#sentipensares2025 Tras las huellas de mi madre

Tras las huellas de mi madre
Tras las huellas de mi madre

Aquel fue un diciembre muy frío, atípico para el puerto tropical donde residimos, faltaban escasos días para la llegada de la navidad cuando murió. Ella, mi madre, había padecido las últimas dos décadas de una enfermedad de origen autoinmune que mermó su salud: la artritis reumatoide, mismas dos décadas desde que yo nací, años en que la enfermedad había transformado su cuerpo afectando, disminuyendo su capacidad física, aguerrida resistió las crisis. Fui una adolescente cuidadora en esas difíciles etapas, apoyándola en su aseo, recuerdo bañarla, casi cargarla, yo entre la pubertad y la adolescencia pero tenía la fuerza y sobre todo el amor por mi madre; la enfermedad también la volvió ausente, muchas veces no acudía a la escuela a la entrega de boletas.

Mi madre no permitió que el pronóstico del médico comunicado con crueldad, sin ética, se cumpliera: usar bastón hasta de a poco llegar a necesitar de una silla de ruedas para desplazarse. El único bastón que conoció fue mi brazo, los brazos de sus amistades cuando salía con personas a sus reuniones de oración. Los últimos años continuaba conduciendo su Brasilia azul aún con sus manos deformadas por la artritis, empezó a enseñarme a conducir, era una conductora hábil.

Hace una semana acudí a rezar un novenario a casa de mi vecina Malena, quien me conoce desde niña, fui compañera de una de sus hijas en la escuela primaria pública, su exmarido el Sr. Ignacio Martínez falleció, él llevaba décadas viviendo en EU, a doña Male le reconforta hacer el novenario por el descanso de su alma. Uno de los nueve días al terminar entre la charla recordó la muerte de su madre por consiguiente yo la de la mía, trajo a su memoria las visitas que hacía mamá a casas llevando la oración. Dijo se había preparado para cuándo llegará su momento.

¿Cuántas casas visito? ¿de quiénes? Male recordó visito casas de colonias lejanas a la nuestra, algunas cercanas las recuerdo, también los motivos por los que llevaba la oración. Pero en definitiva hay mucha información que desconozco de la cual otras vecinas como hizo Male podrán ayudarme a arrojar luz hacia sus pasos andados en la fe católica. Conocí sus desencantos en el camino de la fe, porque los humanos somos todo menos santos, ella sintió, vivió la estigmatización por la deformidad de sus manos, las miradas sobre ella, se alejó de la iglesia, dejo de ir a misa. La ignorancia de la gente es terrible, área de oportunidad para las instituciones religiosas, contribuir a la educación y formación de sus fieles para una sociedad más sensible, empática que pueda poner en práctica preceptos de su fe acordes a este siglo, dejar las reminiscencias arcaicas del medievo, poner la luz del conocimiento.

Por mi parte derivado de esta experiencia con mi madre y sumando otras personales, me volví critica, no me han excomulgado, tampoco he renunciado. Viví la experiencia de una misa de latinos en Alemania lo que me acerco al movimiento ecuménico fuera de México siendo esta una grata experiencia donde conocí mujeres migrantes de América latina que bailaban con trajes típicos de su país y compartían alimentos al finalizar la ceremonia. También asistí a la ciudad de México al Primer Congreso Continental de Teología Feminista. Hoy: rezo, pienso y actuó.

Este año se cumplirán 25 años sin mi madre, su vida concluyo a los 44 años de edad, yo tengo 45 y si antes la percibía joven hoy más. Yo sabía lo que Male recordó porque mi madre hablaba conmigo que era su hija más cercana sobre ese día, me hablaba de cuándo llegará el momento de su muerte. Malena me recodó aquellos días, las palabras en boca de mi madre, me recordó que ante la enfermedad, el deterioro físico, la falta de recursos económicos para buscar alternativas médicas modernas o los pocos avances en tratamientos, de la confianza que tenía en la medicina homeópata, tras años de vivir con dolencias, de haber iniciado con tratamientos corticoides para mitigar los dolores los primeros años al diagnóstico y conocer los efectos a largo plazo, pero sobre todo de su fe en otra vida gozosa, me decía había de estar preparados para la muerte; su refugio y fortaleza: la oración.

En el último año del siglo pasado yo cursaba el quinto semestre de ingeniería, siempre cercana pendiente de mamá, mi objetivo, concluir los estudios profesionales, titularme y migrar a la ciudad fronteriza del estado donde vivía un tío (hermano de mamá gerente de una empresa llantera de una marca reconocida), emplearme y apoyar económicamente a mamá, ayudarla a tener una mejor calidad de vida, este deseo alentaba mi objetivo académico. Mi tío también murió, tan solo cuatro meses después que mamá, él de un cáncer terminal, sin aviso, la abuela al año siguiente. La vida es lo que ocurre, y con frecuencia no es como la planeamos.

Ese diciembre de mil novecientos noventa y nueve el frío me helo el corazón, parte de mis sueños por cumplir con mi madre como generacionalmente es un deseo de las hijas con sus madres, de las madres con sus hijas cumplir, se congelaron, quebrándose. Aunque parecía tranquila mi psique estaba fracturada por el duelo, fue pegada con buena cantidad de argamasa de realidad, del cariño y la compañía de mis amigas, de un amigo, de todo aquello que en la mínima libertad que tenía tome, construí a fuerza de resistir, de amor por la vida y juventud, del apoyo económico de mi padre, con la disciplina física del ejercicio, de creer en lo que en gran medida por ella había iniciado para nosotras, lo debía concluir: mis estudios.

