👣 Sentipensando la Pascua entre mujeres REFLEXIONES FEMENINAS PARA SEMANA SANTA Y PASCUA

Dedico estas reflexiones e imágenes, a las mujeres

que acompaño y me acompañan

en mi fe y en mi vida:

A Pilar, Asun, Puri y Viky,

y en ellas a las javerianas de la Región y de la Institución,

a Nohemí y Juliet,

a las mujeres del barrio el Jordán en su brega del día,

especialmente a las mujeres de:

el Club Femenino y Nuestras Manos,

a las mujeres que forman las CEBs de nuestro barrio.

A María Isabel en sus búsquedas que compartimos hoy.

A Gloria Isabel, amiga, a su entrega generosa

y su pasión por un mundo en justicia y amor.

A las mujeres del pueblo de Colombia que padecen la crisis, el hambre, el dolor y la guerra.

Las dedico también a algunos hombres,

por su compañía y su acogida al mundo femenino:

Amadeo y Germán,

Héctor y Jaime.

A la memoria de Guillermo.

Beige Simple Boda Pinterest Imagen para Blog (1)

Primera Meditación:

UN CUERPO ACARICIADO

Seis días antes de la Pascua, Jesús fue a Betania,

donde vivía Lázaro, a quien él había resucitado.

Allí hicieron una cena, en honor de Jesús; Marta servía,

y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa comiendo con él.

María trajo unos trescientos gramos de perfume de nardo puro,

muy caro, y perfumó los pies de Jesús; luego se los secó con sus cabellos.

Y toda la casa se llenó del aroma del perfume.

Entonces Judas Iscariote que era quien lo iba a traicionar dijo:

Por qué no se ha vendido este perfume para ayudar a los pobres?...

Jesús le dijo:

Déjala, pues lo estaba guardando para el día de mi entierro.

A los pobres siempre los tendrán entre ustedes,

pero a mí no siempre me tendrán.

(Juan 12, 1-8)

De los cuatro evangelios canónicos, tres abren el relato del proceso y la pasión de Jesús de Nazaret, contándonos cómo una mujerbaña, con un perfume caro, los pies de Jesús, en el transcurso de una cena. No me voy a detener ahora en precisar o discutir de cuál mujer se trata: si es una María desconocida, si es María de Magdala o de Betania, si es o no una pecadora pública (1). Para ubicarnos en el contexto de estas reflexiones nos basta una constatación: Jesús cena con un grupo de hombres y una mujer irrumpe en el espacio y tiempo de la comida para bañar con nardo los pies de aquel al que considera su maestro. Los textos también dejan constancia de una cosa: Jesús acepta de buen grado el gesto y el regalo, y defiende a la mujer de los ataques a los cuales es sometida por miradas llenas de incomprensión y envidia.

Es significativo que este hecho de la cotidianidad de Jesús, un hecho importante para él en vísperas de su muerte, se produzca o se presente en Betania: el espacio de la amistad, de la convivialidad... el espacio en el que varias veces en su ir y venir, Jesús de Nazaret se detiene para estrechar lazos gratuitos, para trenzar afectos, para expresar su amor, para reponer fuerzas y continuar con su misión.

¿En qué situación del conjunto del relato está inscrito este hecho? Inmediatamente antes: en lo que podría considerarse la apertura de este micro-relato (Juan 11, 55 / Marcos 14, 1 y Mateo 26, 1) los textos enmarcan la acción de la mujer. Detengámonos en este marco, en las palabras de Mateo:

"Cuando Jesús terminó su enseñanza, dijo a sus discípulos:

Como ustedes saben, dentro de dos días será la fiesta de la Pascua y el Hijo del Hombre será entregado para que lo crucifiquen.

Por aquel tiempo, los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos se reunieron en el palacio de Caifás, el sumo sacerdote, e hicieron planes para arrestar a Jesús mediante algún engaño y matarlo" ( Mt. 26, 1-4).

El clima que se vive es de agitación: Se acerca la celebración de la Pascua fiesta trascendental para el pueblo judío, momento de grandes hechos históricos y de posibles decisiones. Los jefes del pueblo ya han decidido prender a Jesús y condenarlo de todas maneras... sólo están buscando cómo hacerlo. Por su parte, Jesús tiene plena conciencia del momento que vive: sabe y siente que su vida está en peligro y trata de compartir esa conciencia con sus discípulas y discípulos, con sus amigas y amigos.

Pero los textos, más allá quizás de lo que conscientemente quieren decir, dejan en claro que los hombres no saben acoger este mensaje. Por el contrario: sus sentimientos, su mirada, están en otra parte: es lícito realizar ese gasto superfluo cuando los pobres, en abstracto e hipotéticamente, pueden llegar a necesitar ese dinero? Sus mentes y sus sensibilidades incomodadas por la cercanía de esa mujer, se traducen y expresan en una condena frente a una actitud que definitivamente no saben ni pueden entender. Los pobres se convierten en el pretexto para sacarse de encima el malestar que les supone esa OTRA/DISTINTA presencia... esa otra/distinta forma de estar, de ser y de relacionarse.

Mateo y Marcos inmediatamente después de narrarnos la unción en Betania, nos cuentan los caminos de la traición de Judas. Otro hombre cuya ubicación en el grupo, clara ubicación de poder: manejaba el dinero, no le permitió comprender el momento ni captar la persona del amigo/maestro.

Es entonces cuando el texto le da ingreso a la mujer, a la sensibilidad femenina. La sensibilidad femenina, acostumbrada por su práctica cultural, a mirar donde otros no miran y a sentir lo que otros no sienten. Esa mujer percibe el peligro, pero sobre todo percibe la angustia de Jesús, su dolor, su inquietud... angustia y dolor que unas horas (¿?), unos días (¿?), más tarde se va a expresar en sudor en forma de sangre en el huerto.

La mirada de esa mujer, seguidora y amiga de Jesús, descubre todo lo que hay en su interior, siente su desesperación, siente el peligro que lo acecha. La mujer está acostumbrada a vivir en concreto, en su cuerpo, en el cuerpo de cada una/o:

"Salomón el justo, tiene en sus brazos un niño y ante él se encuentran dos mujeres que lo reclaman como hijo propio, lloran, se desesperan y juran ambas estar diciendo la verdad. Entonces Salomón manda traer una espada y ordena que el infante sea cortado en dos, que se le dé un pedazo a una y el otro a la otra. Sólo en ese instante una de las dos mujeres suplica: Dádselo vivo a la otra. Deja de lado la verdad, renuncia a la verdad de las palabras, para obtener algo verdadero: la vida del niño. Por consiguiente, gracias a una mentira Salomón reconoce a la madre verdadera. Una anomalía en un sistema que coloca la verdad entre los valores más importantes y que formula su concepto de conocimiento como un itinerario continuo hacia ella... una mujer lleva inscrito en su cuerpo esta posibilidad siempre, sea madre o no lo sea: esto determina una relación con la realidad, con el hacer, con el proyectar, con la verdad de las palabras, distinta de la del hombre" (2).

En momentos límites las palabras no sirven, entonces adquieren todo su significado los gestos, los símbolos. Esta mujer, cuya memoria estamos evocando, escoge un gesto muy preciso reconfortar un cuerpo, un cuerpo amenazado por el peligro y por la muerte. Los sinópticos nos narran una escena en la que el perfume le es rociado a Jesús en su cabeza... Juan nos habla de que son los pies los escogidos por esta mano femenina que no sólo los refresca en nardo, sino que los seca (los acaricia), con sus propios cabellos.

En cualquier caso se trata de regalar al cuerpo del amigo, con un suave y fino perfume que le haga menos triste, menos agreste, menos indefenso y menos solitario su dolor. La mujer -ya sabemos- tiene una inmensa capacidad de amor: "...las mujeres seguimos inmersas en la ilusión del amor aprovechando la infinita capacidad que tenemos para el mismo y, los varones -ajenos a lo femenino- incapaces de comprender su profundo significado" (3). Es entonces, ese amor, el que permite a la mujer captar al otro en su momento. Ese amor le permite absolutizar el dolor, pasando por encima de convenciones, cálculos y razones... ese amor le permite regalar el consuelo. Porque sólo el amor, el ágape, nos hace posible un real reconocimiento del tú.

