#25N2025 Historia en primer plano desde la víctima. Juan 8:1-11
| Jeannette Benítez
Recuerdo aquel día, cuando unos varones llamados escribas y otros religiosos fariseos nos sorprendieron a mí y a mi amante en el lecho. Fue un momento humillante y lleno de agresiones a mi persona, situación que solamente yo por ser mujer sufrí, ya que mi amante quedo exento de este trato vil. Recuerdo como con fuerza me agarraron lastimando mis brazos, me sacaron de la habitación de forma violenta, yo sabía ya mi destino, el destino que le deparaba a las mujeres consideradas adulteras, ni siquiera me preguntaron mi nombre, no importaba al final era simplemente una mujer impura. Fue un acto el verdaderamente trascendente para ellos, ya que las mujeres que se refugiaban en un amante algunas veces en busca de amor, valía, sexo o un poco de atención, eran castigadas con la muerte. Y mientras me arrastraban con desprecio y asco por aquellas callejuelas, solo pensaba en la desgraciada vida que a mí y a las mujeres de mi tiempo nos ha tocado padecer por culpa de las leyes judías impuestas y por los hombres quienes se creen amos y señores de nuestros cuerpos. Para ellos solo somos una posesión más en un contexto cultural donde la mujer es inferior y donde ellos se creen superiores, y lo que es peor aún, esta ideología es aprobada y respaldada tanto por el estado como por los religiosos a través de leyes y normas que nos afectan gravemente a nosotras.
Pienso, mientras veo que estamos llegando al templo, esto no es vida, solo estamos sobreviviendo en un infierno creado por los varones. Los escribas y fariseos entonces se dirigieron a un hombre al que le llamaban Jesús, del cual yo ya había escuchado, este tenía un movimiento supuestamente de buenas nuevas de salvación y de un Reino, también me entere que sanaba enfermos. A pesar de todo esto, en esos días se supo que muchos dudaban de Jesús por su discurso y sobre todo porque había surgido de un pueblo llamado Galilea, incluso llegaron noticias que los fariseos quisieron arrestarlo.
Los hombres que me apresaron le explicaron a Jesús que me habían encontrado en adulterio y que según su ley lo que correspondía era apedrearme, su pregunta revelaba que querían probarlo para ver si su respuesta podía ser un justificante para detenerlo. sin embargo, a Jesús parecía no importarle el caso expuesto, mucho menos mi vida y destino, él estaba concentrado escribiendo con su dedo en la tierra, por lo mismo y ante su falta de respuesta volvieron a preguntar para ver que respondía.
Jesús en una respuesta perspicaz les dijo: que el que estuviera libre de pecado arrojará la primera piedra, yo solo cerré lo ojos, eran ya mis últimos minutos de vida, mis últimos sollozos y mis últimos respiros. Mi piel sentía el dolor ante la lluvia de piedras que se avecinaba, porque claro sabía que todos los presentes eran varones santos de Dios, sin pecado y devotos. Para mí sorpresa no fue así, ninguno tuvo la moral para tomar una piedra y arrojarla, todos estaban llenos de pecado, sin duda aquello demostraba que estos eran farsantes de santidad y moralidad y luego, uno a uno se fue alejando.
Recuerdo muy bien que Jesús se enderezo y me pregunto:
Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? yo inmediatamente abrí los ojos y vi a mi alrededor y respondí: Ninguno, Señor. Entonces Jesús me dijo las palabras más maravillosas que yo como mujer, marginada, violentada y despreciada nunca pensé escuchar algún día de alguien, de un hombre, de un maestro, y mucho menos del hijo de Dios: ni yo te condeno; vete, y no peques más.
Salí de ahí, llena de una inmensa paz, y sabiendo que, si Jesús, el que se decía hijo de Dios, se dignó a mirarme, a dirigirme la palabra, él que es considerado verdaderamente santo no me condeno, yo tampoco debía autocondenarme. Después de este encuentro con Jesús, decidí amarme y cuidar de mí misma, y nunca más tener relaciones con hombres para los cuales solo soy un juguete, una posesión, un trofeo o basura. Decidí valorarme sabiendo que al igual que mi vecina que tenía una joroba y fue sanada por Jesús ¡yo también era hija de Abraham!
¡Ah, y olvide presentarme, mi nombre es Susana!