#lectiodivinafeminista Fe-confianza. ¿A qué me compromete?

Lc 17, 5-10
| Mª Luisa Paret García
(Buscamos el momento y el lugar adecuado para ponernos a la escucha de la Palabra. Hacemos silencio interior y exterior. Podemos encender una vela, colocar un icono, la Biblia o el Evangelio, unas espigas del campo…)
Abbá Dios, ayúdame a confiar en ti, a darme cuenta, en cualquier circunstancia, que tú me sostienes y me haces crecer a pesar de mis incoherencias y limitaciones, me impulsas a desplegar mis posibilidades y compartirlas con los demás.
Lectura creyente. Leemos el texto tratando de descubrir el mensaje de fe. Nos fijamos en las recomendaciones de Jesús a los apóstoles.
Meditamos la Palabra. ¿Qué me dice a mí el Evangelio leído? Miramos nuestra propia vida. ¿Cómo lo vivimos en nuestra familia, grupo, parroquia, comunidad…?
Silencio. Entramos en diálogo personal con el Señor. La que quiera puede compartir lo orado en el grupo, con la comunidad.
Contemplamos al que es la Palabra. Contemplo a Jesús en el trasfondo de esta escena, lo que dice, lo que intenta explicar a sus discípulas y a sus discípulos.
Vivimos la Palabra. Compromiso. ¿A qué me compromete el mensaje de fe de este relato?
Lectura del evangelio de Lucas (17, 5-10)
Los apóstoles dijeron al Señor:
- - Auméntanos la fe.
Y el Señor dijo:
- - Si tuvierais fe, aunque sólo fuera como un grano de mostaza, diríais a esta morera: “Arráncate y trasplántate al mar”, y os obedecería. ¿Quién de vosotros, que tenga un criado arando o pastoreando, le dice cuando llega del campo: “Ven, siéntate a la mesa”? ¿No le dirá más bien: Prepárame la cena y sírveme mientras como y bebo; y luego comerás y beberás tú”? ¿Tendrá quizás que agradecer al siervo que haya hecho lo que se le había mandado? Así también vosotros, cuando hayáis hecho lo que se os mande, decid: “Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer”.
Palabra de Dios.
Reflexión
El evangelio de Lucas nos había propuesto, con anterioridad, que no pongamos nuestra confianza en las riquezas, en el poder, en las apariencias. Hoy da un paso más: no poner la confianza en los méritos personales, en las buenas obras, por buenos que sean, en las creencias o en la misma religión. Es la mentalidad farisea la que está detrás de esas actitudes. Acumulamos méritos, nos sentimos buenas personas, creyentes adultas en la fe… pero en cualquier momento, podemos hacer agua… No resulta fácil poner nuestra confianza plena en el Dios de Jesús.
Es poco probable que los apóstoles le hagan esa petición a Jesús. Ellos le siguen aun sin entenderle del todo, les llama la atención su entrega al plan del Padre, la radicalidad de su misión, centrada en hacer el bien y hacer la vida de los más vulnerables más digna, más humana, incluso enfrentándose a la Ley, dando lugar a discusiones entre ellos con el temor de un final anunciado que no acaban de asumir, hasta que no tiene lugar el acontecimiento pascual que les hace abrir los ojos y comprender al fin. ¿Serán capaces de seguirle hasta el final? (Mt 20,22).
La crisis religiosa y la indiferencia que impera en la sociedad actual se cuela muy sutilmente también entre nosotras. Hablamos de creyentes y no creyentes como si fueran grupos bien definidos cuando, en realidad, en todo corazón humano habitan ambos aspectos. Lo cual, nos llevaría a preguntarnos: ¿Soy yo realmente creyente?, ¿en quién pongo mi confianza?, ¿es Dios quien dirige mi existencia?, ¿cómo le amo?
Pero también para los que nos llamamos creyentes, la fe puede diluirse en nuestro interior aun sin haber tenido grandes dudas o crisis de fe, quedando reducida a una mera costumbre que no nos atrevemos a abandonar por si acaso. Enredadas o distraídas por la avalancha de información que atender en las redes sociales, en nuestro propio trabajo, en las complejas relaciones con los demás, nos falta tiempo para comunicarnos con Dios, no acertamos a saborear el encuentro que nos trae su Palabra cada día, incluso vivimos prescindiendo de él. Salvo cuando algo grave acontece de improviso… y entonces nos acordamos a la desesperada.
