#LectioDivinaFeminista “Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto” (Jn 12,20-33)

“Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto” (Jn 12,20-33)
“Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto” (Jn 12,20-33)

5º Domingo de Cuaresma (B)

(Buscamos el momento y el lugar adecuados en este tiempo de gracia y oración. Podemos encender una vela, colocar un icono, la Biblia o el Evangelio, un cuaderno a mi lado…)

  1. Nos preparamos a escuchar la Palabra.Hacemos silencio exterior e interior. Acompasamos la respiración inhalando y exhalando lentamente. Relajamos todas las partes de nuestro cuerpo.

Te pedimos Abbá Dios, que eres la luz verdadera y la fuente misma de toda luz, que, meditando fielmente tu palabra, vivamos siempre en tu claridad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

  1. Lectura creyente.Proclamamos el texto saboreando la Palabra y descubriendo el mensaje de fe que guarda el texto bíblico. Nos fijamos en todos los detalles: personas, actitudes, lugares, expresiones, “voz del cielo”...
  2. Meditamos la Palabra. ¿Qué me dice a mí, personalmente el Evangelio leído? Miramos la escena y nuestra propia vida. ¿Cómo lo vivimos en nuestra familia, grupo, parroquia, comunidad…?
  3. Oramos con la Palabra. Desde el texto leído y meditado, entramos en conversación personal con el Señor. Compartir lo orado en el grupo, con la comunidad.
  4. Contemplamos al que es la Palabra. ¡Quiero identificarme contigo, Abbá! Contemplo a Jesús: en el trasfondo de esta escena, en su vida…
  5. Vivimos la Palabra, compromiso. ¿Qué quieres, Señor de mí? ¿A qué me compromete el mensaje de fe de este relato? Juntas como hermanas, no podemos callar la buena noticia… 

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5º Domingo de Cuaresma (B)

“Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto” (Jn 12,20-33)

17.03.24

            Una de las imágenes que mejor expresa el sentido de la vida y la muerte de Jesús es la del grano de trigo. Es aceptar, en aparente debilidad, el silencio, la oscuridad de la tierra durante la siembra para resurgir después con todo su potencial de vida.

             Podríamos preguntarnos: ¿Hay algo más valioso que la vida para el ser humano? La amamos y cuidamos con ahínco, la buscamos ante cualquier anomalía o temor de perderla, incluso hay quienes arriesgan su vida (a veces con temeridad) y hasta quienes dan su propia vida. La muerte física, nos angustia, nos descoloca. Pero hay otra muerte que nos ronda sin dejarnos en paz: la ausencia del sentido de la vida. ¿Para qué vivimos, luchamos y morimos? ¿Es una oportunidad, un don, o más bien, un castigo, algo inevitable y aun insoportable?

            A pesar de todo, queremos seguir viviendo. Del núcleo mismo del ser humano surge un anhelo que nos mueve a desear la vida, a amarla, a cuidarla, a respetarla. Y es tan valiosa que el centro mismo de la revelación cristiana es el anuncio de la salvación como vida ofrecida a todo ser humano. Dios nos ofrece la salvación de manera gratuita pero debo acogerla con responsabilidad. Es cosa de cada un@. “Soy el dueño de mi destino”, que decía Nelson Mandela. El creyente sabe que la existencia no acaba con la muerte, en la nada, en el absurdo. Creemos y confiamos en que Dios recoge y abraza la vida de toda criatura y la esperanza de que la llevará a su plenitud.

            En la primera lectura, el profeta Jeremías orienta la atención hacia el Dios que viene. Él le ha encontrado en su misma intimidad. ¿Y nosotras? La vieja institución de la alianza le sirve para hablar de la nueva revelación de la salvación. La nueva alianza es perdón, conversión y Pueblo de Dios con nuevo impulso. “Haré una alianza nueva y no recordaré el pecado” “Meteré mi ley en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”  (Jer 31,31-34).

            Jesús no era un héroe de ficción, sino un hombre íntegro, completo, con todas las flaquezas inherentes a la naturaleza humana. Sabe lo que se le viene encima porque “vivió por nosotros”; se enfrentó al poder de los romanos y a la hipocresía de los sacerdotes del templo. Por eso teme a la muerte y se presenta tal como era.

