#LectioDivinaFeminista Cuando el alma se vuelve templo: Dios que habita en las ruinas
| Mayte Olivares Cruz
Lectio (Lectura)
En este pasaje, Jesús anuncia la destrucción del templo de Jerusalén, provocando asombro y temor entre sus oyentes. Les advierte que no se dejen engañar por falsos mesías ni se alarmen por guerras, desastres naturales o persecuciones, pues todo eso “tiene que ocurrir”, pero no significa el fin inmediato. Más bien, Jesús invita a sus discípulos a mantenerse firmes y confiados en medio de la adversidad. Les asegura que serán perseguidos por su nombre, incluso por familiares y amigos, pero que en ese sufrimiento se manifestará la oportunidad de dar testimonio.
La promesa final es de esperanza: “Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”. Jesús no ofrece una fe sin dolor, sino una fidelidad que sostiene y transforma el sufrimiento en camino de salvación.
Meditatio (Meditación)
Iniciamos esta meditación invocando a la divina Ruah, para abrir nuestra mente y corazón a la reflexión sobre las lecturas de este domingo. Estamos en el penúltimo domingo del año litúrgico, previo al cierre con la proclamación de Cristo Rey, y la lectura que se nos ofrece hace referencia al discurso escatológico de Jesús.
Ambientémonos en el entorno: Jesús está en el templo de Jerusalén, acaba de ver a una viuda depositar sus últimas monedas en la ofrenda, mientras otros se asombran de la belleza material del templo. Jesús entonces dice:
“Llegará un día en que todo lo que contemplan será derribado.”
Sabemos que la comunidad de Lucas escribió su evangelio después de la diáspora del año setenta, cuando los signos escritos en tiempo futuro ya habían ocurrido. Sin embargo, vale la pena retomar estos mensajes desde nuestro presente, porque el Evangelio es palabra viva, atemporal y nuestra.
Jesús hace una primera advertencia: la destrucción del templo, el lugar sagrado para todos los judíos, donde se peregrinaba cada año para el encuentro con Dios. Los discípulos se alertan y preguntan: ¿cuándo y cómo sucederá? Jesús responde, pero su respuesta no solo es para ellos o para los primeros cristianos de la comunidad lucana, sino para los creyentes de cualquier tiempo:
“¡Cuidado! Vendrán otros supuestos Mesías, otros que se autonombrarán elegidos. ¡No los sigan!”
Con estas palabras, Jesús resume y transforma el sentido religioso. Dios no se encuentra en un lugar sagrado lleno de joyas y alejado de nosotros: habita en lo profundo de cada ser humano, donde todas y todos somos invitados permanentemente. La verdadera peregrinación debe hacerse hacia nuestro interior, al encuentro con Aquel que nos ama.
Tampoco debemos poner nuestra fe en ídolos: todo aquel que diga “vengo en nombre de Jesús, sígueme”, está mintiendo. A lo largo de la historia —y también hoy— hemos visto cómo, aprovechando la necesidad de fe de tantas hermanas y hermanos, surgen personas que se sienten “llamadas” a crear sectas, comunidades religiosas o movimientos de fe, y terminan cometiendo actos que contradicen por completo el Evangelio.
¿Qué hacer como ciudadanos comunes ante estos atropellos? Tomar el ejemplo de los profetas de Israel, recordando que un profeta no era un mago o adivino, sino una persona común que desde su humildad denunciaba, anunciaba y renunciaba.
La invitación de Jesús es clara: denunciar los atropellos contra nuestras hermanas y hermanos, especialmente los más pequeños que padecen la crueldad de los falsos mesías; anunciar el Reino de Dios como experiencia viva del Evangelio, mostrando el rostro luminoso de Dios cada día, con bondad y generosidad; y renunciar a los premios del mundo, a aquello que alimenta nuestro ego, el hambre de reconocimiento, de poder o de riqueza.
La felicidad es un estado de paz, donde no necesitamos más que lo que tenemos ahora.
Por último, Jesús hace una advertencia final: vendrán tiempos complicados para sus discípulos, incluso serán traicionados por familiares y amigos.
“Gracias a la constancia, salvarán sus vidas.”
Jesús habla sobre mantenernos firmes en la fe, hacer de las pruebas una oportunidad para dar testimonio, viviendo del modo que Él enseña: compartiendo el Reino. No promete otra cosa que el acompañamiento del Espíritu Santo, quien nos dará elocuencia y prudencia en el momento necesario. Incluso perdiendo la vida terrenal, mantendremos la vida eterna, porque habremos vivido en coherencia con el Padre-Madre.
