristianas actuales, el dinero no es visto en sí mismo como malo: muchos lo consideran un don de Dios. Pero los profetas, como Amós, denunciaron con fuerza el enriquecimiento a costa del otro. Jesús no condena las riquezas en cuanto tales, sino cuando se convierten en nuestro fin, en la falsa seguridad que desplaza a Dios y al prójimo. Por eso, advierte que no se puede servir a dos señores: a Dios y al dinero.

Esto no significa que debamos renunciar al dinero o a las posesiones sin más. Significa aprender a colocar el dinero en su justo lugar, como medio, nunca como fin. Como resume fray Marcos: “Si de verdad quieres ser rico, no te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tus necesidades.”

La invitación de Jesús es clara: seamos sabias y sagaces, pero con la luz del Reino. No dejemos que el dinero o el poder nos dominen, sino que aprendamos a vivir en libertad, disminuyendo nuestras necesidades artificiales y compartiendo lo que somos y lo que tenemos. Solo así descubriremos la verdadera riqueza: la convivencia, el tiempo compartido, la vida entregada en amor.

Oratio (Oración)

Toma, Señor, y recibe: mis sueños y mis temores, las sonrisas de mis días y el llanto desconsolado de la madrugada.

Recibe mis memorias, mis horas, mi hogar, la ropa que visto, la comida que me alimenta, el trabajo con el que gano apenas unos centavos, mi libertad, mi voluntad mi cuenta de banco y lo poco o mucho que llevo en los bolsillos. Tú me lo diste; a ti, Señor, lo devuelvo.

Todo lo que toco, todo lo que lleva mi nombre, mi sello de posesión, es tuyo. Dispón de ello como quieras.

Sólo dame tu amor, tu gracia, el abrazo que consuela. No necesito más.

Amén.

Contemplatio (Contemplación)

Imagina que estás en la escena. Jesús cuenta la parábola y tú estás entre la multitud, escuchando. Habla de un administrador que ha sido descubierto, alguien que falló en su responsabilidad.

Míralo: se da cuenta de su error, siente miedo al perderlo todo, pero en lugar de rendirse, piensa rápido y actúa con astucia. No lo mueve la bondad, sino la necesidad de salvarse.

Ahora mira tus propias manos. ¿Qué cosas administras tú hoy? ¿Qué responsabilidades se te han confiado? ¿Has sido fiel en lo pequeño, en lo cotidiano que nadie ve?

Escucha a Jesús que dice: “Ningún siervo puede servir a dos señores… No pueden servir a Dios y al dinero.”

Deja que esa frase resuene en tu interior. ¿Cuáles son tus “dos señores”? ¿Qué lugar ocupa el dinero, el poder, el reconocimiento, en tu corazón? ¿Qué lugar ocupa Dios?

Respira en silencio y mira a Jesús a los ojos. No hay reproche en su mirada, sino una invitación: “Sé astuta, sé sabio… pero no como los hijos de este mundo. Pon tu creatividad al servicio del amor. Hazte hija, hijo de la luz.”

Quédate contemplando esa mirada que confía en ti, y entrégale tus apegos, tus búsquedas de seguridad, tus pequeños poderes. Deja que el único Señor de tu vida sea Él.

Actio (Acción)

Hay un ejercicio que el P. Alex Zatyrka suele proponer en sus homilías y que, en lo personal, me gusta mucho. Aprovecho este espacio para compartirlo, porque viene muy bien al caso.

Esta semana, antes de dormir, en tu oración nocturna, entrégale todo a Dios: tus posesiones, tu comida, tu familia, tu salud, todo aquello que “te pertenece” en este plano… y duérmete pobre. Haz una lista, comenzando por lo que más trabajo te cuesta soltar. Descubrirás apegos que quizá ni sospechabas, pero con constancia cada vez costará menos desprenderse.

Recuerda: nada nos pertenece realmente. Más bien, somos quienes pertenecemos al que ES, en quien vivimos todos y todas.

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