#adviento2023 Sororidad
| Martha Eugenia, Mujer Mariposa
En el patio escolar, con los puños en alto, las lágrimas surcando su rostro, la mirada desafiante y palabras bruscas, retaba a sus compañeros adolescentes porque se seguían burlando de ella.
Cada menstruación era una tortura. Su madre le dijo, cuando hacía tres años se le había presentado por primera vez, te has empezado a enfermar. Le dio un lienzo, indicándole que se lo pusiera y cuando fuera necesario se lo cambiase por otro. Tenía que guardar los trapos ensangrentados para lavarlos y volverlos a ocupar. Esa había sido toda la instrucción. Ni siquiera conocía las toallas sanitarias. No tenía a quien preguntarle, su abuela le dijo una vez, es la maldición de la mujer; una prima mayor que ella, al cuestionarle sobre las toallas sanitarias, sonriendo burlonamente le contestó, para qué quieres saber, si eres una pobretona. Mientras sentía, como su madre, la observaba como un halcón cuando se daba cuenta de que estaba reglando. En cuanto a su padre, una vez, con la escopeta en la mano y mirándola duramente, sentenció: Cuidado si te llega a faltar el mes.
En muchas ocasiones los cólicos muy dolorosos se hacían presentes y cuando se cambiaba notaba unos coágulos inmensos que expulsaba. Durante sus períodos, se sentía enferma, débil y doliente. Pero prefería ir a la escuela, que pedirle a su mamá que la dejase quedar en casa. El camino era largo, caminaba tres kilómetros de ida y otros tantos de regreso.
Esa mañana, había levantado la mano varias veces para pedir ir al baño, y hasta mucho tiempo después se le permitió. Cuando lo hizo, inmediatamente las risas burlonas se escucharon. Desconcertada y adolorida no entendía, hasta que uno le dijo, tienes la marca del Zorro, y con una risotada concluyó. Abochornada captó el sentido. Salió corriendo rumbo al baño, ahí lloró y aseándose lo mejor que pudo, sabía que tenía que regresar a clase. Con las mejillas arreboladas ingresó al salón en medio de un silencio sepulcral, todas las miradas puestas en ella, seguidas de cuchicheos y risitas burlonas, tan intensos, que el maestro ordenó silencio sin conseguirlo en totalidad. Por fin, dieron el toque para salir a descanso, se fue a sentar a una banca de las más retiradas, donde le diera el sol para secar su falda. Llena de vergüenza y dolor, temiendo moverse, para evitar mancharse nuevamente. Allí, desafiante se había manifestado ante la continuidad de las burlas. Sin percibirlo, de pronto una de las compañeras en silencio le dio un té caliente, que al tomarlo le causó alivio. Cuando terminó, de manera suave, la condujo al sanitario y le ofreció una bolsita con varias toallas sanitarias y con voz amistosa, sororalmente le explicó cómo utilizarlas. Con lágrimas de agradecimiento las tomó, sintiéndose comprendida y aceptada.