Esta mujer nos recuerda a tantas mujeres del pueblo que muchas veces no entendemos: mujeres que ante el dolor se desmesuran y no se rigen por razones, discursos, medidas, posibilidades... sino que se entregan totalmente para mitigar dolores, soledades, heridas... Jesús se siente interpretado en su sentir por este gesto femenino y les dice a quienes la critican: "... está muy bien lo que ha hecho conmigo... cuando ella derramaba el perfume sobre mi cuerpo, me estaba preparando para la sepultura..." El sabe que la mujer ha percibido hasta el fondo su angustia ante la cercanía de la muerte.

En ocasiones nosotras/os no somos capaces de este tipo de gestos porque evaluamos y sentimos desde múltiples ángulos y/o razones... pero no desde el sentir del otro... no somos capaces de meternos en la carne del que vive en su cuerpo el sufrimiento. Si las mujeres (y los hombres, invitados por nosotras...) fuéramos capaces de acariciar los cuerpos doloridos, muchas de las realidades de nuestros países, ciudades, barrios y veredas... podrían perder algo de su dureza, de su desamparo.

En este sentido, el pueblo y la lógica de las culturas populares pueden enseñarnos mucho: "Como he repetido abundantemente, el hombre de nuestro pueblo no es individuo, sino relación. La convivencia lo constituye por dentro. Está pues dotado de convivencialidad que se sustenta sobre una relacionalidad de sentido materno, una matri-relacionalidad. Si se quiere, la familia matricentrada sería el espacio micro de la relación, la micro-matri-relación. Desde ahí puede pensarse la macro-relación, la expansión de la relación a ámbitos cada vez más amplios hasta cubrir todo el ámbito nacional" (4).

Cuantas veces las seguidoras/discípulas de Jesús de Nazaret y su evangelio, no somos capaces de detenernos en el gesto amable y la mirada gratuita, no somos capaces de bañar con nardo el cuerpo de los otros y otras, porque el tiempo no nos da, porque no podemos perder el ritmode nuestros anuncios, de nuestras misiones, porque el trabajo o el horario, nos esperan...

Muchas veces igual, no somos capaces de bañar el cuerpo del otro, porque en nuestra desviada tradición hemos anulado los cuerpos... "Sin lugar a duda, incluso en su dimensión biológica, el ser humano necesita del tacto para su desarrollo integral, pues las más importantes estructuras cognitivas dependen de este alimento afectivo para alcanzar un adecuado nivel de competencia... Sin matriz afectiva, el cerebro no puede alcanzar sus más altas cimas en la aventura del conocimiento. La más urgente necesidad que debe suplir un nicho afectivo es la del contacto..." (5).

La actitud de Jesús en este pequeño relato o acontecer, es una clara respuesta/acogida, un complemento a la actitud de la mujer: se pone de su parte, la defiende ante los ojos ciegos que no son capaces de ver. Jesús entra en comunión profunda con esta mujer que acaricia su cuerpo y se siente interpelado por ella, no le llega por el contrario la interpelación de quienes alegan la necesidad abstracta de los pobres... Es radicalmente claro que Jesús ve, siente y ama en sintonía femenina.

NOTAS.

(1) Quienes se interesen por esta aclaración, pueden consultar: Carmen Bernabé Ubieta, MARIA MAGDALENA, Tradiciones en el cristianismo primitivo, Institución San Jerónimo, Verbo Divino, Estella 1994

(2) AlessandraBocchetti: LO QUE QUIERE UNA MUJER, Cátedra, Feminismos, Madrid 1995

3) María Lady Londoño: EL AMOR UNA UTOPIA PARA RECONSTRUIR. En: Revista, EN OTRAS PALABRAS, No. 3 - Bogotá, 1997

(4) Alejandro Moreno Olmedo: EL ARO Y LA TRAMA. Centro de Investigaciones Populares, Caracas – 1995

(5) Luis Carlos Restrepo: ETICA DEL AMOR Y PACTO ENTRE GÈNEROS. San Pablo, Bogotá 1998

Segunda Meditación:

LA ANGUSTIA EN SOLEDAD

En la hacienda de Getsemaní, Jesús dice a los discípulos:

“Esperen aquí mientras yo voy a orar"

Y llevando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo

comenzó a sentir tristeza y angustia.

Entonces les dice:

Siento una tristeza mortal, quédense aquí, velando conmigo.

Se adelantó un poco y rostro en tierra oró así:

Padre si es posible que se aparte de mí este cáliz,

pero que no se haga mi voluntad sino la tuya.

Volvió donde los discípulos y los encuentra dormidos

y dice a Pedro:

O sea que no han sido capaces de velar una hora conmigo,

velen y oren para que no sucumban a la prueba.

El Espíritu es decidido pero la carne es débil

... ... ...

Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados.

Los dejó y se fue a orar por tercera vez...

Viene entonces donde los discípulos y les dice:

Ahora ya pueden dormir y descansar

Está próxima la hora en que este hombre será entregado

en poder de los pecadores.

Levántense, vamos, se acerca el traidor.

( Mateo 26, 36 -46 )

MARCOS 14: EN LA FINCA DE GETSEMANI.

Te dio la fuerza el Padre.

Te recogió la madre -tierra madre-

tu llanto recorrió

la Pachamamma.

Tus amigos dormían

mientras la angustia quebrantó tus huesos

y quebró

esas sonrisas de complicidad

trenzadas en las tardes galileas.

Al dolor de tu muerte, de tu causa

al dolor de la historia y el camino

de hombres y mujeres

se sumó

la tristeza infinita que recorrió tu piel muy lentamente,

los amigos lejanos:

Santiago, Pedro y Juan que no pudieron,

que no supieron ser.

El padre/madre

-vida que explota en vida-

te alentó el corazón.

Con mínimos matices, los tres evangelios sinópticos, nos cuentan idéntica escena: Jesús una vez más se va a la finca, al huerto, en el que en la oración ha encontrado a lo largo de su vida y tarea, tantas horas de calma, de serenidad, de encuentro con su Dios. El espacio sagrado en el que siempre -según los evangelios- Jesús ha recuperado su fuerza y su esperanza. Ha tenido ya la cena festiva con sus amigos/as, ha iniciado ya sus despedidas, sus testamentos... Les ha insistido sobre todo en el amor como su herencia más preciada. Ahora tiene la certeza y sentimiento de que muy pronto caerá en las manos de quienes lo buscan y lo acusan de alborotar al pueblo, de enfrentarse a los jefes, de profanar el templo, la ley, la tradición...

Sabe que el proceso que se gesta contra su vida y su persona está llegando al fin. Sabe que las discrepancias con Judas abrieron ya un boquete y que este amigo, conocedor también de sus secretos, se ha cambiado de bando. Siente la muerte cerca y sobre todo siente que a su alrededor se agotan las salidas. Getsemaní, como en otros momentos del camino, le ofrece un espacio-momento para su reflexión, para recuperar serenidad al fin de esta jornada, la más dura de todas; la última jornada.

Va pues al huerto, quiere orar un poco antes de enfrentar al enemigo. Quiere reconectarse con su Dios, a quien experimenta como el Padre. Se despide momentáneamente del grupo de discípulas/discípulos y se aleja con Juan, con Santiago y con Pedro. Es claro que en este momento prescinde de muchas compañías, inclusive de la del grupo de mujeres en el que María de Magdala lo acompaña otras veces... Quiere sin embargo sentirse acompañado, no quiere en estos momentos estar solo e invita a sus amigos más cercanos, su círculo más íntimo: los amigos con quienes ha caminado a lo largo de tantas lunas y tantos territorios...

Los invita a que oren, a que velen con él, y se dirige a Dios Padre-Madre pidiéndole le conceda la fuerza necesaria. Regresa un par de veces al pequeño grupo de compañeros más cercanos y las dos veces los encuentra dormidos. Dormidos... en esa hora de angustia, de tensión, de cercanía de la muerte...se han dormido. Lucas explica -en un intento de disculpa- que estaban "muy cargados por la tristeza". No se trata de enjuiciar ahora su actitud; podría haber muchas cosas que la expliquen: la misma carga emocional o tensional, la depresión ante una perdida que saben inminente, el cansancio de las últimas jornadas... la necesidad de escapar al dolor. Todas / todos sabemos que más de lo que quisiéramos somos vencidos una y otra vez por nuestras circunstancias materiales o espirituales, todas/todos sabemos de nuestras infinitas debilidades que se repiten una y otra vez a pesar de nuestros esfuerzos...