En realidad, la exclamación “¡Auméntanos la fe!” está mal planteada. La fe es un don que se nos regala gratuitamente. Es una vivencia de Dios aun sin entender. Está en mi ser original, en mi mismidad. Otra cosa es si la cultivamos, la cuidamos, la reforzamos con nuestra respuesta personal e intransferible a lo largo de nuestra existencia y la celebramos en comunidad. Transforma la vida entera.
Entrar en diálogo con el Señor de la Vida es silenciar el ruido exterior e interior, descubrir y sentir su Presencia en el hondón de cada latido del corazón. Él sí sabe de nuestras necesidades, de nuestros anhelos. Y nos entiende. Sólo desde esa clave él hace avanzar nuestra fe. No es necesario pedirle nada. Pero también es importante insistir en esa búsqueda hasta captar una pequeña señal, aunque sea pobre, fugaz. Sólo así nos daremos cuenta de que algo muy grande nos habita, alguien que se acerca de puntillas, que sobrevuela con creces nuestra existencia y encima nos ama sin merecerlo. Entonces, algo empieza a cambiar. No importa que hayamos vivido un tiempo sin acordarnos de él. Creer en Dios es, ante todo, confiar en el amor que nos tiene (2 Tim 1,12).
La imagen de la morera trasplantada al mar es la típica exageración para darnos a entender que toda la fuerza de Dios ya está en nosotros/as. Si confiamos en él podremos desplegar toda esa capacidad de energía. No hace falta recurrir a fuerzas exteriores o estrafalarias… Lo contrario de la fe es el miedo. Buscamos entonces un recurso, un ser superior, un dios tapagujeros, milagrero, que nos saque de apuros cuando no confiamos en nosotros/as mismos/as, cuando no podemos cambiar la realidad que no nos gusta o nos descoloca por cualquier motivo. Algo muy humano, pero poco fiable. Es una fe infantil, inmadura que no tiene nada que ver con la propuesta del evangelio. De hecho, a algunos cristianos no les interesa ‘madurar en la fe’ por miedo a las exigencias que esto conlleva. Se contentan con la doctrina, con lo que no comporta ningún compromiso vital.
Si recordamos las etapas del proceso de educación de la fe: iniciación, maduración y profundización, nos damos cuenta de la importancia de educar en la fe como actitud fundamental para el desarrollo de la persona, sean adultos, jóvenes o niños; actitud que otorgará un carácter o una orientación definitiva a la existencia. Educar para ser uno/a mismo/a impide responder a estímulos externos ajenos a lo esencial, nos alerta de ser manipulados frente a los poderosos, o a cualquier interés engañoso. En definitiva, educar para que cualquier persona sea ella misma, sepa discernir y responder a todas las propuestas de salvación que le llegan.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, le fe supone tener confianza en una persona, y ha de ir acompañada de la fidelidad. Por ende, implica esperanza y amor. Las mujeres lo demostraron pronto desde los comienzos del ministerio público de Jesús, ‘cuando la cosa empezó en Galilea’ (Hch 10,37). Ellas confiaron en él, en su palabra, le siguieron hasta la cruz y, finalmente, dieron testimonio de su resurrección.
La parábola del criado no significa que hemos de sentirnos siervos/as, y menos aún, inútiles, sino que nos avisa que la relación con Dios como si fuésemos esclavos suyos, nos deshumaniza. Es una crítica a la relación del pueblo judío con Dios, basada en el estricto cumplimiento de la Ley y en la convicción de que esa observancia les salvaba. Es una advertencia contra la actitud de los fariseos que entendía la relación con Dios como del esclavo frente a su señor.
Jesús no nos pide que ‘sirvamos’ a Dios sino a los/as hermanos/as. Dios no quiere esclavos ni siervos (Jn 15,15), sino personas libres que actúan y son capaces de desplegar un dinamismo interior que les hace amar, tener fe-confianza y esperanza.
Compromiso
Recordamos a todas las mujeres del evangelio que tuvieron fe-confianza en Jesús, rompieron moldes y se atrevieron a incumplir la Ley.
Haz memoria de las mujeres que han pasado por tu vida o están junto a ti y son modelo de fe-confianza en el Abbá y manifestación de haber acogido el amor de Dios.
La Iglesia ha minusvalorado el potencial de las personas, especialmente el de las mujeres, para establecer relaciones de desigualdad o de dominio. Con demasiada frecuencia se han confundido los términos de ‘servicio’ y ‘servidumbre’, ¿cuáles han sido las consecuencias? ¿Cómo subvertir este modelo en una Iglesia sinodal?
Canción:
Sólo en Dios Ain Karem https://www.youtube.com/watch?v=YmZR-UhTY2E
No tengas miedo. Ain Karem https://youtu.be/_YzyoKmsedU?si=J5xr85blycoIuYd_