#8M2024 Otra igual

Otra igual
Otra igual

#mujeresentreguerras

¿Qué llevo? En brazos pegada a mi pezón, a mi mujer niña.

En una mochila a la espalda, que espero no sea desgarrada por un bombardero, pañales, jabón, toalla, termómetro, dos biberones con té, su sarape, agua en una cantimplora, antitérmicos, dos calzones entrenadores, dos suéteres pequeños, bolsitas con azúcar y pasitas tiesas, un pan ya duro, que he guardado para estas ocasiones, una naranja, y quizá también una manzana, si es que logro conseguir una en el mercado negro.

De la mano, a mi pequeño hombre que camina ya sólo, meneándose como un patito. Que en cualquier momento alzaré en vilo y lo abrazaré para que su llanto se mitigue, ante el ruido ensordecedor de las alarmas que nos indican vayamos a los refugios antiaéreos. Pero antes, a toda prisa, tensándolo, le habré puesto a la espalda, una pequeña bolsa con dos carritos y una pelota de esponja, en un vano intento de recordarle en ese lóbrego lugar, que aún es un niño.

No debo esperar, que alguien venga en mi ayuda, estamos en guerra y sobrevivir lleva al egoísmo. Poner a resguardo a los niños y a mí, implica responsabilidad, y estar aterrada con una sonrisa en los labios que no llega a los ojos, mientras mi voz, se esfuerza en entonar una dulce canción de arrullo.

No sé si lo logro, pero al menos mi niña puede seguir mamando aunque mis pechos apenas tengan leche, y duela la succión que ejerce por auto conservarse y yo por preservar su vida. Lo prefiero a no poder consolarla durante las horas que tengamos que pasar aguardando.

Espero que las otras mujeres criando, que como yo tenemos derecho a ese lugar tan solo con las mayores y ancianas, tengan a la mano lo necesario para sobrevivir ese lapso amargo. Hay algunas mayores, que solidarias, inventan juegos para que las criaturas de diversas edades olviden si es que se puede, el sofoco emitido por el sudor en la prisa por estar a resguardo, o también por el miedo a morir o a quedar mutilados. Mientras afuera, mujeres y hombres luchan una guerra que no les corresponde, pero les es impuesta desde hace 77 años.

Ha habido ocasiones en que al salir nuevamente de regreso a casa, lo tiznado de nuestras caras ha asustado a mis pequeños que no comprenden que de esa persona irreconocible sale la voz materna que los consuela. Y es, hasta que jugando con mi pequeño hombrecito, antes de limpiarnos la cara, lo invito a hacer surcos en nuestras caras. En una guerra en la que los dirigentes de ambos bandos solo piensan en el poder por dominar un pedazo de tierra. Enfrascándose ahora una vez más, en una matanza, donde no se respetan los derechos de la población civil, pues así de simple, no tenemos ya a dónde ir.

Mi casa es un lugar derruido, donde las dos macetas que florecían antes del conflicto, ahora hechas añicos representan metafóricamente las vidas de los miles de palestinos que habitamos la Franja de Gaza. Cada vez que voy al refugio, son menos los niños que veo, así como las bajas de las mujeres ancianas también es notoria. Han castigado a la población civil, haciendo un cerco que impide la afluencia de víveres y medicamentos, pero también el flujo de agua ha sido cortado. La gente parece ratas en un naufragio, donde intentar nadar para sobrevivir o ahogarse son las alternativas.

Hace unos días pude hacerme de la naranja que he guardado como un tesoro, como pago de un soldado enardecido que me ultrajó violento. Al término, me dejó la naranja acordada como pago, dentro del excusado donde orinó después y entre risotadas me dijo, si tantas ganas tienes de ella, sácala. He pensado el momento en dársela a mis pequeños, y creo que los minutos en que tardé en sacarla, pues se hidrató aunque fuera en orines inmundos.

En cada bombardero creo que será el momento de dárselas, pero también sé que la naranja representa un símbolo por la sobrevivencia y pienso que comérnosla será signo de que ya no puedo más. ¡Así es, ya no sé qué hacer!

Si no tomo agua, mis pechos no tendrán más leche y mi mujercita morirá, si no encuentro alimento sólido, mi pequeño también, y si yo pierdo las pocas fuerzas que tengo aún, al igual.

Qué hacer, matarlos y matarme. O morir todos juntos en casa, sin ir ya, al refugio como he sabido que varias de mis vecinas han hecho.

Trato de enfocar el rostro de un enemigo, y lo único que mi mente forma es a otra mujer creyente en Dios, del otro lado de la Franja, preguntándose lo mismo. La única diferencia son los colores de las banderas que ondean de cada lado, en un mismo cielo gris y rojizo de fondo.

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