#sentipensares2025 Hasta siempre, querida Julieta

| Mayte Olivares Cruz
Cuando pienso en Julieta Fierro, no sólo veo a la astrónoma brillante y divulgadora incansable que puso a México en el mapa de la ciencia. La miro también con mis ojos de mujer creyente, convencida de que Dios se manifiesta en el asombro y en la inteligencia que sembró en nosotras.
Para mí, la vida de Julieta es un signo de revelación. Su curiosidad y su valentía rompieron la idea de que la ciencia es territorio exclusivo de los hombres. Ella encarnó la convicción de que la imagen de Dios no tiene género, que la sabiduría divina se expresa en cada mente dispuesta a preguntar por el origen del cosmos.
Recuerdo cómo, de niña, me enseñaron que el cielo estaba “allá arriba” y que los misterios de las estrellas eran ajenos a nosotras. Julieta abrió una grieta luminosa en esa enseñanza. Su voz en la radio, su sonrisa en televisión, sus conferencias llenas de humor y rigor, nos invitaban a mirar el universo sin miedo y a reconocernos como parte de él. Esa invitación es, para mí, un acto profundamente espiritual: contemplar la creación como un camino hacia el Dios que ama la libertad. La descubrí a mis 7 años, explicando un experimento sobre cómo el bióxido de carbono generado en la reacción de bicarbonato y jugo de limón, podían inflar un globo y no sólo eso, sino que podían impulsar un pequeño carrito hecho de palitos de madera o popotes. Pocas veces podía verse el canal 11 en la tele de mi casa, porque no llegaba siempre la señal, pero recuerdo verla maravillada a esa edad, misma que ahora tiene mi hija que lleva el nombre de la doctora que me hizo soñar: Julieta.
Julieta no predicaba desde un púlpito, pero su obra divulgadora es una homilía constante de igualdad y dignidad. Inspiró a miles de niñas a creer que podían ser astrónomas, ingenieras, exploradoras del espacio. En un país donde tantas mujeres enfrentamos barreras para estudiar carreras que son “sólo para hombres”, su ejemplo es una buena nueva: la ciencia también nos pertenece, y el cielo no tiene dueño.
Hoy, al mirar el firmamento, siento que Julieta nos enseñó a rezar con los ojos abiertos. Su legado me recuerda que la fe no se limita a los templos, que Dios se revela en la materia oscura, en los anillos de Saturno, en cada pregunta que surge cuando una niña toma un telescopio por primera vez.
Como mujer de fe y de lucha, celebro su vida como una prueba de que la ciencia no es sólo un discurso: es la certeza de que la gracia habita en la inteligencia y en la curiosidad de todas las mujeres. Julieta Fierro nos dejó un mensaje eterno: el universo es también nuestro hogar y nuestra herencia, y ninguna de nosotras debe temer al conocimiento, porque en cada descubrimiento late el misterio de Dios.
