Deporte, ¿nueva Religión?

En los días veraniegos en los que comienza la liga de fútbol, hace ya bastantes años, pude ver en Inglaterra una gran cartelón -en una valla publicitaria- con la leyenda: "El fútbol, nuestra religión", con el directo intento de reclutar socios para el equipo que realizaba la campaña publicara. Ahora, esta misma idea ha sido la base de una curiosa encuesta sociológica.

Resulta que las tres cuartas partes de una población de 1.201 personas encuestadas en Inglaterra han confesado que cambiarían antes de religión que de equipo deportivo. Este resultado demuestra a las claras que para estos encuestados la religión importa menos que la pertenencia a un equipo deportivo, que la vinculación a un equipo compromete y exige más que el seguimiento de una religión. El resultado de la encuesta se remata con el dato de que solo una décima parte de la población encuestada confiesa que cambiaría antes de equipo que de religión. No conozco los resultados más precisos de esta encuesta -estamentos sociales de los encuestados, religiones a las que se refieren, equipos deportivos implicados- pero los datos aportados ya resultan suficientemente significativos.

Otra encuesta, realizada ya a nivel europeo por WIN/Gallup International, concluye que, de los diez países de todo el mundo en los que la religión incide menos en la población, seis son Europeos. Este resultado pone al descubierto la escasa y decreciente influencia que tiene la religión en los países de la vieja Europa. España -¿tristemente?, ¿obviamente?- se encuentra incluida en los seis países europeos en los que la religión es ya menos importante. La constatación del dato puede no sorprender a algunos, pero para todos resulta digna de ser tomada en cuenta.

En la misma línea de las interferencias actuales entre la religión y el deporte, está el dato mucho más estrafalario de que en la población argentina de Rosario, la auto denominada Iglesia Maradoniana realiza unas celebraciones en las que la referencia al "dios Maradona" sustituye a las menciones a Dios Padre y a Dios Hijo en el rito de una misa católica. El dato, en las más estrictas fronteras entre lo blasfemo y lo chusco de una extrema argentinada, no se puede tomar muy en serio.

John Carlin, un periodista que con frecuencia intenta en EL PAÍS destacar aspectos menos convencionales del deporte, aporta los datos anteriores y saca después sus propias conclusiones y deducciones. El deporte dice tener sus rituales -en el estadio del Liverpool, el público se enardece antes de los partidos con el canto You´ll never walk alone, Tú nunca caminas solo-, sus jerarcas son los directivos, existen también santos y beatificaciones (los jugadores, elevados y destronados periódicamente a las cimas de la fama). El deporte -en España, sobre todo, el futbol- se presta, desde luego, a todas estas extralimitaciones.

Las conclusiones de todo esto resultan, sobre todo, tristes. Cada cual puede discutir si todo este cuerpo de comparaciones resulta o no exagerado, si los mismos resultados de las encuestas están o no intencionadamente sobredimensionados. Pero, desde un elemental respeto a la religión, las anteriores consideraciones desembocan fundamentalmente en la tristeza, si no se observan sólo desde la mera vertiente del humor. Cuando la religión pierde densidad y peso específico, cuando se convierte sólo en distintivo lejano y casi nada participado, no puede sorprender que se llegue a estos extremos. Tomada mínimamente en serio, con todo, la religión no puede situarse tan en las antípodas de su esencia genuinamente transcendente.
Volver arriba