#sentipensares2025 El misterio de la Trinidad en tiempos de san Agustín, mi tío Cruz… y frente a las políticas de Trump

| Luz Estela (Lucha) Castro
El misterio de la Trinidad en tiempos de san Agustín, mi tío Cruz… y frente a las políticas de Trump
Mi tío Cruz Castro Vigil fue el intelectual de la familia, un campesino criado en las márgenes del Río del Carmen, en Flores Magón, Chihuahua. Mi tío llegó a ser Diputado Federal y, en una ocasión, a propósito de la festividad de la Santísima Trinidad —que hoy se celebra— le preguntó al padre Santa María, un español malhablado pero muy querido en su parroquia de Benito Juárez:
—Oiga padre, yo la verdad no entiendo nada de la Trinidad… ¿Cómo que tres personas en una sola?
Y rápidamente el sacerdote le respondió:
—¡Anda, pendejo! Si los chingones que están en el Vaticano y que son obispos y cardenales no le entienden, ¿tú crees que un campesino como tú le va a entender?
—Pos no —le dijo mi tío.
—¡Pos así mero, Cruz! Así mero es la fe.
Fin de la conversación.
Luego vino a mi mente san Agustín, uno de los Doctores de la Iglesia, que escribió durante 20 años un tratado sobre la Trinidad. Al final de su vida, cuenta la historia que paseaba por la orilla del mar y encontró a un niño pequeño que tomaba agua entre sus manos y la vaciaba en un hoyo que había cavado en la arena.
—¿Qué haces? —le preguntó san Agustín.
—Voy a meter el mar aquí.
Sonriendo, san Agustín le dijo: —Eso es imposible.
Y el niño le respondió: —Es más imposible que tú puedas entender el misterio de la Trinidad.
Y desapareció. Dicen que era un ángel.
Hoy, mientras celebramos la Trinidad, se multiplican en Estados Unidos las protestas contra las políticas migratorias impulsadas por Donald Trump, que han significado detenciones arbitrarias, separación de familias y discursos de odio.
¿Cómo se relaciona el misterio de la Trinidad con estas protestas y con la justicia que exige nuestro tiempo?
La Trinidad como denuncia y propuesta
La Trinidad no es un misterio encerrado en altares; es una comunión viva donde cada Persona se entrega plenamente a la otra, sin jerarquías, sin exclusiones.
Esa Trinidad es un modelo radicalmente contrario a las políticas de odio, que niegan el rostro de Dios en quienes migran, huyen, buscan una vida mejor.
Jesús, al prometer al Espíritu, no ofrece protección individual, sino un camino comunitario hacia la verdad plena (Jn 16,13).
Y esa verdad, como nos recuerda el Evangelio de Juan, no es una idea, sino una persona crucificada por el poder imperial y resucitada por el amor trinitario.
El Espíritu no sólo consuela: anuncia, interpreta y denuncia.
La espiritualidad de las madres y abuelas migrantes, tejida entre detenciones, fronteras y dolor, encarna esa obra del Espíritu.
Ellas también han dicho como Jesús:
“Ahora no pueden sobrellevarlo” (Jn 16,12),
porque el dolor de la exclusión no se puede cargar a solas.
Pero en comunidad, el Espíritu hace posible lo imposible, lo transforma en semilla de lucha, de fe y de esperanza.
Protestar es glorificar al Hijo
Cuando el pueblo se levanta para defender la dignidad de quienes migran, está haciendo las obras del Hijo (Jn 14,12).
Está revelando que la gloria de Dios no está en la fuerza de las fronteras, sino en la comunión que libera, que recibe, que hace espacio.
Por eso, hoy más que nunca:
Celebrar la Trinidad
es alzar la voz junto a quienes han sido silenciados,
es encarnar el amor que no excluye,
es construir comunidad donde el sistema impone desarraigo.
Así, el misterio trinitario se convierte en denuncia profética y acto de resistencia.
Amen !