En lo que quiero detenerme ahora es en la ausencia de mujeres en el grupo que se quedó dormido. Y entonces me inquieta una pregunta: ¿las mujeres también se habrían dormido igual? No se trata de un pregunta que lleve cargas antihombre o valoraciones negativas del sexo/género masculino... no es esta mi intención. Es sólo una pregunta que quiere resituarnos frente a nuestras costumbres, nuestras capacidades... frente a nuestras sensibilidades. Dormirse, abandonando al amigo en un momento particularmente difícil de su vida, es algo que definitivamente todos consideramos grave, es algo que resulta doloroso para quien lo vive, lo padece y lo ve. Y sin embargo no podemos decir que Pedro, Juan, Santiago... fueran malos amigos o no quisieran a Jesús de Nazaret, ¿qué ocurre entonces? ¿Qué pasaría hoy entre nosotros y nosotras?

La pregunta sobre si las mujeres se habrían dormido la formulo sobre todo porque creo que velar es una práctica. Velar / acompañar no es algo que se nos da sin más... algo que acompaña naturalmente al sentimiento amoroso y/o amigo... Acompañar y velar son prácticas que debemos aprender a realizar paciente y compasivamente entre nosotras y nosotros. Y nuestra cultura, con su vivencia atravesada y atosigadora del tiempo no nos dispone especialmente para ello.

Es aquí entonces donde tenemos que preguntarnos ¿si no es necesario beber en esa práctica que ha sido sobre todo femenina y desarrollarla en nuestros pactos sociales, en nuestras propuestas culturales? En casi todas nuestras formaciones culturales de occidente, la práctica ha acercado a las mujeres a actividades y sentimientos que enseñan a estar en vela Atender un enfermo o moribundo, hacerse cargo de un bebé recién nacido... son actividades que desarrollan una sensibilidad especial para permanecer despiertos.

Pero también, en el pueblo latinoamericano hay algunas prácticas que nos enseñan a pasar la noche en vela: preparar o cuidar las invasiones de terreno para instalar la casa familiar, o el velorio de los difuntos en un barrio: práctica sagrada en la que siempre hay que acompañar al muerto y a la familia... Son momentos en los que el tiempo se suspende y en el que mis ocupaciones, preocupaciones o sentimientos pasan a segundo lugar y yo debo estar disponible para acompañar al amigo, o para velar por la comunidad.

Ya sé que hay algunas feministas que no quieren oír hablar de prácticas o sentimientos femeninos que hagan pensar en algo más o menos cercano al sacrificio. No estoy segura sin embargo de que haya que eliminar algunas cuotas de sacrificio o de renuncia en nuestras vidas. Una cosa es una espiritualidad centrada en la negación total de sí mismo, es decir en el autoaniquilamiento y otra muy distinta es la vida centrada únicamente en el placer egoísta, en la constante afirmación del yo en desconocimiento de los otros. Por este camino -estoy segura- no vamos a la felicidad.

Además en la cultura popular latinoamericana lo que define al hombre y a la mujer, no es una esencia, una sustanciaEl hombre y la mujer populares se definen fundamentalmente como relación (1). Y definirse e identificarse como relación, supone tener siempre presente el cuerpo del otro, no negando el mío, sino precisamente para vivir la vida como relación y encuentro permanente de cuerpos e historias concretos.

Considero que nuestras relaciones de amistad, de amor, de convivialidad, de sororidad y fraternidad... es necesario sustentarlas en pactos de ternura (2), y sólo así lograremos tender entre los hombres y mujeres que habitan esta tierra puentes reales, sólidos y sinceros de compañía.

Cuando constatamos que Pedro, Juan y Santiago se duermen y que como consecuencia de ese sueño, Jesús experimenta su angustia en soledad... tenemos que volver la vista a tantas mujeres que en la historia y en el hoy, son capaces de velar y acompañar, en medio de situaciones muy disímiles: desde la madre al hijo, la amiga o compañera al enfermo, la vecina al dolor de la familia con su muerto. Cuando Lucas nos habla de que la tristeza venció los ojos de los amigos de Jesús en el huerto, tenemos que mirar a tantas mujeres que ante la adversidad se crecen y hacen fuertes, mujeres que transforman su dolor en lucha y en tesón. Mujeres que le arrancan cada día a la muerte pedacitos de vida.

La pregunta con que inicio esta reflexión: ¿Se habrían dormido las mujeres en el huerto? ¿Se habrían dormido descuidando al amigo y al maestro, María o Marta de Betania, María Salomé, María de Magdala? queda indudablemente sin respuesta. La respuesta sería algo que algunos llaman futurible y es tonto detenernos en algo que tal vez habría podido o no, suceder... pero lo importante es ser conscientes de introducir en el paradigma de nuestro desarrollo cultural del nuevo siglo, formas femeninas de ternura y entrega. Formas de compañía que vayan más allá de todos los cansancios, de todas las limitaciones y preguntas. Capacidad de velar con y por la otra y el otro.

Porque el hombre de hoy y el colombiano especialmente es visitado cada vez más en su corazón por la angustia, la soledad, el miedo, en ocasiones el terror... y porque ante nuestra contemplación en el huerto, es necesario desarrollar en nosotros capacidad de compañía, ágape que pase por la entrega cuando esta sea necesaria y no sea producto del chantaje emocional. La angustia, vivida en compañía, en solidaridad, en común-unidad... es más humana y por tanto es más soportable y llevadera.

Los relatos evangélicos nos dejan claro que Jesús esperaba de sus íntimos esa compañía que no llegó. Se repite el esquema: Jesús vuelve y les dice: oren y velen... porque la carne es flaca, Jesús regresa, no se conforma con hallarlos dormidos. Más allá y más acá de la interpretación espiritualista y desencarnada que muchas veces se hace de esta situación y este reclamo, lo que Jesús en ese momento intenta, es despertarlos, regresarlos a su angustia, quiere ser acompañado por ellos, quiere sentirlos cerca... hasta que finalmente los saca del huerto porque el traidor ya llega. Sin sentimentalismos ni idealismos románticos, podemos visualizar la soledad de esta oración en Getsemaní... ¿cuántas soledades producimos nosotros/as? ¿Cuántas soledades dejamos sin nuestra compañía cuando podríamos darla?

NOTAS:

(1) Alejandro Moreno Olmedo:

Obra Citada.

(2) Luis Carlos Restrepo:

ETICA DEL AMOR Y PACTO ENTRE GÉNEROS, igualmente citado.

Tercera Meditación:

LAS MUJERES LLORAN POR ÉL

Lo seguía una gran multitud del pueblo

y de mujeres

que lloraban y se lamentaban por él.

(Lucas 23, 27)

Lucas, que después de Juan, es el evangelista que más atención dedica a la mujer, es el único que nos registra este detalle. Detalle por lo demás absolutamente lógico y explicable. Gracias a Dios la mujer aún no ha perdido su capacidad de llorar. Y esa capacidad de llorar, nos habla de muchísimas cosas...

Alessandra Bocchetti, refiriéndose al horror de la guerra nuclear, nos dice:

"Esta guerra si se da, no la hará nadie, será una guerra sin cuerpos, sin experiencia, a causa de la cual sólo será posible morir o quizá, en la hipótesis que a menudo parece la peor, sobrevivir... Una mujer, al menos tal y como son las mujeres hasta hoy en día, no habría podido olvidar jamás que una parte de este planeta era también su casa, no habría podido olvidar jamás su cuerpo entre los otros, por tanto no habría podido imaginar una guerra en la que nadie vence, no habría tenido jamás la idea de deshacer en tan poco tiempo millones y millones de cuerpos que durante tanto tiempo construyó con paciencia y fatiga, penas y alegrías..." (1).

