#sentipensando EL SUEÑO DE UN ANCIANO

Sueño con una Iglesia comprensiva, madre misericordiosa, siempre pendiente de los suyos...

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Yo nací en una aldea pequeña que ya no existe, o sí, existe pero está totalmente despoblada como tantas otras aldeas y pueblos de España. A pocos metros de mi casa pasaba un riachuelo de aguas cristalinas y cantarinas que arrullaban nuestro sueño y al que los vecinos pomposamente llamábamos río.

Un poco más abajo se había hecho una balsa para recoger la poca agua que corría en verano y poder así regar la huerta y el maíz, cosecha predominante en la zona. Dicha balsa era también usada para abrevar los animales y para que los más pequeños nos pegáramos unos chapuzones con el bañador modelo “Adán en el Paraíso”, en los días cálidos de verano.

Dicen que los mozalbetes hacían lo mismo en las noches y madrugadas con el mismo modelo de bañador, pero no puedo certificarlo, ya se encargaban de informar a los pekes que a esas horas pasaba por allí el hombre del saco, y además estaban las brujas, las meigas y hasta el lobo.

Como labriegos que éramos teníamos mucho tipo de animales aunque en muy pequeña cantidad: vacas, ovejas, una cabra que se llamaba “Liranda”, conejos, gallinas, pavos, patos, etc.

Recuerdo con nostalgia, porque desde muy pequeño solía implicarme en esas  cosas ya que esos eran mis únicos juegos, que cuando una gallina se ponía clueca se recogían los huevos que habían en casa, y si no habían suficientes se pedían prestados a alguna vecina y se ponía dicha gallina a incubar y a los 21 días empezaban a eclosionar los huevos y a surgir los pollitos: los había de todo tipo y color: blancos, negros, rojos, pintados, machos, hembras – aunque de pequeños esto no se distinguía - unos nacían con una pelusilla que con el tiempo se transformarían en plumas, otros nacían calvos y calvos quedarían toda la vida.

En ocasiones también se ponían en el nido dos o tres huevos de pato. En este caso, recuerdo que había que empezar con estos huevos primero y a la semana colocar los de gallina para que nacieran todos al mismo tiempo ya que aquellos necesitan 28 días de incubación. 

Nacían y en seguida la gallina los sacaba a pasear al prado y les enseñaba a coger gusanos, a picar la hierba tierna y a picar los granos de maíz triturado que se les ofrecía como comida. La gallina llamaba y todos acudían corriendo.

Todos eran diferentes, se podría decir que cada cual era hijo “biológico” de su padre y de su madre, pero daba igual la gallina los quería a todos por igual. Recuerdo que cuando había patitos a los pocos días se tiraban a la balsa y la madre que no sabía nadar se quedaba en la orilla llamándolos con ansiedad y con cariño, y cuando salían siempre había un gusanillo de recompensa y unas alas para cobijarse.  Cuando llegaba la oscuridad de la noche, todos, indudablemente todos encontraban una madre dispuesta a acogerlos y a darles cariño y calor.

Hoy soy un anciano y sí, tengo un sueño.

Sueño con una Iglesia donde todos acudan a la llamada sin poner peros ni remilgos; sueño con una Iglesia donde siempre, pero sobre todo en los momentos de zozobra y de oscuridad, acudan a refugiarse bajo las alas de la madre, sueño con una Iglesia dónde se acoja a todos sin mirar raza ni color, sin excluir a nadie; atendiendo a los pobres y no olvidando a los ricos, pues también estos como Nicodemos y José de Arimatea son hijos del mismo Dios, y sueño con una Iglesia comprensiva, madre misericordiosa, siempre pendiente de los suyos aunque se tiren al agua de una manera no fácilmente comprensible.

Pido a Dios no despertar de este sueño, pues, al hacerlo, corro el riesgo de sufrir una enorme desilusión.

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