Quiero hacer dos observaciones. La primera: el tema escatológico siempre ha inquietado al ser humano. El Antiguo Testamento está lleno de personajes a quienes Dios fue fiel en sus promesas —Noé, Abraham, Moisés, David—, todos ellos vivieron bajo la lógica del “haz esto y yo te bendeciré así”. Una de las grandes disrupciones de Jesús fue romper esa condición: no nos promete una recompensa futura a cambio de nuestras acciones, sino una vida plena aquí y ahora.
Los judíos esperaban un Mesías que los liberara de los imperios y de la opresión romana; sin embargo, la verdadera liberación que Jesús ofrece es interior: liberarnos del ego para ser más semejantes a Dios. Aún hoy seguimos enajenándonos en el pasado o el futuro, sin comprender que nuestra existencia es una sucesión de momentos en el tiempo donde no podemos retroceder ni adelantar, y que la única promesa de Dios es su presencia constante y eterna, donde todo es un mismo instante.
La segunda observación es que este texto es una invitación a la fortaleza, no una amenaza. No se trata de un castigo, sino de una llamada jubilosa a confiar, sabiendo que incluso en los malos momentos la fuerza del Espíritu nos acompaña. Dios quiere que todas sus criaturas vivamos en plenitud, ¿cuándo comenzará nuestro momento pleno? Nos preguntamos, será cuando seamos mayores, cuando desaparezca la enfermedad, las deudas, la enemistad, la violencia… Jesús nos dice que las guerras del mundo estarán siempre, así que el momento ideal para vivir en la plenitud de Dios, es ahora.
Oratio (Oración)
Divina Ruah, soplo que renueva y consuela, haz silencio en mí para escucharte. Cuando todo a mi alrededor parezca derrumbarse, cuando los templos de piedra y de certeza se caigan, recuérdame que Tú habitas en lo profundo, en el lugar donde solo llega el amor.
Enséñame a no seguir falsos caminos, a no buscar salvadores en la tierra, a reconocer tu Presencia en lo pequeño, en la ternura de quien sostiene, en la mirada del que sufre.
Dame constancia, Señor, para permanecer firme cuando la fe tiemble, para confiar cuando todo parezca perdido, para amar incluso en medio del miedo.
Hazme profeta de tu Reino, que denuncie con valentía la injusticia, que anuncie con esperanza tu Palabra, y que renuncie con humildad a todo lo que no eres Tú.
Porque sé, Señor, que tu promesa no está en el futuro, sino en este instante en que me dejas respirar tu Espíritu.
Amén.
Contemplatio (Contemplación)
Imagina que estás en la escena. Eres una discípula o discípulo de Jesús, estás con él en el templo de Jerusalén, adecúate al espacio, observa lo imponente que es ¿qué colores ves? ¿qué aromas se desprenden? Después escuchas a Jesús, en medio de todos, en un pequeño pedestal decir: “Todo esto que observan algún día será derrumbado” y sabes que ese algún día será pronto ¿qué sientes? ¿cómo actúan los demás a tu alrededor? Acércate a Jesús, entrégale tus miedos, cuéntale aquello que temes se derrumbe, ¿qué templo tienes en tu vida que temes se caiga? Puede ser una relación, el patrimonio, un trabajo, la salud, etc. Entrégale a Él y dile que ponga la luz de su Espíritu para guiarte ¿qué te dice? ¿cómo te hace sentir? Trata de anotarlo y en un tiempo futuro, retomarlo.
Quédate contemplando esa mirada que confía en ti, Deja que el único Señor de tu vida sea Él.
Actio (Acción)
Esta semana, elige una “piedra” que quieras soltar: algo a lo que te aferras porque te da seguridad —una costumbre, una idea, un miedo, una posesión— y entrégala conscientemente en oración. Hazlo con un gesto simbólico: escribe su nombre en un papel y quémalo, entiérralo o guárdalo bajo una planta.
Mientras lo haces, repite en silencio:
“Nada me pertenece, todo es don. En tu fidelidad, Señor, confío.”
La acción no busca perder, sino dejar espacio para que nazca lo nuevo, para que la confianza sustituya el control y la esperanza venza al temor.