Las mujeres pues, según su sensibilidad, siguen muy cercanamente a Jesús y experimentan a través de su carne y de su corazón, su dolor... Dolor que expresan por medio de su llanto... A lo largo de la historia, y también en el cine, en las novelas, en la poesía... la mujer ha llorado. Y continúa llorando en los documentales que recogen las guerras, las exclusiones y los desplazamientos de hoy. En cambio al hombre le es prohibido llorar. "Llorar no es otra cosa que la respuesta física a un profundo sentimiento de dolor, de frustración y hasta de alegría que se invalida en los hombres, en aras de que el ideal masculino es macho y valiente y por lo tanto no se expresa con llanto" (2).

Un mundo en el que se ha perdido la capacidad de llorar es un mundo anestesiado, un mundo incapaz de sentir a fondo el dolor y experimentar la solidaridad. Las lágrimas de estas mujeres le muestran a Jesús de Nazaret su cercanía, su solidaridad ante su suerte, su condena, su muerte inminente. Y Jesús -nos dice el texto- registra ese llanto, es decir registra esa compañía y se dirige a ellas para animarlas a que no sólo se fijen en su dolor actual, sino que visualicen el mundo de horror en el que han de vivir ellas y sus hijos muchas veces.

El llanto de estas mujeres es el llanto de quienes no aceptan el dolor producido por la injusticia. Las mujeres, que han seguido al maestro de Galilea a lo largo de su vida y misión, saben con certeza que no hay motivación real, para que ahora el maestro cargue con esa cruz y vaya hacia su propia condena. Por eso lloran. El llanto que produce la injusticia es un llanto más fuerte, más hondo, más sonoro...

Las mujeres de Jerusalén, no pueden aceptar la muerte de una víctima inocente y exteriorizan su rechazo con lágrimas y con lamentos. No es solo el dolor que produce la cruz y la pasión de un hombre, es el lamento por la suerte del justo... El llanto expresa la angustia y la experiencia de un sufrimiento grande, pero también expresa la no aceptación, el no conformarse con determinada situación o suerteLas lágrimas y los lamentos exteriorizan la solidaridad y comunican a la víctima la certeza plena de que su dolor ha sido recogido y asumido por otras, de esta manera el consuelo que nos llega es mayor.

Pero volvamos a una idea enunciada: el llanto es la expresión física de un sentimiento. Las lágrimas de estas mujeres muestran la inmensa capacidad que tienen de vivir-con, de sentir-con... de tal manera que el dolor del otro, su angustia, su condena... llega hasta lo más profundo de su cuerpo y se convierte en lágrima y lamento.

Nuestra cultura actual, tiende a conseguir en nosotras y nosotros todo lo contrario, tiende a anestesiarnos... a ocultar la muerte, a recluir el dolor en diferentes salas de especialización... tiende a embotarnos con las imágenes televisivas, en las que se mezclan una escena de guerra, con un cuerpo atrayentemente desnudo, con una sonriente Coca-Cola que refresca... Una cultura y un ambiente de banalidad, de envases y productos light no pueden producir este tipo de solidaridades de quien llora en sintonía con otro:

"¿Podemos esperar realmente una respuesta compasiva de los millones de individuos que leen el periódico durante su desayuno, escuchan la radio de camino para el trabajo y ven la televisión al volver a casa cansados de su jornada en su oficina o fábricas? ¿Podemos razonablemente esperar compasión de los innumerables individuos aislados que están siendo constantemente avisados, en la privacidad de sus casas o de su automóvil, de la vastedad del sufrimiento humano?...

"La exposición masiva a la miseria humana conduce a menudo al aturdimiento síquico. Nuestras mentes no pueden soportar que les recuerden constantemente cosas que interfieren con lo que estamos haciendo en ese momento... Pero hay más. La exposición a la miseria humana a escala masiva no sólo nos lleva al aturdimiento síquico, sino también a la hostilidad. Esto puede parecer extraño, pero cuando miramos con más atención la respuesta humana a la información perturbadora constatamos que el enfrentamiento con el dolor humano crea a menudo ira en lugar de solicitud, irritación en vez de simpatía, e incluso furia en lugar de compasión..." (3).

La pregunta que tenemos que hacernos es entonces: ¿cómo desarrollar culturalmente, ambientalmente, la capacidad real de com-pasión amorosa que tiene la mujer? ¿Cómo recuperar nosotras -en tanto que mujeres- mucho más allá de imágenes estereotipadas o de romanticismos tontos, nuestra capacidad de llorar por el sufrimiento de los otros? ¿Será que podemos esperar un nuevo siglo en el que el hombre y la mujer recuperen su capacidad de lamento, de hondura en el dolor, de llanto... en últimas de misericordia?

Nuestra solidaridad tiene que pasar por el cuerpo, por la expresión física del dolor. No es posible continuar impávidas/os mirando en la televisión cómo se matan los hombres que son nuestros hermanos... cómo se depreda la tierra... cómo se acaban las naciones... cómo se pierden todos los valores que nos pueden llevar a la fraternidad y a la utopía. Quien no sabe llorar, no sabe tampoco ser feliz.

Es importante que nuestra civilización técnica tome conciencia de que quien no puede expresar su dolor con el llanto, con el rictus amargo de la cara, con el suave lamento de un sollozo... tampoco sabe amar, porque está incapacitado para comunicarse, para manifestar sus sentimientos, para mostrar su cercanía...

Una cultura que reprime la manifestación de la alegría y del dolor, termina por perderla después. Y una vez que perdemos la posibilidad de esta manifestación, el camino hacia la perdida de la capacidad de sentimiento es demasiado corto.

NOTAS:

(1)Alejandra Bocchetti, obra citada.

(2) Angela Marulanda, educadora familiar:

LLORAR ES PARA MACHOS.

(3) Henri Nouwen:

LA COMPASIÓN EN LA VIDA COTIDIANA

Lumen, Buenos Aires 1996

CLAUDIA, LA MUJER DE PILATOS.

Y estando él sentado en el tribunal,

su mujer le mandó aviso, diciendo:

No tengas nada que ver con ese justo,

porque hoy he sufrido mucho en sueños

por su causa.

(Mateo 27, 19 – 24)

 No todos los evangelios la mencionan, mucho menos los sermones corrientes de la semana santa. Sin embargo la imaginación popular nunca la olvida, de la misma manera que no olvida a la Verónica la que seca y acaricia el rostro de Jesús. En varios evangelios apócrifos reaparecen ambas figuras. En estas dos mujeres, se trata del mismo sentimiento con mucha fuerza femenina: la solidaridad, la misericordia, la capacidad de sentir-con, de identificación con el otro cuerpo, con el otro dolor, la capacidad de mirar más allá en medio del fragor de una decisión que se impone.

 En Mateo, el único texto canónico que la menciona no aparece su nombre. Como otras veces en la Biblia (la mujer de Lot, la mujer de Noé…) esta mujer se la quiere hacer permanecer en el semi-anonimato, seres sin nombre con una identidad desdibujada. Pero se trata de mujeres tercas que permanecen en los imaginarios y siempre vuelven más allá del silencio decretado sobre ellas.

 ¿Qué encontramos en Claudia que nos invite a una interiorización? Hay dos aspectos que quiero resaltar porque me parecen los más significativos de la presentación que Mateo nos hace de ella:

 Primero, como ya lo hemos dicho, su capacidad de sintonizar con Jesús. Su capacidad de identificarse con él y con su angustia. Igualmente su capacidad de mediación ante el poder político: las mujeres romanas más de una vez ejercieron este poder en diálogos con el emperador o sus subalternos. Claudia toma partido en unas circunstancias que no favorecen tal determinación.

 De otro lado, quiero señalar la forma en que la mujer de Pilatos realiza su intervención: argumenta con la autoridad de los oráculos, de los sueños. El mundo greco-romano es un mundo en el que las prácticas adivinatorias están vigentes y tienen plena  credibilidad. A lo largo de la Biblia tenemos varios casos de intérpretes de sueños porque la indagación a través de estos cuenta con amplio reconocimiento. Las mujeres están más cercanas a ello y en la mayoría de los oráculos populares nos encontramos con adivinas o con sacerdotisas. La argumentación de Claudia entonces no nace del vacío sino que se ubica en un universo sustentado que ella utiliza para sus fines.

