Los sagrados relatos de estos días tan especiales al punto que los llamamos “santos”, nos

son tan conocidos que por sus detalles y las múltiples homilías que los comentan, tenemos

una biblioteca interna nutrida de hechos y sentidos. A veces con la impresión de que ya

todo está dicho.

Sin embargo, esta vez, algo nuevo me sucedió y tiene que ver con la pregunta del título:

¿qué pasó en esos cinco días?

Me ubiqué como parte de la multitud: de la gente. Del común montón de mujeres y

hombres, de niños y niñas que son integrantes, -importante y decisivamente- de aquellos

acontecimientos.

La multitud.

La multitud que recibe a Jesús y lo acompaña en su entrada a Jerusalén, tal como

recordamos el domingo de Ramos. Muchas, muchos. Poniendo sus mantos en el suelo para

alfombrar el paso del asno que transporta al rey. Saludando y cubriendo con ramas el

camino del Señor. Gritando a voz de cuello que se trata del Mesías, el Profeta que debía

venir…

En nuestras celebraciones pasan cinco días entre Ramos y el Viernes Santo. De hecho, en

el mismo domingo ya se recuerda uno de los relatos de la pasión.

¿Qué pasó para que “la multitud”, ahora, ante la pregunta de Pilato, grita pidiendo que se lo

crucifique? ¿Es la misma multitud? ¿Es totalmente otra gente?

No lo sabemos. Pero podemos suponer que muches son los mismes que vitoreaban y

ponían sus mantos. ¿Qué pasó? La experiencia de lo que haya pasado en algo no me es

tan ajena. Una multitud -silenciosa y no reunida- acompañó, o, al menos, no enfrentó a los

genocidas, en Argentina. ¿Eran cómplices en su totalidad? ¿Eran engañades en su

totalidad? ¿O en gran medida -quizá muches- quedaron atrapades en una confusión y un

terror que les hizo funcionales a la represión?

¿Qué hay de miedo y desconcierto allá y entonces entre nosotres?

¿Qué hay de semejante en la manipulación de los sentimientos de furia y de odio que

circulan hoy por nuestras redes?

¿Qué podemos aportar para que la memoria de nuestros misterios ayuden a la verdad y a la

justicia que anhelamos?