Soy la primera mujer en mi línea materna con estudios profesionales concluidos, con un título que dice ingeniero y no ingeniera lo cual me desagrada, siguieron mis primas más jóvenes, otra ingeniera, una psicóloga, una doctora, una mercadologa, las hijas de otras primas y la mía próximas a concluir sus estudios profesionales. A mi madre no le dieron esa oportunidad, todavía en los 60s, 70s del siglo pasado en las familias se apoyaba en los estudios solo a los varones, en su supuesta función de proveedores, que cuando deseaban abandonaban a sus mujeres, la mayoría de las mujeres que estudiaban después de la secundaria hacían carreras técnicas.

Apenas terminados los estudios profesionales al año siguiente me case y embarace, me quede en la ciudad, no migre, esperaba a mi hija, trabajaba. Termine los trámites de titulación con mi hija de cinco meses, la recuerdo dormida en la cuna mientras redactaba las memorias de residencias para imprimir, encuadernar, imprimir transparencias para proyectar en mi presentación del examen de titulación. A mi hija la llame Olga como su abuela, me divorcie de su padre cuando ella tenía dos años y medio, vire el timón me elegí a mí y a ella, elegí nuestra salud psicológica y emocional, aunque no libre por completo la violencia vicaria, término que no era reconocido, mucho menos se encontraba legislado ni en el estado, ni en el país.

Olga como Olga de Kiev la santa de la iglesia ortodoxa rusa, como Olga Nikoláyevna Románova la princesa rusa primogénita del zar Nicolás II y Alejandra Fiódorovna. Olga como Olga Kórbut la gimnasta bielorrusa nacida también en el mismo año 1955 en mayo, mi madre en Junio. Este 2025 cumplió 70 años, de los cuales 25 los ha cumplido en espíritu siempre conmigo, porque en mi memoria ha permanecido viva.

Nosotras, su nieta Olga de 21 años, estudiante de psicología y yo, enfrentamos los retos de las mujeres en el s. XXI, siglo que mi madre, su abuela ya no vio. Hoy sabemos de violencia estructural, de las dificultades para acceder a empleos dignos, a servicios de salud. Creemos en vidas basadas en decisiones informadas y con oportunidades en igualdad a los hombres donde el matrimonio  sea una opción y la maternidad deseada, en decisiones conscientes no obligaciones, que reivindiquen nuestros derechos. Luchamos por un mundo donde existir en plenitud y honrar las vidas de las mujeres que nos antecedieron, por esas generaciones que sufrieron. Señalando, combatiendo la desigualdad social, educándonos, formándonos formalmente o como autodidactas, conociendo, exigiendo nuestros derechos con marchas, denunciando agresores colgando tendederos en la universidad, redactando manifiestos, entregando oficios, con divulgación en temas necesarios.

Un 25 aniversario en que mi madre se liberó del dolor físico, del sufrimiento, de los estragos emocionales de una infancia sin juego porque era de esa generación que no conoció el juego, al llegar de la primaria debía trabajar, generación que en casos recurrentes sabía resolver responsablemente pero no sabía comunicar afecto. Una adolescente que intento escapar de casa bajo la promesa del amor romántico: una vida feliz. Encontrándose la realidad machista: un embarazo no planeado de un hombre veinte años mayor que ella que la embarazo e hizo vivir secuestrada en casa con su bebé, él de profesión doctor, a su edad ya un médico reconocido con hijos adultos.

Después conoció a mi padre en la tienda departamental donde ambos trabajaban como vendedores, nací yo, la enfermedad se manifestó más, luego otro embarazo, llego el pilón, su salud se deterioró más; aunque casados por la iglesia y por la ley su matrimonio se rompió por la traición de papá. Años de coordinar grupos de vendedoras de productos de belleza conduciendo el vocho por colonias sin pavimentar, de recibir el tráiler y guardar las cajas de pedidos de sus vendedoras en casa, de noches haciendo cuentas y ordenar pedidos, de sumar al gasto para sacar adelante a la familia, de vender productos elaborados en casa por ella, de limpieza y alimenticios. De organizar tardes de rifas y loterías con merienda incluida.

De ser parte de la acción católica femenina (UFCM) y servir en la iglesia. Años de tejido que portaba en delicadas blusas, de coser en la máquina Singer color marfil con vistas rojas que conservo como reliquia familiar, una vida de trabajo, de esfuerzo.

25 años en que celebro la gracia, el misterio, de encontrar alegría tras las nubes grises. Celebro la vida de mi madre que veló por mí y por su nieta sin llegar a conocerla, con una decisión patrimonial que nos ayudó a vivir en un hogar sin violencia. Repetí patrones inconscientes muy pronto, con osadía los rompí. Porque sí, en la luz se esconden sombras y en las sombras luz. El remanso de la muerte alivió su dolorido caminar por el mundo, hoy digo: en paz descansa, brilla para ella la luz perpetua, así sea. Amén. Amen.

En memoria de Olga Gómez Román (10 de junio de 1955 – 20 de diciembre 1999).

Tarjeta Memorial Flores  (1)

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