#sentipensares2025 Cuando la humanidad se fragmenta por dentro

| Yolanda Chávez
Nuestra actualidad lo ve todo en tiempo real, el dolor no se oculta… pero tampoco siempre despierta la conciencia. Gaza, los migrantes y tantas otras heridas nos recuerdan que la impunidad y la deshumanización siguen siendo parte del sistema. Frente a ello, la resistencia, aunque pequeña y silenciosa, sigue siendo sagrada.
Gaza arde. Otra vez. Los cuerpos de niños entre escombros, hospitales colapsados, la palabra genocidio aún en los labios de quienes se atreven a nombrar lo que pasa.
A diferencia de otros momentos de la historia, ahora lo vemos todo en tiempo real. Sabemos. Escuchamos. Vemos. Y, sin embargo, no reaccionamos como humanidad. ¿Qué nos está pasando?
Tener acceso a imágenes, cifras y testimonios como nunca antes no garantiza la transformación de la conciencia. La saturación informativa ha producido, en demasiados casos, una anestesia moral. La fotografía de un niño mutilado en Gaza se cruza en el mismo flujo digital con recetas de cocina, bromas o anuncios de ropa. La compasión compite con la distracción, y eso nos fragmenta por dentro.
Mientras tanto, los grandes medios siguen protegiendo el relato de quienes detentan el poder bélico, invisibilizando el dolor palestino bajo el lenguaje cómodo de la “legítima defensa”. El relato que domina no es el que brota del sufrimiento, sino el que impone la fuerza. Y muchas conciencias —incluso las que se dicen neutrales— siguen colonizadas por esas narrativas.
Antes de que una atrocidad pueda sostenerse frente a los ojos del mundo, hay que deshumanizar a quienes la padecen. Llamar “terrorista” a un pueblo entero es una táctica deliberada. Así, su dolor se vuelve aceptable, su muerte justificable, su exterminio una nota más de la agenda. Así se construyen los infiernos: vaciando de rostro al otro.
La historia lo grita: los crímenes que no se nombran ni se castigan, se repiten. Pinochet murió sin condena. Hiroshima sigue sin perdón. Israel viola el derecho internacional sin consecuencias reales.
Lo digo también como mujer migrante: en Estados Unidos he visto cómo se criminaliza a quienes huyen del hambre, de la guerra, del colapso. He visto familias separadas, madres deportadas sin juicio, niños detenidos como criminales. ¿Quién llora por ellos? ¿Quién los recuerda cuando ya no están?
La impunidad —y la complicidad geopolítica— sostienen estas infamias. Y mientras eso no cambie, la humanidad seguirá fracturándose por dentro.
Aun así, existe resistencia. En las grietas del sistema hay personas que oran, escriben, enseñan, cuidan, denuncian. Personas que se conmueven y no se resignan, que alzan la voz aunque parezca inútil. Esa resistencia es también sagrada, porque sostener la dignidad humana en medio del derrumbe ya es un acto de esperanza.
No escribo porque crea que esto basta. Escribo porque me niego a acostumbrarme. Porque algo en mí se resiste a ver tanta muerte sin temblar. Porque si un día dejamos de llorar por Gaza, de alzar la voz por los migrantes, de estremecernos ante la injusticia… entonces sí, nos habrá fallado el alma del todo.
Nota de autora:
Yolanda Chávez es teóloga y catequista con más de tres décadas de trabajo pastoral en comunidades migrantes de Los Ángeles. Actualmente desarrolla su investigación doctoral sobre espiritualidad y liderazgo de mujeres migrantes en la Iglesia, y escribe reflexiones que entrelazan teología, poesía y denuncia profética. Vive en México, desde donde continúa acompañando y tejiendo redes de esperanza.