Me inspira la vida de las mujeres sencillas, mujeres que se levantan con fuerza para mostrarle al mundo que las experiencias de dolor y sufrimiento solo son espacios de aprendizajes. Esas mujeres tayacanas y constructuras de nuevos espacios donde la vida se gesta con sabor y sudor, que luchan cuerpo a cuerpo por construir relaciones humanas con cimientos sólidos donde se pueda respirar en libertad y sin miedo.

Creo en el corazón de las mujeres que saben de qué están hechas y desde su ser empáticas y solidarias conectan con el sentir de otras mujeres para juntas danzar al ritmo comunitario.

Creo en la fuerza de las mujeres que se unen y son fuentes de inspiración y de cambios, agrupadas forjan esa sinergia generadora de vida plena y abundancia.

Creo en esas mujeres sabias que aprenden a leerse con la sensibilidad del alma, sabiéndose vinculas a una fuente mayor de vida que las mira y acoge con la ternura de un Dios que se sabe madre padre del universo.

Me mueve la mirada profunda de la mujer que desde el silencio fecundo sabe penetrar con sutileza y ternura aquellos resquicios humanos que necesitan ser iluminados con su sabiduría.

Me mueve la vida de la mujer sanadora que abre su corazón para acoger las experiencias de vida de las personas que se acercan en busca de escucha y compresión. Esa que sabe acariciar y sanar con toques suaves y delicados a través de sus manos, palabras o el gesto de saber ser y estar junto a aquel o aquella que le invita a entrar en su vida.

Me mueve la fuerza que encuentro en las mujeres que saben acoger la vida cotidiana y se sorprenden con lo pequeño, aquellas que se dejan conducir por la sapiencia y el latir de un corazón que se ha creado a base de impulsos y conexiones con la realidad de su entorno. Esas que saben poner su ser para hacer un tejido que sostenga las nuevas maneras de ser mujer en el hoy.