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Las mujeres seguidoras del movimiento de Jesús, al leer el pasaje de Juan 6, 41-51, podemos encontrar un mensaje profundo y transformador que resuena con nuestras experiencias y luchas cotidianas.
En este pasaje, Jesús se revela como el "Pan de Vida", una metáfora poderosa que conecta con nuestras vivencias, especialmente en el ámbito del cuidado y la alimentación, roles históricamente asociados a lo femenino. Esta imagen del pan, que sustenta y da vida, encuentra un eco en las labores que realizamos día a día, cuidando de nuestras comunidades y alimentando no solo los cuerpos, sino también los corazones.
Jesús, con sus palabras, desafía las normas sociales y religiosas de su tiempo, y ese desafío sigue vigente hoy. Nos invita a reflexionar sobre la necesidad de escuchar todas las voces, especialmente aquellas que han sido históricamente silenciadas y excluidas, como la de las mujeres.
Al igual que Jesús experimentó los murmullos de desaprobación, nosotras también hemos sentido la resistencia y el rechazo de estructuras de poder que intentan controlar quién tiene acceso a lo divino, negándonos muchas veces la posibilidad de ser reconocidas como portadoras de la revelación.
Aceptar el Pan ofrecido gratuitamente por Jesús conlleva consecuencias profundas tanto a nivel personal como comunitario. Como discípulas de Jesús, somos portadoras de la Vida con mayúscula y estamos llamadas a compartir esa vida con los demás. Esto significa infundir alegría, esperanza y fortaleza, contribuyendo a la construcción de otro mundo posible, uno donde reine la justicia y la equidad.
Así como el maná fue dado a los israelitas en su momento de mayor vulnerabilidad, aceptar el Pan de Vida es aceptar una promesa y un compromiso de liberación total, no solo en el ámbito espiritual, sino también en el material y social. Es un llamado a construir una comunidad fuerte y unida que pueda transformar las estructuras opresivas, permitiendo que todas las personas encuentren y vivan el sentido pleno de su existencia en justicia, igualdad y amor.
Finalmente, la invitación del Evangelio es clara: aceptar y recibir el Pan de Vida, símbolo de la justicia y la liberación, y comprometernos a participar activamente en la construcción de un mundo más justo y equitativo para toda la humanidad. Como discípulas de Jesús, esta es nuestra misión, nuestra esperanza y nuestro desafío.
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