Hoy, después de muchos siglos de historia, sigo constatando con asombro y tristeza, que en muchos contextos
socioculturales, la "purificación" de las mujeres, sigue siendo una práctica cultural y religiosa y, lo paradójico es
que este ritual de "limpieza" de las gestoras y dadoras de vida, son realizados por los varones, que por no
tener el privilegio sagrado del útero femenino, se sienten incontaminados y, por lo tanto, autorizados para
dictar normas y reglas de pureza a las mujeres: "durante sus lunas menstruales y cuarentenas posparto, no
pueden ir a los sembrados ni a las fuentes de agua, no deben participar en los rituales ni en eventos
comunitarios..."de lo contrario, provocarían desequilibrio y desastres y, ellas, serían las culpables... sombra del
imaginario de un "pecado original", inventado por algún "santo varón" en vez, de una bendición original,
transmisora de vida en abundancia. Al leer la narración de Lucas, en mi espacio de oración contemplativa,
recreo la escena: María de Nazareth, y, con ella, las mujeres dadoras de vida, presentan el fruto de sus
entrañas fértiles a la humanidad esperanzada, para que dé fruto y fruto en abundancia.