El ambiente que se vive es de agresión contra el preso: la multitud grita una y otra vez: ¡Crucifícalo! y no quiere escuchar otras razones. La multitud una vez más se muestra siendo manipulada por el mejor postor, sin capacidad de análisis ni de com-pasión. Ese grito de ¡Crucifícalo! nos deja ver la actuación ciega de la masa que cierra sus entrañas y se deja arrastrar por los intereses del más fuerte. Y aquí, una mujer valiente que aún en medio de la hostilidad y el peligro se muestra cercana al condenado y sin dudarlo toma partido por él, arriesgando lo que sea necesario. La llamada mujer de Pilatos se nos presenta como alguien capaz de afrontar el peligro en defensa de lo que considera y asume como su propia causa. Claudia nos hace una invitación a tomar partido por la debilidad y la justicia, luchando del lado débil y carente de poder. En este recorrido de Jesús, unas manos femeninas que de nuevo le brindan unos brazos a los que acogerse.

 Desde este pequeño episodio se nos interroga sobre nuestra propia capacidad de enfrentar a la masa.

LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS

"He oído que han eliminado del ejercicio del Vía crucis la estación en la que la Verónica enjuga el rostro ensangrentado de Jesús camino del calvario tras haber sido torturado por los soldados de Pilato. Dicen que no era un relato autentico. ¡Qué curioso! Justo aquella escena de ternura y de afecto de una desconocida ante el profeta abandonado y conducido a la muerte se considera falso..." (1). Esta consideración de Juan Arias nos introduce al tema que quiero tratar ahora.

Cuando hablamos de la Verónica estamos hablando de una tradición popular que en sus raíces mismas es apócrifa, no reconocida. Se trata de una tradición que la piedad eclesial de la edad media transformó en un momento del vía crucis, por medio de una imagen realmente muy bella.

Hay dos vertientes sobre este hecho en la literatura apócrifa: De un lado, algunos textos nos hablan de una mujer llamada Verónica a la que su amor por Jesús la llevó a querer tener una imagen suya grabada: "Díjole la Verónica: Cuando mi Señor se iba a predicar, yo llevaba muy mal el verme privada de su presencia; entonces quise que me hicieran un retrato para que, mientras no pudiera gozar de su compañía, me consolara al menos la figura de su imagen. Y yendo yo a llevar el lienzo al pintor para que me lo diseñase, mi Señor salió a mi encuentro y me preguntó a dónde iba. Cuando le manifesté mi propósito, me pidió el lienzo y me lo devolvió señalado con la imagen de su rostro venerable..." (2), algún otro texto identifica esta mujer con la hemorroísa que fue curada por Jesús. Se trata de un simple relato de amor: la amada que no soporta bien la ausencia y siente que con un retrato esa ausencia sería más soportable...Y Jesús le regala ese retrato.

De otro lado, en el cristianismo de Edesa (hoy Turquía), se nos habla también de esta imagen grabada sobre un lienzo. El rey Abgar está enfermo y quiere curarse mirando fijamente el rostro de Cristo, envía ante El un mensajero para que se grabe su imagen y se la restransmita... Jesús conocedor de este deseo, se lava su cara y pide una tela para secarse, cuando lo hace su rostro queda impreso en ella (3). Se trata de otra lógica, otra economía... de carácter más masculino: el rostro grabado es un medio para obtener una curación, una salud.

La devoción eclesial popular transformó estos datos y construyó el relato que conocemos a través de la práctica del viacrucis... Cuando Jesús arrastra su dolor, su cruz, su humillación y su tortura hacia el calvario, una mujer sale de entre la muchedumbre de testigos y curiosos y seca su sudor confortando su rostro. El maestro en compensación le devuelve su imagen en la tela que ha hecho las veces de toalla.

Como tantas otras cosas que rodean nuestro recuerdo de Jesús de Nazaret, este hecho no ocurrió... Como otras tantas cosas, pudo haber sucedido. Es claro que hay pocos gestos más consoladores que el recibir una mano y un manto que nos seque si nuestra cara está cubierta de sudor y de sangre producto de un intenso dolor físico causado por heridas. La sensibilidad femenina, atenta al sufrimiento, sabe que ese deseo está presente en todo torturado, en todo moribundo, en todo herido...

Esta mujer, sale con valentía del montón. Dar consuelo a un condenado significa enfrentar y desafiar al poder que condena. Todos sabemos que los gestos de auxilio a quien ha sido condenado por la ley, se consideran apoyo hacia la causa del subversivo y rebelión contra quien dicta la sentencia. En un contexto de temor, en el que los evangelios nos hablan de la negación de Pedro... esta Verónica avanza firme hacia adelante y con su contacto físico, con su acogida, muestra a todos que ella es amiga de Jesús que rechaza la condena y que acaricia y consuela al condenado.

Una caricia necesaria, una caricia en el justo momento de la angustia, de la necesidad, del desamparo... ¿Somos conscientes hoy del poder de curación que podrían tener nuestras manos, nuestra atención al que nos llama desde una situación límite? ¿Somos capaces de enjugar los sudores, la sangre... en este mundo que nos acostumbra a mirar esa sangre por la televisión sin padecerla? Este relato nos recuerda la parábola del buen Samaritano que cura las heridas del hombre abandonado en el camino y se hace cargo de su suerte. Una pregunta podemos formularnos: ¿Nuestra mirada está atenta ante tantas y tantos que necesitan nuestro enjuague?

Una vez más la tradición nos dice que Jesús premia a esta mujer su compasión... regalándole su imagen para perpetua compañía. Porque la imagen es eso: compañía, no fetiche para causar milagros... compañía del que se sabe amado y quiere eternizar los momentos de encuentro. Compañía que consuela profundamente.

Para entender este sigo de doble vía: la acción de la verónica, el rostro que se imprime en la tela... es necesario en primer lugar comprender la intensidad del consuelo que significa esa caricia en concreto una cara sangrante, herida y torturada... la desazón que esto produce... es por tanto necesario comprender la intensidad de sintonía de esta mujer con el ajusticiado. Es esa sintonía la que permite la eternización del rostro amado sobre la tela.

NOTAS:

(1) Juan Arias:

UN DIOS PARA EL 2000

Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao 1998

(2) MUERTE DE PILATOS, en:

LOS EVANGELIOS APÓCRIFOS

BAC, Madrid 1956

(3) LA LEYENDA DEL REY ABGAR Y JESÚS

(Orígenes del Cristianismo en Edesa)

Editorial Ciudad Nueva, Fundación San Justino, Madrid 1995

Cuarta Meditación:

LAS MUJERES DE PIE JUNTO A LA CRUZ

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre,

y la hermana de su madre,

María, esposa de Cleofás y María Magdalena.

(Juan 19, 25)

También había algunas mujeres mirando de lejos;

entre ellas estaban María Magdalena,

María la madre de Santiago el menor y de José y Salomé.

Estas mujeres había seguido a Jesús y lo habían ayudado cuando él estaba en Galilea.

Además había allí muchas otras que habían ido con él a Jerusalén.

(Marcos 15, 40)

EL SIERVO DE YAHWÉ

(Isaías 53, 3-5)

 Luchó para salvarla

pero murió en sus brazos,

no consiguió trabajo

ni consiguió una cama de hospital,

depositó su cuerpo entre la tierra

y salió a la ciudad.

Caminó días y ofreció sus manos,

la fuerza de sus brazos,

el vigor -ya restiado- de sus años,

su sonrisa de joven.

No consiguió trabajo

ni en la noche cobijo.

Su cuerpo se cansó

y el vigor se hizo débil.

Su aspecto fue de pobre

y en cada día, junto con su dolor,

el olor de su cuerpo fue más grande.

Ya no sólo cobijo o pan faltaron

sino miradas suaves o acogidas lejanas.

Cada día más lejos de la gente

fue varón de dolores.

Un amigo -amigo ocasional- huía a la vida

le dio el primer cigarro.

A la falta de pan

aspiró humo que adormeció su angustia

y el dolor y la sombra de su muerta.

Siguió pasando el tiempo

y su piel, su mirada, sus ojos, sus cabellos

fueron tomando el pulso de su vida,

la ciudad talló en ellos su entraña miserable,

sus desechos, sus desvaríos, sus odios.

Fue varón de dolores cada día más lejos de la gente,

en la acera de enfrente.

