#sentipensares2025 Homilía sobre Los Carismas y el Llamado de las Mujeres en el Movimiento de Jesús

Construir el Reino en Igualdad
| Luz Estela (Lucha) Castro
Homilía sobre Los Carismas y el Llamado de las Mujeres en el Movimiento de Jesús
Hermanas y hermanos en Cristo:
Hoy las lecturas y el Evangelio nos invitan a reflexionar sobre los dones del Espíritu, sobre nuestra misión como seguidores y seguidoras de Jesús, y especialmente sobre el papel de nosotras las mujeres en la construcción del Reino de Dios. Este mensaje, impregnado de esperanza y justicia, nos lleva a reafirmar nuestra identidad como hijas e hijos del Dios que Jesús nos enseñó a llamar Abba, un Dios cercano que no excluye ni relega a nadie.
Los Carismas: Dones para Todas y Todos
En la segunda lectura de hoy, San Pablo nos recuerda que el Espíritu Santo reparte sus dones como Él quiere, sin distinción. Nos habla de una diversidad de carismas, ministerios y servicios, pero nos deja claro que todos tienen un mismo origen: el Dios que obra todo en todos y todas.
Sin embargo, nos encontramos con una Iglesia que muchas veces parece olvidar que esta diversidad de carismas incluye también a las mujeres, quienes desde los inicios del movimiento de Jesús han y hemos jugado un papel fundamental en la construcción del Reino. A las mujeres se nos ha querido relegar a un segundo plano, privándonos de ciertos ministerios, silenciando nuestras voces y ocultando los dones que el Espíritu ha derramado sobre nosotras.
Como hijas de este Abba amoroso, nosotras no estamos llamadas a la sumisión, sino a la acción, a poner nuestros dones al servicio de la comunidad. ¿Acaso no es el mismo Espíritu quien nos ha otorgado el don de la palabra, la sabiduría y el liderazgo? Nosotras, mujeres que seguimos el movimiento de Jesús, exigimos una Iglesia que sea fiel al mensaje de Cristo, una Iglesia que reconozca los dones del Espíritu en nosotras, que nos acoja y nos permita servir en igualdad.
El Poder Transformador del Evangelio: María, Modelo de Liderazgo y Fe
El Evangelio nos presenta el primer signo de Jesús en las bodas de Caná, un milagro que no habría ocurrido sin la intervención de María, su madre. Fijémonos en algo crucial: Jesús no llegó a esa boda solo; fue acompañado de su madre y de sus discípulos y discípulas. Él no dejó a María en casa, ni la relegó al margen de su misión. Al contrario, su presencia fue fundamental.
María, con una ternura poderosa y una preocupación genuina por quienes celebraban, actuó con decisión. Ella vio una necesidad y, confiando plenamente en su hijo, tomó la iniciativa: «Hagan lo que Él les diga». María no solo es la madre de Jesús; ella es también la expresión del rostro materno de Dios, quien cuida, guía y acompaña con amor.
El agua convertida en vino simboliza la nueva alianza, la renovación que Jesús trae al mundo, una renovación que también incluye la dignidad plena de las mujeres en el plan de salvación. Si el rostro materno de María fue clave en Caná, ¿no será también el rostro materno de tantas mujeres cristianas crucial para la transformación de nuestra Iglesia hoy?
Construir el Reino en Igualdad
El mensaje de hoy nos llama a preguntarnos: ¿cómo podemos, como mujeres, aportar nuestros carismas al servicio del Reino? Y a quienes ocupan posiciones de autoridad en nuestra Iglesia, les preguntamos: ¿cómo están permitiendo que nuestras voces sean escuchadas?
Jesús nos enseñó que el Reino no se construye excluyendo, sino incluyendo. No se trata de poder, sino de servicio; no de privilegios, sino de amor. El Abba que Jesús nos reveló no es un Dios que oprime ni silencia; es un Dios que invita a cada uno y cada una a participar plenamente en su obra.
Por eso, hermanas y hermanos, levantemos nuestras voces con humildad, pero también con valentía. Pongamos nuestros dones al servicio de la comunidad, como María lo hizo en Caná, y sigamos luchando para que nuestra Iglesia refleje la verdad del Evangelio: un Reino de justicia, igualdad y amor, donde las mujeres no sean relegadas, sino reconocidas como lo que son: hijas de Dios, llenas del Espíritu y llamadas a ser protagonistas de la historia de la salvación.
Amén.