Tú ya sabías de piedras que se mueven,
porque Él, mirándote,
había movido las que ibas cargando
en tu corazón doliente:
la montaña de piedras
que se habían ido acumulando
una a una
después de cada mirada torva
y llana de conmiseración.
Después de las palabras como balas,
susurradas con desprecio a tu espalda.
Después de todos los desaires
que habían convertido tu vida en un entierro.
Por eso,
porque después de su mirada
tu corazón fue libre otra vez,
y se llenó de amor, gratitud alegría...
de ¡esperanza!
derrochando perfume, regalando bálsamos...
Supiste
sin explicación,
Con la certeza de tu corazón libre y libre de piedras
que ahí,
en ese sepulcro, quedaba lo que no te deja vivir.
Que
la
VIDA
estaba fuera,
con Él.
Sin las ataduras de los sudarios
que te encadenaban a la soledad y la tristeza.
al vacío o al miedo.
Que ya no había piedra
que pudiese parar
la vida aprendida a su lado.
Y llena de alegría,
corriste
libre feroz y valiente
a contarlo:
Ya no hay piedra que te pare.