#AdvientoFeminista2025
SUS MANOS, CONSAGRADAS POR LA SANTA RUAH
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La belleza de los atardeceres. Hoy, me siento llamada a mirar en el atardecer luminoso del dos mil veinticinco y, entablo una conversa desde el corazón, con este viejo sabio que se despide con consejos de abuelo, mostrándome cómo conjugar el verbo esperanzar.
Gracias dos mil veinticinco, por las imágenes y estampas de vida que pude contemplar: ríos caudalosos, paisajes, colores, sonrisas, rostros llenos de bondad... gracias por los sonidos que llenaron mis oídos: gorjeos y trinos de infinidad de pájaros, rielar de riachuelos y quebradas, risas infantiles, palabras impregnadas de ternura, chirriar de grillos y chicharras... gracias por los olores que me remontan a mi infancia, por el olor a pan caliente, a comida recién hecha, a tierra mojada, a mirto y rosedal de los jardines, a bosque y selva... gracias por permitirme saborear la dulzura de los manjares navideños, el sancocho y la chicha de maíz y de yuca en un día de trabajo y de minga, la fruta madura de las chagras amazónicas, el pescado frito en las orillas de los ríos... gracias por los momentos en que grité de júbilo y alegría, como también, en los que pude levantar la voz exigiendo el derecho a la dignidad de los pueblos.
Gracias por este caminar en comunidad, llevando Buenas Noticias aún en medio del dolor y la muerte. Gracias por el regalo de mis setenta años de vida en esta casa común y por mis cincuenta años de trocha misionera. Bienvenido dos mil veintiséis a nuestra historia, entra en ella, como niño recién nacido, haciendo memoria en la primera página del calendario, de la MUJER MADRE como sacramento de la esencia humana.
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