#AdvientoFeminista2025
¿De qué me salva Jesús hoy?
#LectioDivinafeminista
(Buscamos el momento y el lugar adecuados en este tiempo de gracia y oración. Podemos encender una vela, tener visible una cruz, la Biblia o el Evangelio…)
Nos preparamos a escuchar la Palabra. Hacemos silencio exterior e interior. Acompasamos la respiración unos minutos inhalando y exhalando lentamente. Relajamos todas las partes de nuestro cuerpo.
Te adoramos, Señor Jesús, Dios hecho humanidad, humanidad traspasada de Dios que cargaste con la cruz, la aceptaste y moriste en ella para ser vida abundante en el camino de toda persona, de todos los/as crucificados/as de la historia.
1. Lectura creyente (Lectio).Leemos el evangelio saboreando la Palabra y descubriendo el mensaje de fe para nosotros/as.
2. Meditamos la Palabra (Meditatio). ¿Qué me dice a mí, personalmente el Evangelio leído? ¿Cómo vivimos las cruces en nuestra familia, parroquia, comunidad, en este mundo desgarrado…?
3. Oramos con la Palabra (Oratio). En silencio, entramos en diálogo personal con el Señor. Podemos compartir lo orado en el grupo, con la comunidad.
4. Contemplamos al que es la Palabra (Contemplatio). Contemplo a Jesús: en el trasfondo de esta escena. Para nosotros, los cristianos, cruz y resurrección están indisolublemente unidas, son las dos caras de la misma moneda.
5. Vivimos la Palabra, compromiso (Actio). Acoger la cruz implica comprometernos a que no haya más crucificados/as en la historia. ¿Es esto posible? El sufrimiento, por desgracia, se cuela en nuestras casas y en nuestras vidas. ¿Cómo afrontarlo?
Exaltación de la Santa Cruz (Jn 3,13-17)
En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:
Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él.
Reflexión
La fiesta de la Exaltación de la Cruz es un día para profundizar el significado de la fe cristiana en el Crucificado. Lo celebramos, tanto los católicos como los ortodoxos, el 14 de septiembre.
¿Tiene sentido celebrarla en una sociedad que busca ante todo el bienestar, el placer, el hedonismo, el ¡sálvese quien pueda!? ¿No hemos superado ya esa manera enfermiza de vivir recalcando el sacrificio y buscando el sufrimiento? ¿Hemos de perpetuar una teología centrada en la Pasión y la agonía del Crucificado con un marcado acento lúgubre?
En ese sentido, la Iglesia no debería aparecer como una institución de mal agüero, sino como una reserva de aliento y de esperanza. Para ello es preciso que sea transparente y deje pasar la luz de Dios a través de su propia pobreza y sencillez. La Iglesia sinodal tiene un reto de enorme calado.
El cristiano, al igual que Jesús, no busca el sufrimiento, pero lo soporta, lo combate y lo transforma. Si recordamos la figura del siervo del profeta Isaías (Is 50,4-7) “El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba… y sé que no quedaré defraudado”, representa el dolor de toda creatura, pero también la confianza que ilumina el sufrimiento. El mensaje que anuncia es Él mismo. Quiere ser palabra de aliento para todos/as los abatidos/as de la historia. Dios está en el sufrimiento con el siervo. Y siervos/as de Dios son todos los/as que sufren y escuchan el alcance y el sentido de su palabra. En ellos/as se redime el dolor. ¡Qué difícil! ¡Qué desolación e impotencia ante las imágenes, las vivencias y el desamparo de tanto sufrimiento!
¿Qué rostro humano testimoniamos en nuestras comunidades ante el misterio de la cruz? La vez que mi alma gritó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, ¿fui capaz de sentir su presencia, su compañía en ese acontecimiento concreto, o más bien sentí su silencio, un vacío insoportable de dolor? En la historia dolorosa del ser humano ¿veo el amor de Dios que se solidariza con todos/as y nos acoge como a hijos/as?
Descubrir la grandeza de la cruz no es asignar un poder oculto, esotérico, al dolor sino confesar la fuerza salvadora del amor de Dios que, encarnado en Jesús, reconcilia todo consigo. Ser fiel al Crucificado no es buscar cruces y sufrimientos añadidos a la complejidad de la vida, sino vivir como él vivió, en una actitud de entrega identificándose y solidarizándose con los pobres y descartados de la sociedad y, aceptando, eso sí, las cruces, los males y las ‘desventajas’ que nos puedan tocar en consecuencia y en coherencia con su estilo de vida.
Destaco siete testimonios de mujeres que reflexionan sobre las últimas palabras de Jesús en la cruz:
Compromiso. Acoger la cruz implica comprometernos a que no haya más crucificados/as en la historia. ¿Es esto posible? El sufrimiento, por desgracia, se cuela en nuestras casas y en nuestras vidas. ¿Cómo afrontarlo?
Mª Luisa Paret.
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