#sentipensares2025 Purificar el templo: una mirada teológica feminista al Evangelio de los mercaderes
| Luz Estela (Lucha) Castro
El evangelio de hoy nos recuerda una de las escenas más poderosas de Jesús: cuando entra al templo y expulsa con indignación a quienes lo habían convertido en un mercado. Su voz resuena con fuerza: “Han hecho de la casa de mi Padre una cueva de ladrones.”
Esta frase, breve pero contundente, sigue atravesando los siglos como una denuncia profética contra las estructuras religiosas que olvidan el espíritu del Evangelio. Y hoy más que nunca, debemos denunciar con voz profética los pecados sociales de nuestra Iglesia, cuando ser obispo o cardenal no se alcanzaba por vocación de servicio, sino por compra o conveniencia, en una estrecha alianza del poder eclesial con el poder político, un amasiato que traicionó el mensaje liberador de Jesús.
Las catedrales que hoy admiramos, con sus altares repletos de oro y mármol, fueron construidas sobre el dolor de los pueblos. El oro que brilla en los templos de España fue arrancado de las entrañas de los pueblos de América Latina, y su resplandor se levantó sobre un genocidio de pueblos indígenas, usados como bestias de carga para extraer el metal. Detrás de cada lámina dorada hay historias de cuerpos explotados, culturas destruidas y espiritualidades silenciadas.
También hubo un tiempo en que se compraban las indulgencias plenarias, se vendían los sacramentos y se ponía precio al perdón y a la salvación. Todo ello transformó el templo en un mercado, la fe en moneda, la gracia en privilegio. Y en tiempos más recientes, el poder económico y los escándalos de los Legionarios de Cristo nos recuerdan que las sombras del mercader siguen intentando ocupar el espacio que pertenece al Espíritu.
Nombrar y denunciar todo esto no es atacar la fe, sino purificarla; no es destruir la Iglesia, sino recordarle su raíz en el Evangelio de la justicia y la verdad. Pero el mensaje de Jesús no se queda afuera. Después de señalar la cueva de ladrones, nos invita también a mirar hacia dentro, a volver el dedo índice que acusa y dirigirlo hacia nuestro propio cuerpo, que es templo del Espíritu Santo.
El Espíritu nos habita. Y la pregunta que hoy resuena es: ¿cómo cuidamos ese templo? Porque también nosotras, nosotres, nosotros, hemos permitido que los mercaderes entren en nuestro interior: el miedo que paraliza, el consumo desmedido que nos vacía, las drogas, el alcohol o los fármacos que usamos para no sentir; la comida chatarra que ingerimos sin conciencia, las horas que pasamos frente al móvil evadiendo la realidad o evitando convivir con la familia, los pensamientos de odio, de envidia, de discriminación, la soberbia que nos separa de la ternura y de la comunidad.
El Evangelio de hoy nos llama a purificar no solo los templos de piedra, sino el templo vivo que somos. A reconocer cómo el sistema también habita en nosotras, y cómo el Espíritu nos invita a limpiarlo con el mismo gesto firme y compasivo de Jesús.
Cuidar el templo es abrazar nuestra humanidad y la de quienes nos rodean. Es vivir con conciencia, con ternura y con justicia. Es dejar que el Espíritu renueve desde dentro lo que el mercado y el poder han intentado profanar. Porque cuando el amor habita en nosotras, el templo vuelve a ser sagrado.
Lucha Castro