Me parece importante el que tres evangelistas insistan en la presencia de las mujeres durante la pasión y en su mirada puesta en la crucifixión de Jesús. En medio de un clima que se respira como de dispersión, huida y temor (este clima lo confirmará el relato de los Hechos de los Apóstoles), se registra como un dato más a tener en cuenta: las mujeres están ahí, las mujeres no se han ido, ni se han escondido... las mujeres son importantes en la vida y la muerte de Jesús... La Iglesia parece haber olvidado esto más de una vez.

Es obvio, en  mi opinión, que el evangelio muestra cierta complicidad y cercanía entre Jesús y las mujeres, aspecto que no puede explicarse fácilmente desde los parámetros judíos, según los cuales un rabí rezaba varias veces al día: gracias por no haberme hecho mujer. Esa cercanía debió generar intensas críticas y sospechas al establecimiento.

Es esta cercanía la que permite afirmar a María Dolores Alexaindre:

"Un cuarto aspecto podría ser calificado por el elemento afinidad. Al leer con detenimiento bastantes textos evangélicos en los que aparecen personajes femeninos, sorprende la facilidad con que llegan a coincidir con lo que el propio Jesús valora, comprende y desea, la intuición certera con la que consiguen situarse en su órbita, en su proyecto, en el punto exacto que la ocasión requería.

"La hemorroísa que se acerca a él segura de que su solo contacto va a curarla; la cananea que vence la resistencia del Maestro a dedicarse también al mundo de los no judíos; las madres que seguramente están detrás de ese grupo que presenta a los niños a Jesús; la pecadora que irrumpe en medio del banquete y unge llorando sus pies; María que en Betania abandona las tareas dispersas del servicio para sentarse a escucharle y que derramará más tarde un perfume de gran precio sobre su cabeza con gesto profético de reconocimiento real y mesiánico; la viuda pobre que echó sencillamente en el cepillo del templo todo lo que necesitaba para vivir... todas ellas despiertan en Jesús una fascinación apasionada que se manifiesta en sus palabras de admiración y en la rotundidad con que defiende su conducta.

"Da la sensación de que existe una complicidad secreta entre él y esos personajes femeninos, como si ella supieran, por una peculiar clarividencia, hasta donde llegaba su capacidad de sanación y de perdón, como si poseyeran una connaturalidad con sus extraños caminos, con su desmesura en la entrega, con su insólita decisión de llegar hasta el fin en el amor" (1).

Sólo esta cercanía y esta complicidad puede explicar cabalmente el acontecimiento de la mujer adultera (Juan 8), en el cual Jesús se juega su prestigio y su reconocimiento como conocedor de la ley de Moisés, por defender a una mujer acusada por todos y aparentemente confesa.

Quiero resaltar ahora una evidencia: Más allá de la discusión sobre el puesto, los puestos o las posibilidades... que la Iglesia le reconoce o le niega, Jesús dio a la mujer en su incipiente movimiento un lugar especial y destacado. Las mujeres hacen parte integral y definitivamente importante del grupo que apoyó al Maestro, del grupo con el cual él caminó e interlocutó. Y esa importancia se manifiesta en la presencia de las mujeres en la cruz.

Se trata antes que nada de un lugar que viene dado por la convivencia, por la convivialidad, por la común-unión, por la proxemia (2). Se trata entonces de un lugar irremplazable, no está garantizado por la ortodoxia ni por la teoría, está garantizado por el sentimiento. Ese sentimiento que los cristianos tantas veces hemos negado, reprimido y escondido... pero sin el cual no es posible la vida, el amor, los sueños... ese sentimiento que es el que permite que hombres y mujeres a lo largo de su historia hayan emprendido, en medio de sus limitaciones y sus miedos, obras que los han llevado muy lejos de sus propias pequeñeces.

Cuantas veces nos encontramos en situaciones límites, en situaciones de dolor o de muerte, de guerra, de enfermedad... situaciones en las que la razón no sirve más, en las que las argumentaciones y aún los principios quedan huecos o tambalean, situaciones en las que la verdad objetiva se oscurece... situaciones en cambio en las que el sentimiento,  el amor de una pareja, la entrega de una amistad, la fuerza de la maternidad, la fidelidad a un camino conjunto... salvan la vida, salvan la familia, salvan la comunidad. Los pueblos pobres y sufrientes... y especialmente las mujeres saben mucho de ello.

Son precisamente esos sentimientos los que atraviesan constantemente la relación de muchas de las mujeres, mencionadas en el evangelio, con Jesús. Y es precisamente la fuerza de esos sentimientos, la pasión que arrebata (los místicos también saben de ello...), la que permite caminar con el otro su pasión, beber el cáliz de su angustia, fortalecerse en su cruz.

Me surge una pregunta: en esta época de sentimientos y productos light, de alimentos y relaciones descafeinados... ¿qué tan capaces somos de asumir hasta el fondo, hasta los propios límites el destino y la vida de ese otro que siempre espera nuestra mano al borde del camino? ¿qué tan capaces somos de jugar nuestro propia vida en serio, empeñando los días en la construcción de un mundo de relaciones más estables y más comprometidas, lo que no quiere decir de relaciones que esclavicen? ¿qué tan capaces somos de asumir la cruz de otros y de otras?

Esas mujeres que al borde de la cruz de Jesús de Nazaret, expusieron su vida y su seguridad por darle aliento y compañía, por mostrarle su amor y su incondicionalidad... pueden retarnos hoy a descubrir en nosotras y nosotros esa parte de nuestra personalidad tal vez acallada pero no superada, esa parte que es capaz de entregarse sin miedo a los mañanas, sin temor a las noches...

NOTAS.

(1) María Dolores Alexaindre:

MUJERES DEL EVANGELIO: MAESTRAS DE ORACIÓN. (Material Fotocopiado).

 (2) Proxemia:

Término propuesto por Michel Mafessoli, sociólogo francés, para referirse al tipo de relación que establecen hoy los grupos y comunidades, como respuesta a la masificación de las grandes ciudades.

Michel Mafessolli, EL TIEMPO DE LAS TRIBUS.

Icaria, Barcelona 1990

Quinta Meditación:

JUNTO AL SEPULCRO

Las mujeres que habían acompañado

a Jesús, desde Galilea,

fueron y vieron el sepulcro

y se fijaron en como habían puesto el cuerpo.

Cuando volvieron a casa,

prepararon perfumes y ungüentos.

Las mujeres descansaron el sábado,

conforme al mandamiento,

pero el primer día de la semana regresaron al sepulcro muy temprano,

llevando los perfumes que habían preparado.

(Lucas, 23,55 - 24, 1)

Los evangelistas nos hablan, todos ellos, de un grupo de mujeres, más estrecho o más amplio... que, en su acompañamiento a Jesús, van hasta el sepulcro, miran y embalsaman el cuerpo muerto del Maestro. Madrugan con la intención de llegar antes que nadie al sepulcro y entregar sus cuidados el recién muerto-asesinado... Esta actitud -que se señala en los textos como femenina- nos habla de muchas cosas que pueden ayudarnos a mirarnos a nosotros/as mismos/as.

En primer lugar nuevamente nos pone de manifiesto el cuidado, el amor, la ternura ante el cuerpo amado. No importa que ese cuerpo ya no tenga el aliento de la vida, no importa que haya sido abandonado ya por el hálito que lo mantenía entre nosotras/os... Es necesario descubrir en estas mujeres -amigas/seguidoras de Jesús- su capacidad de sentir con el otro, Jesús ha sido torturado hasta morir, su cuerpo ha sido sometido a la injuria y al maltrato, su cuerpo ha sido expuesto a la mirada enemiga, al odio y al escarnio colectivos... de alguna manera estas mujeres saben que ese cuerpo necesita consuelo, amor, cercanía, reparación. Ese cuerpo necesita ser acariciado para encontrar alivio y para recuperar el sentido de su vida.

Por ello las manos femeninas, esas mismas que saben de complicidades, de alientos, de caricias... se comprometen en el cuidado de este cuerpo ya exánime. No importa el dolor experimentado, no importa el inmenso cansancio de esta horrible jornada, no importa el el desvelarse... lo más importante es la certeza de que ese amigo, cuya alma le ha sido arrebatada puede aún, en su cuerpo recibir algo de consuelo...

