#8M2023 TERROR DESPUÉS DEL TERROR

 A veces, sí a veces, todavía me hace temblar el hombre que un día amé. 

#Sentipensares

 A veces, todavía me hace temblar el hombre que un día amé. Sí, me hace temblar su recuerdo, aquel, por ejemplo, cuando en su locura se sentaba a mi lado mientras yo dormía en la madrugada fría. El instinto me despertaba presagiando la amenaza, y abatida, abría mis ojos para encontrarme con los suyos encima de mí, en escalofriante y perturbadora locura. 

A veces, sí a veces, todavía me hace temblar el hombre que un día amé. Sí, duele reconocerlo, porque al hacerlo, es admitir que aún no he olvidado el trauma de la sinrazón de vida que aparece como fantasma cuando menos me lo esperaba, por ejemplo, como en la medianoche de esta noche que se convirtió en desvelo porque su recuerdo aún me eriza la piel, y lloro de nuevo, asustada, alimentada en sobresalto de turbios recuerdos con poder de manchar otra vez mi alma. 

A veces, todavía lloro por él. Así es, sus babas y mocos en cascada sobre su barba no han volado lejos de mí, todavía me espantan, y me siento atrapada en la esquina del baño donde yo vomitaba cada madrugada de los seis últimos meses en que morí con él. Todavía, a veces, mis lágrimas son dedicadas por el tétrico recuerdo que le tengo, de sofocarme poco a poco el alma. 

A veces, todavía le oigo a mi lado creyéndose enamorado, noto que un hilo frío de sudor recorre desde mi frente hasta mi entraña, que llama otra vez a acalambrarse y retorcerse dentro de mí. Me duelen las piernas, y la boca es una masa pastosa de mal sabor a ocre. Mis oídos están sucios con su aliento de borracho de miserias existenciales, y lo odio… lo odio… lo odio… Nunca quise odiarlo, tenía en mente otros planes más nobles para él, pero la nobleza no es parte de su haber, a él le gusta sentirse odiado más que amado, niño que necesita la lástima de otros que no saben el monstruo que puede ser. 

Sigue siendo una pesadilla, lo admito, es un parásito de mis fuerzas, de mi alma noble, de mis emociones más desalentadoras, de mis pensamientos más asesinos, de mis gritos más insolentes, de la hiel que me carcome, de pálpitos embebidos de rabias pendientes por cobrar. Nunca me pegaba, pero ¡cómo dolía! 

Son siete años. Yo entre el verdor, él entre la jungla de asfalto. Él parece un pastor, y yo una loba aullando para avisarle que un día llegaré hasta donde está, y que con los mismos colmillos con que me despedazó lo haré yo. A veces sueño ese día, el de la venganza, porque a veces, sólo a veces, no tengo paciencia para esperar que las cosas le caigan encima por su propio peso, y lo maten antes que yo. 

Cuanta rabia a veces siento, y sé que está dormida cuando no la siento. El estómago es una llaga viva de bilis y sangre, escupitajos color muerte sobre su rostro, mientras muero de envenenamiento propio, con raíces suyas, en madrugadas frías mías… 

Verónica Rozotto, escritora guatemalteca.

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