#LectioDivinafeminista EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

Jn 3, 13-17
| Mª Luisa Paret García
(Buscamos el momento y el lugar adecuados en este tiempo de gracia y oración. Podemos encender una vela, tener visible una cruz, la Biblia o el Evangelio…)
Nos preparamos a escuchar la Palabra. Hacemos silencio exterior e interior. Acompasamos la respiración unos minutos inhalando y exhalando lentamente. Relajamos todas las partes de nuestro cuerpo.
Te adoramos, Señor Jesús, Dios hecho humanidad, humanidad traspasada de Dios que cargaste con la cruz, la aceptaste y moriste en ella para ser vida abundante en el camino de toda persona, de todos los/as crucificados/as de la historia.
1. Lectura creyente (Lectio).Leemos el evangelio saboreando la Palabra y descubriendo el mensaje de fe para nosotros/as.
2. Meditamos la Palabra (Meditatio). ¿Qué me dice a mí, personalmente el Evangelio leído? ¿Cómo vivimos las cruces en nuestra familia, parroquia, comunidad, en este mundo desgarrado…?
3.Oramos con la Palabra (Oratio). En silencio, entramos en diálogo personal con el Señor. Podemos compartir lo orado en el grupo, con la comunidad.
4. Contemplamos al que es la Palabra (Contemplatio). Contemplo a Jesús: en el trasfondo de esta escena. Para nosotros, los cristianos, cruz y resurrección están indisolublemente unidas, son las dos caras de la misma moneda.
5. Vivimos la Palabra, compromiso (Actio). Acoger la cruz implica comprometernos a que no haya más crucificados/as en la historia. ¿Es esto posible? El sufrimiento, por desgracia, se cuela en nuestras casas y en nuestras vidas. ¿Cómo afrontarlo?
Exaltación de la Santa Cruz (Jn 3,13-17)
En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:
Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él.
Reflexión
La fiesta de la Exaltación de la Cruz es un día para profundizar el significado de la fe cristiana en el Crucificado. Lo celebramos, tanto los católicos como los ortodoxos, el 14 de septiembre.
¿Tiene sentido celebrarla en una sociedad que busca ante todo el bienestar, el placer, el hedonismo, el ¡sálvese quien pueda!? ¿No hemos superado ya esa manera enfermiza de vivir recalcando el sacrificio y buscando el sufrimiento? ¿Hemos de perpetuar una teología centrada en la Pasión y la agonía del Crucificado con un marcado acento lúgubre?
En ese sentido, la Iglesia no debería aparecer como una institución de mal agüero, sino como una reserva de aliento y de esperanza. Para ello es preciso que sea transparente y deje pasar la luz de Dios a través de su propia pobreza y sencillez. La Iglesia sinodal tiene un reto de enorme calado.
El cristiano, al igual que Jesús, no busca el sufrimiento, pero lo soporta, lo combate y lo transforma. Si recordamos la figura del siervo del profeta Isaías (Is 50,4-7) “El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba… y sé que no quedaré defraudado”, representa el dolor de toda creatura, pero también la confianza que ilumina el sufrimiento. El mensaje que anuncia es Él mismo. Quiere ser palabra de aliento para todos/as los abatidos/as de la historia. Dios está en el sufrimiento con el siervo. Y siervos/as de Dios son todos los/as que sufren y escuchan el alcance y el sentido de su palabra. En ellos/as se redime el dolor. ¡Qué difícil! ¡Qué desolación e impotencia ante las imágenes, las vivencias y el desamparo de tanto sufrimiento!
¿Qué rostro humano testimoniamos en nuestras comunidades ante el misterio de la cruz? La vez que mi alma gritó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, ¿fui capaz de sentir su presencia, su compañía en ese acontecimiento concreto, o más bien sentí su silencio, un vacío insoportable de dolor? En la historia dolorosa del ser humano ¿veo el amor de Dios que se solidariza con todos/as y nos acoge como a hijos/as?
Descubrir la grandeza de la cruz no es asignar un poder oculto, esotérico, al dolor sino confesar la fuerza salvadora del amor de Dios que, encarnado en Jesús, reconcilia todo consigo. Ser fiel al Crucificado no es buscar cruces y sufrimientos añadidos a la complejidad de la vida, sino vivir como él vivió, en una actitud de entrega identificándose y solidarizándose con los pobres y descartados de la sociedad y, aceptando, eso sí, las cruces, los males y las ‘desventajas’ que nos puedan tocar en consecuencia y en coherencia con su estilo de vida.
Destaco siete testimonios de mujeres que reflexionan sobre las últimas palabras de Jesús en la cruz:
- - Una mujer a la que habían asesinado a tres de sus hijos (Medellín, Colombia). La plenitud del amor es el perdón. No conoció la palabra ‘venganza’ por eso lo suyo, fue la paz. (Hna. Liliana Franco. CLAR)
- - Mujeres de los pueblos originarios, cuyas problemáticas se extienden por la cuenca amazónica. Amenazadas, pero resistentes y resilientes, se organizan para luchar contra la extracción minera, la exploración petrolera y la deforestación incontrolada. (Paola Calderón Gómez)
- - En mi trabajo en la universidad, siento que todos los días Jesús crucificado me dice: ‘mujer, ahí tienes a tu hijo’.No puedo más que abrir mis brazos y acogerlos. Sé que es momento de escucharlos y mostrarles un camino de esperanza en el resucitado. (Pilar Torres Silva)
- - Las palabras de Jesús en la cruz, ‘¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?’, encuentran eco en la experiencia de aquellos que se sienten desamparados en las calles de nuestras ciudades. El amor y la solidaridad son las verdaderas respuestas al grito de angustia de una sociedad. (Leidy Paredes)
- - En la expresión ‘tengo sed’, pienso en la inmensa cantidad y aún invisible de niñas, mujeres jóvenes, adultas y mayores que han extendido su mirada para acoger a otras, para soportar el peso de una economía salvaje, la angustia de dar alimento a sus hijas e hijos, para sostener la vida que se desvanece en manos de proyectos que no piensan sino en agrandar sus propias arcas a costa de acabar con la vida de los demás. ‘Tengo sed’ es esa expresión en la mirada de muchas de ellas que nos dicen lo que es injusto, pero viven la impotencia de resolver estas realidades. Podríamos juntar muchas manos y beber de la esperanza, la alegría, la libertad y el restablecimiento de una vida justa y amorosa. (Clara Carreño)
- - ¡Todo está consumado!¡misión cumplida! Es el parte de Jesús después de haber entregado su vida al servicio de desposeídos y descartados de la sociedad, como eran los enfermos o las mujeres. Los seguidores y seguidoras de Jesús tenemos la responsabilidad de asumir la misión que nos corresponde, pero también la posibilidad de hacer de esa misión una entrega al servicio de quienes necesitan nuestra ayuda y, a la vez, nuestro aporte para la construcción de la paz y la justicia.(Isabel Corpas de Posadas)
- - Nunca la pasión y la cruz han de ser aceptadas con resignación o creyendo que son voluntad de Dios y repetir las palabras de Jesús, como gesto de aceptación del sufrimiento que la vida les trae. Dios no quiere el sufrimiento de las mujeres, ni la resignación ante Él. Dejar la propia vida en manos de Dios, supone fidelidad y no fracaso, supone resistencia activa y no resignación. (Olga Consuelo Vélez)
Compromiso. Acoger la cruz implica comprometernos a que no haya más crucificados/as en la historia. ¿Es esto posible? El sufrimiento, por desgracia, se cuela en nuestras casas y en nuestras vidas. ¿Cómo afrontarlo?
Mª Luisa Paret.