Esta actitud nos remite a una particular relación que se establece entre la muerte y la vida:

"El que ha muerto por nosotros, no puede estar muerto para nosotros. El que en su muerte se ha convertido en la vida para nosotros, tiene que seguir viviendo en nosotros mismos, para nosotros. Cierto que en un último acto del luto se le envuelve en una sábana mortuoria, cierto que se abre para él la tumba; pero como en cualquier amor profundo, también aquí prevalece especialmente un presentimiento y una certeza de que no puede estar muerto delante de Dios ni por causa de nosotros los hombres. A nuestras manos humanas, que lo mataron, no se les ha dado el poder de reparar por nosotros mismos lo ocurrido; a nuestras manos humanas sólo les queda la triste obra de la despedida y la piedad; una solicitud tardía que humanamente ya no alcanza a Jesús. Y sin embargo, en medio, precisamente del luto persiste el sentimiento apasionado de que él, que tuvo que morir por designio divino, realmente nunca habría tenido que morir y que delante de Dios, nunca podría estar muerto" (1).

El pueblo en general, y el latinoamericano/colombiano en particular tiene una relación con la muerte cualitativamente diferente a la que tienen las culturas modernas más occidentalizadas. Como todas las relaciones, esta tampoco puede entenderse cuando se la mira y juzga desde fuera, es únicamente al interior de ella misma y en sintonía cuando se le puede valorar y aquilatar. En la costumbre popular el cuerpo de un difunto no se deja en una sala fría, lejana y neutra por unas pocas horas, mientras se entierra definitivamente para no verlo más... en la costumbre barrial y/o campesina de muchas zonas del país, al cuerpo del difunto hay que acompañarlo, velarlo... La máxima expresión de amistad y solidaridad para con una familia es hacerse presente en la velación de un muerto. Es necesario acompañar al muerto en su tránsito, hay una conciencia clara de que ese tránsito no es fácil... y necesita apoyo y compañía, necesita presencia. Se trata por supuesto deuna presencia inútil, una presencia no pragmática, es decir gratuita.

Es además una presencia que une, que convoca... alrededor del cadáver se hace comunidad de amigos y sentimientos. Los muertos ligan a la tierra, completan una especie de ciclo familiar y/o comunitario… se convierten en un polo que atrae, que liga. Por ello la conmemoración de la memoria, es tan importante para el pueblo latinoamericano. En Cien Años de Soledad, novela que nos refleja tanto, escuchamos el siguiente diálogo:

"No nos iremos -dijo-. Aquí nos quedamos, porque aquí hemos tenido un hijo.

Todavía no tenemos un muerto -dijo él-. Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra.

Úrsula replicó con una suave firmeza:

Si es necesario que yo me muera para que se queden aquí, me muero..." (2).

Los muertos no son alguien (o algo = un cuerpo)  que se abandona de repente. El duelo popular se elabora precisamente en esa comunión/comunicación con el cuerpo difunto. En esta perspectiva podemos reconocer mejor el crimen que Colombia está cometiendo contra ella misma, la desaparición forzosa y la muerte en medio de un secuestro impiden a la familia y amigos la primera condición, el primer paso de la elaboración del duelo... impiden el contacto físico y cercano con el cuerpo sin vida. Duelos como estos, tarde o temprano le serán cobrados a nuestra sociedad... Entre otras realidades, está la desesperación de muchos hijos que saldan, matando, sus deudas con la vida/muerte de sus padres.

Las mujeres que según los relatos evangélicos acompañan a Jesús al sepulcro, lo vigilan de lejos y llevan perfumes y bálsamos hasta su sepultura... nos están hablando precisamente de eso: de la capacidad de establecer una comunicación con el otro que vaya más allá de su inmediatez física y se proyecte sobre el puente que teje el amor entre los hombres y mujeres. Un puente que no es fácil romper, un puente que trasciende la muerte.

Y es ese sentimiento de trascendencia el que permite sentir, como una absoluta necesidad, el deseo de acariciar al muerto, de embalsamarlo, de restituir de alguna manera a ese cuerpo la posibilidad de ternura y encuentro que ha perdido... En el caso de una muerte violenta -como la de Jesús de Nazaret- esta posibilidad le ha sido injusta y cruelmente arrebatada, por ello la necesidad de restitución es mayor.

La cercanía y calidez de estas mujeres nos hablan también de la capacidad de amar por encima de fronteras, por encima de la espera de respuestas... nos hablan de fidelidad. La fidelidad a los muertos, a su memoria, no puede depararnos prácticamente ninguna compensación... pero sí configura y constituye más sólidamente nuestra identidad, nuestro camino como un todo. Precisamente en ese enraizamiento tan fuerte con ese cuerpo amado nacen las primeras vivencias cristianas que preparan los corazones para recibir la resurrección... Si el miedo que acongojó a los discípulos o la indiferencia ante lo inapelable hubieran copado los días inmediatamente posteriores a la crucifixión, si estas mujeres no se hubieran mantenido ligadas al cuerpo muerto... podemos preguntarnos: ¿habría sido posible vivenciar la resurrección? Nuestra actitud ante la muerte y la vida, están irremediablemente unidas, no es bueno separarlas tan tajantemente como se intenta hacerlo en Occidente.

NOTAS.

(1) Eugen Drewermann:

EL MENSAJE DE LAS MUJERES.La Ciencia del Amor.

Editorial Herder - Barcelona 1996

(2) Gabriel García Márquez: CIEN AÑOS DE SOLEDAD Editorial Suramericana, Buenos Aires 1967 

Sexta Meditación:

LAS PRIMICIAS DEL AMOR

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro

muy temprano, cuando todavía estaba oscuro...

María se quedó afuera, junto al sepulcro, llorando...

Mujer por qué lloras?

Ella les dijo:

Porque se han llevado a mi Señor,

y no sé dónde lo han puesto.

Apenas dijo esto, volvió la cara y vio allí a Jesús,

pero no sabía que era él.

Jesús le preguntó:

Mujer por qué lloras? A quién buscas?...

Señor, si usted se lo ha llevado,

dígame dónde lo ha puesto para que yo vaya a buscarlo.

Jesús entonces le dijo:

María!

Ella se volvió y le dijo en hebreo:

Rabonní que quiere decir Maestro.

(Juan 20, 1-18)

Tanto en el evangelio de Juan, como en Mateo (cap. 25) y Lucas (cap. 24), los textos dejan un claro testimonio de que la aparición de Jesús resucitado a las mujeres, está íntimamente ligada con su presencia en el sepulcro, es esta relación de continuidad que ellas establecen entre la vida y la muerte, la que las capacita para ver antes que nadie al resucitado. "Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos", parecen decirnos estas mujeres al retomar la frase  de Saint Exupery en su libro El Principito.

Pero un relato especialmente bello de aparición, en el que se concentra un potencial simbólico y vivencial impresionante es el que nos hace Juan del encuentro entre Jesús resucitado y María de Magdala. Es la relación inmensamente cercana y amorosa que a lo largo de sus vidas mantuvieron Jesús y María Magdalena, la que explica esta primera y gran aparición: "Por tanto no se cree en Cristo, en el sentido que le da el evangelio de Juan, precisamente en virtud de la resurrección de la mañana de Pascua; más bien al contrario: sólo le es posible ver la resurrección de Jesús en la mañana pascual, a quien ha experimentado en su propio cuerpo que la persona de Jesús es en sí misma vida, luz y resurrección" (1).

Quiero insistir en la urgencia con que María (y otras mujeres...) regresan al sepulcro,  "El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro"No hay cansancio o sueño que valga, nada es más urgente que retomar el contacto... María corre porque su corazón se lo exige y se entrega sin medirse, sin pensar en nada más. Unos versículos más adelante el narrador nos muestra la reacción de la misma María y de otros compañeros ante la realidad de la piedra removida y el sepulcro vacío, entonces volvemos a contemplar a esta mujer en la gran pasión que la une a Jesús. Mientras los discípulos, otra vez con demasiada prisa, se alejan para contar a otros lo sucedido, ella reposa su dolor: "María se quedó afuera, junto al sepulcro, llorando".

