En estos tiempos tan convulsionados para todos, especialmente para las mujeres que nos encontramos en medio de múltiples violencias, quisiera que nos detuviéramos ante esta palabra, que personalmente me produce temor, ira, tristeza, pero también asoma en ella un rayo de esperanza:

Vive en nosotras, desde pequeñas, la creencia de que somos vulnerables.

Usan esta idea de múltiples formas, y nos encadenan con acciones pequeñas y cotidianas que cargamos como un yugo que pesa en nuestra espalda.

La vulnerabilidad vive en nuestro propio cuerpo, que se nos impone socialmente como frágil, enfermo, comercial,

Nada parece romper ese círculo que cada vez toma más peso por la globalización, y nos damos cuenta que es un concepto que supera la cultura y las fronteras.

En cada parte, por más pequeña que sea, escuchamos faltas grandes y pequeñas a nuestra dignidad humana, pareciera que no vale el sencillo hecho de ser personas, valiosas tan solo por existir.

Repetimos las historias de madres y abuelas que, aunque lucharon por romper ciclos de violencia, dejaron secuelas que necesitamos sanar desde la educación de nuevas masculinidades y feminidades.

Aparecen sutiles formas de opresión, que debemos desenmascarar para poder lograr la armonía de lo masculino y lo femenino.

Busquemos en nuestra propia historia las heridas que nos hacen vulnerables y sanemos las relaciones que empezamos a tejer.

La primera de ellas con nosotras mismas, pues nos debemos tiempo y espacio para descubrir la fuerza que nos hace poderosas desde la fragilidad, como es fuerte la semilla que engendra un árbol frondoso

Entraremos así, en una nueva era…creo que de cierta manera estamos en ella, transcurre mientras escribimos nuestras reflexiones y educamos a nuestras infancias en el respeto y la inclusión

Será tiempo de esperanza y alegría desde lo pequeño, como el Evangelio que lleva dentro de sí la inmensidad de la plenitud a la que estamos llamadas desde siempre.