            También nosotros/as, hoy, en nuestra situación concreta, “quisiéramos ver a Jesús”. Resulta curioso que quienes quieren ver a Jesús sean unos griegos o gentiles, quizá extranjeros simpatizantes del judaísmo. El mensaje de Juan es claro: los judíos rechazan a Jesús y los paganos le buscan. Por tres veces aparece la palabra “hora” en su evangelio.

            También Él nos dice, hoy, a nosotras algo desconcertante: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”. En la cruz se manifiesta la gloria-amor de Dios y de “este Hombre”. Todos, hombres y mujeres, estamos llamados a esa plenitud humana que se manifiesta en el amor-entrega. Ahora es posible la apertura a todos. El valor fundamental del ser humano, no depende de la religión, ni de la raza, ni del sexo, ni de la cultura. Los que buscan la salvación en el templo, tienen que descubrirla “ahora” en el “Hombre-Jesús”.

            La frase de Juan es rotunda: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo”. La misión de Jesús es dar Vida. La Vida se comunica aceptando la muerte. La Vida es fruto del amor. El egoísmo es lo que impide que germine esa vida. “Quien vive preocupada/o por su vida, la perderá”. Amar es la condición para que la Vida se despliegue y dé fruto. “Quien no se aferre a ella excesivamente, la conservará para la vida eterna”. La incorporación de todos a la Vida es la tarea de Jesús y será posible gracias a su entrega hasta la muerte. El amor es el verdadero mensaje. El fruto-amor solo puede darse en comunidad.

            El mensaje de Jesús no conlleva un desprecio a la vida, sino todo lo contrario, sólo cuando nos atrevemos a vivir más intensamente, a desarrollar todas nuestras capacidades, a luchar por mejorar y construir un ambiente más habitable dando pleno sentido a la vida, alcanzaremos la plenitud a la que estamos llamados. Nada que ver con la interpretación masoquista y machista que la Iglesia y la sociedad han tratado de manipular durante siglos. No vamos como borregos al matadero, no es un amor enfermizo que lo soporta todo, lo aguanta todo… Es un amor que dignifica y libera.

            “El que quiera colaborar conmigo, que me siga”. Se trata de servir por amor, no servir como esclavo. Es un servicio no una servidumbre. ¡La Iglesia Sinodal nos recuerda las bases del discipulado de iguales! Seguir a Jesús es compartir la misma suerte; es entrar en la esfera de lo divino, dejarse llevar por el Espíritu. Es dar la vida, día a día, en la entrega confiada a los demás.

            “Me encuentro profundamente abatido; pero, ¿qué puedo decir? Padre, líbrame de lo que se me viene encima en esta “hora”. ¡Pero, si para esto he venido, para esta hora!” En esta escena, que los sinópticos sitúan en Getsemaní, se muestra la auténtica humanidad de Jesús. Ni siquiera para él fue fácil lo que está viviendo. Se deja llevar por el Espíritu, pero eso no suprime su condición humana, se rebela pero confía en la Vida que se le ha dado. No hay mayor signo de amor.

            “Ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Juan identifica la cruz con la glorificación. La vida-muerte física da paso a la Vida. La Vida de Dios en nosotros/as es un proceso difícil de asimilar y discernir para alcanzar la plenitud humana. Contamos con la ayuda del Espíritu-Ruah en nosotras.

Final. Oración de Acción de Gracias.

Dame fuerza, Señor, para adentrarme en mi interior y encontrar lo que tú has sembrado en mí para ofrecerlo a los demás. Que tu Luz, Abbá, me haga ver la luz, ilumine mi vida y me ayude a comprender lo que me da felicidad y sentido.

Concédenos pasión por la verdad, por la transparencia, por la compasión. Sácanos de la rutina, de nuestras seguridades y danos fortaleza para resistir el egoísmo. Amén.

Canto final/Música:

Sé mi luz, Ain Karem, ¡Alégrate!

En nuestra oscuridad, Cantos de Taizé.

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