De alguna manera padece una experiencia mística, experiencia atravesada por el dolor, que la paraliza. Al hablar de la relación de esta mujer con Jesús Eugen Drewermann nos dice:

"Pero nadie le amó tanto y estuvo tan pendiente de él como esa mujer de Magdala. Porque para ella lo significaba todo. Si de María la madre de Jesús, decimos que sólo vivió para él, de María Magdalena tendríamos que decir que sólo vivió por él... Lo que ella podía ser, lo fue sólo por Jesús; sin él no podía ya seguir viviendo... Ella no le siguió como otros, sólo sabía que era él el único lugar en el mundo, en el que ella podía vivir y en el que podía abandonarse a la vida..." (2).

Nuestro seguimiento al Maestro de Nazaret, puede ser contrastado con el de esta mujer, primera mística del cristianismo... ¿en qué medida la entrega de nuestra persona es realmente radical? Y si sabemos que en el camino de Galilea, el amor a Jesús, a Dios... ES el amor al hermano...¿en qué medida nuestra pasión por el servicio, por la acogida, por la sanación al otro, es realmente fuerte, de tal manera que nos paralice para cualquier otra actividad y/o interés?

El tercer momento del relato en el que me quiero fijar es en los versículos 14 al 17. De nuevo nos encontramos con la actitud de Jesús que recibe y acoge el amor de este mujer. El relato es muy claro: Es ella la primera persona a quien Jesús se aparece en la plenitud de su gloria. Sabemos muy bien la importancia del primer amor (Apocalipsis 2, 1-7). La primera luz que irradia en nuestras vidas y proyecta su fuerza más allá de las desilusiones, los fracasos, las luchas y los pesares...

Esas primicias las da Jesús a una mujer. No se trata tan sólo de esa expresión un poco extraña -y en últimas desestimulante- que la tradición eclesial acuñó para desembarazarse un poco de la fuerza de esta mujer: apóstol de los apóstoles... Se trata por el contrario de una clarísima expresión de predilección... Predilección trascendente y radical: Jesús resucitado se muestra por primera vez ante unos ojos femeninos que se han preparado cuidadosamente con su amor, su entrega y su pasión para verlo, para recibirlo.

Predilección que antes que todo nos habla de una relación... relación de prioridad, de primicias, de amor/ágape que se desborda.

¿En qué medida nuestra mirada se ha hecho capaz de experimentar estas primicias del amor y la resurrección? ¿En qué medida nuestra prisa ante las demandas y los deberes... inclusive ante la urgencia de la misión -urgencia que tuvieron Pedro y los otros, y que les retrasó su encuentro con el resucitado- nos impide preparar el corazón y la mirada para ver lo esencial? ¿Para acoger en nuestro interior lo que verdaderamente importa?

NOTAS:

(1) EugenDrewermann:

EL MENSAJE DE LAS MUJERES

Editorial Herder, Barcelona 1996

(2) Idem.

MEDITACIÓN FINAL

(En tono de Parábola)

"Más tarde se les apareció, mientras estaban sentados a la mesa...

Y les dijo:

Vayan por todo el mundo y anuncien a todos la buena noticia.

El que crea y sea bautizado, obtendrá la salvación..."

(Marcos, 16 , 14...)

María Isabel se levantó agitada, se había acostado muy cansada por todos los quehaceres de la víspera y, como algún otro día, su sueño se le había corrido diez minutos. Llegaría tarde a la lavandería y con el geniecito y la cantaleta que últimamente se gastaba Ramón, lo mismo le daba por echarla o por descontarle algún día de salario. Sería lo último que le podía pasar. Pero realmente se había acostado tan cansada y tan tarde...

Jaime no terminaba de ponerse bien de esa bronquitis y ya no le alcanzaba para más inyecciones. Guillermo realmente no tenía nada que ponerse para empezar sus estudios en el SENA que le había conseguido doña Maruja. Cristina sin trabajo, y su entrada siempre era una ayudita. Marice no tiene todavía los cuadernos y la escuela ya empieza... Ni para que seguir, hay que confiar en Dios.

Más rápida que de costumbre María Isabel pone el café y la panela en la estufa mientras se va a bañar... dejará que Cristina duerma un poco más y la llamará antes de salir. Mientras se baña María Isabel recuerda los últimos días en el trabajo: cada día quieren que corra más, cada día quieren que trabaje más... Ramón se ha vuelto insoportable y cada vez pagan menos horas y se demoran más con la quincena. Realmente no sabe qué va a hacer, sin Cristina trabajando ella no se da abasto para sostener a sus hijos y enviarle algo a su mamá.

Ya ni se arregla casi... corre hasta donde Cristina a despertarla: que Jaime no se vaya a mojar y que la nena y Bernardo no se le acerquen. Toma un par de sorbitos de café y sale disparada. La plata no le alcanza para coger taxi y tiene que volar las quince cuadras para no llegar tan tarde. Sus piernas no dan más y no se entera mucho de los lugares por los que está pasando.

Sin embargo, a lo lejos le extraña esa figura. Parece una mujer enrollada, cada vez que se acerca le intriga más... ese cuerpo se mueve extrañamente, ¿qué será que le pasa? Ni sé para qué miro, si me detengo me pueden echar. Algunos pasos más y empieza a escuchar sus sollozos, realmente son desgarradores... no puedo detenerme, si llego a perder el trabajo... quién le va a dar de comer a mis hijos... Ay, Señor !

¿Qué le pasa, señora? ¿qué tiene? María Isabel se acerca y se detiene... hombres y mujeres pasan sin darse cuenta del cuerpo que se mueve casi estruendosamente. La mujer sigue llorando, su juventud se ve agotada por el dolor y la miseria... María Isabel se baja, le toca la cabeza e intenta desprenderle los brazos para mirar qué pasa, porque la ropa está manchada de sangre. Apena si consigue que la mire... está herida. ¿Qué le pasa señora? Mi marido me golpeó y se fue y ahora no sé qué hacer, tengo el niño en la casa.

María Isabel sabe que se quedará sin trabajo, pero no puede dejarla ahí tirada. Mira por todos lados buscando ayuda. Con dificultad la levanta y llegan a la pieza: le lava las heridas y coge al niño, para llevarla al Puesto de Salud. Cuando la deja allí, habla con la enfermera, hay que tranquilizarla... No se preocupe señora, Dios no le ha de faltar... Dios nos ayuda a nosotros los pobres. Esta tarde cuando salga de la lavandería paso por su casa a ver cómo se siente.

Ya sabe que no va a llegar un cuarto de hora tarde, sino por lo menos una o dos horas... ¡qué le vamos a hacer! Cerca a la puerta, alcanza a ver de lejos a Ramón con el ceño fruncido, mirando su reloj. Ya va a entrar cuando alcanza a ver a la nena... ¡¡¡Niña qué haces aquí !!! ¿Cómo viniste? Yo no puedo atenderte, qué pasó? La niña, apenas dos/tres años hablando a media lengua... "vine porque no me diste un beso antes de irte, no me quieres, Bernardito me trajo".

María Isabel no podía más... ya conseguiría otro trabajo. Se arrodilló y alzó a la niña en brazos, dándole muchos besos. ¿Ves como si te quiero, mi tesoro? ¿quieres que me quede contigo? ¿cuántos besos te doy? Igualmente abrazó a Bernardito... ¿cómo corrieron hasta acá? ¿Cristina sabe que vinieron? Sí mamá, aunque no quería...

Finalmente los envía de regreso y se arregla la falda para entrar y enfrentar a Ramón. Ya hablaremos, ya hablaremos... -le dice este- la ropa está esperando. María Isabel temblando se dirige a la sala... tal vez sólo le descuente algún día.

Cuando en el descanso puede conversar con Gloria, le dice que no entiende lo que pasa. Creía que Ramón la iba a echar... Gloria le explica: el señor de la administración te vio recoger a esa vecina y llevarla hasta el puesto de salud, seguro que le dijo que no te regañara. Además las compañeras estaban dispuestas a protestar, no es posible aguantar y aguantar... Cuando al final de la semana, María Isabel le muestra a Gloria su paga, está completa... las dos amigas se sonríen y van hasta la casa de Mariella que se encuentra ya mucho mejor de las heridas y tal vez empiece a trabajar con ellas la próxima semana.

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