#sentipensares2025 Costureras sagradas

Costureras sagradas
Costureras sagradas

Hoy me reuní con algunas catequistas. Todas ellas migrantes. Llegaron con los ojos llenos de lo que no se dice fácilmente: miedo, dolor, tristeza. No venían a buscar respuestas. Solo querían saber —con lágrimas temblando en la voz— si este temor profundo, en un tiempo que persigue con furia los rostros color café, no sería, acaso, una forma de fallarle a la fe que aún las sostiene.

Sin embargo, entre palabra y palabra, me impresionó algo más profundo que el miedo. Me impresionó su deseo de seguir siendo presencia para otros. "Tengo miedo por mí, pero pienso en las personas que me esperan cada jueves", dijo una. "Puedo tan poco, pero algo me dice que este es el tiempo de estar para los demás", dijo otra.

Me vinieron a la mente las costuras. Las pequeñas, esas que no se ven en la superficie de la colcha. Las que unen retazo con retazo. Ellas —las mujeres migrantes catequistas del sur de California— son eso: costuras vivas. Imperceptibles muchas veces. Pero sin ellas, se deshilacha la esperanza.

Y entonces vi que no están solas en esa tarea. Las acompañan otras costureras sagradas, tejedoras invisibles de la historia de la salvación:

Agar, extranjera en tierra ajena, que huye al desierto con su hijo y escucha a un Dios que la llama por su nombre. Las hijas de Selofojad, sin padre ni tierra, que se atreven a levantar la voz como extranjeras del sistema, y reclaman el derecho a heredar futuro. Rut, moabita migrante, que cruza fronteras por amor y recoge espigas ajenas hasta abrir la genealogía del Mesías. Noemí, anciana, rota, desplazada por el hambre y el duelo, que vuelve a su tierra, y aun así, es capaz de revitalizar el destino compartido. María, joven de Galilea forzada al exilio, que atraviesa la noche hacia Egipto, abrazando en un niño al Dios que tiembla y que migra. Priscila, judía expulsada de Roma, que se convierte en exiliada itinerante, predicadora audaz que ama, enseña y edifica sin pedir permiso.   

Ellas no brillan como las figuras principales del relato. No son Abraham, ni Moisés, ni David, ni José, ni Pablo. Pero sin sus delicadas costuras, el gran manto de la historia se rompe.

Así también hoy: nuestras hermanas con el miedo dibujado en su rostro café, con silencios, con oraciones mientras abren su corazón y comparten sus lágrimas, son las que están sosteniendo la fe de muchas comunidades. No se notan. Pero están. Y eso basta para que la historia continúe.

Ellas son Costureras sagradas. Costureras de frontera. Costureras de futuro.

Mujeres que cosen, con hilos de lo invisible, la historia de Dios.

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