¿QUÉ ES LO QUE QUIERES?

Los gustos no mandan siempre

Los deseos constituyen un mundo que encierra aún muchas zonas oscuras. Ni conocemos del todo los deseos que tenemos, ni conseguimos todo lo que deseamos, ni acertamos con el diagnóstico de los deseos que resultan posibles o imposibles. El mundo de los deseos se presenta a veces ante el hombre como una selva impenetrable, infranqueable, aún no dominada del todo por el conocimiento humano. Por esto son de agradecer las aproximaciones y los ensayos sobre el reducto oculto de los deseos.

Intolerancia a la frustración

El que la persona humana no está dispuesta a aceptar "lo que le desagrada o le hiere",  el que tiene una fuerte "intolerancia a la frustración", lo he visto ahora en uno de los pequeños ensayos que publica periódicamente Julián Marías en la última página de El País Semanal (nº 217, 24 Marzo 2019).

El extremo en esta tendencia  -en este artículo-  se refiere  al que llega a negar que la tierra es esférica, cerrilmente aún aferrados al "terraplanismo"; al luchar contra la vacunación, por considerar que las vacunas son innecesarias y nocivas; o incluso al estimar que la llegada del astronauta Astrong  a la luna fue un "invento", con el que nos quisieron engañar los poderosos o los medios de comunicación.

Pueden resultar extremos estos pareceres. Pero es que hay mentalidades obsesas que, desde sus propias concepciones, personales o grupales, están convencidas de que existen "campañas organizadas", una "conspiración planetaria para engañar", contra las que hay que luchar. Y en la lucha se crean y conciben "mundos imaginarios", casi siempre apartados de la realidad.

Visión desde la ética

Un  comportamiento tan extremo, el que arranca desde el mundo de los deseos no domesticados, es obviamente criticado desde el universo de la ética. Los deseos no pueden mandar siempre, tienen que someterse a otros sentimientos y valores tan humanos como los gustos y los deseos. 

Lo "políticamente correcto" se levanta ahora frecuentemente como un dique contenedor de los deseos y opiniones contrarias. La defensa de lo políticamente correcto resulta en ocasiones actualmente tan imperativa y tajante como los propios deseos caprichosos. "Hasta extremos ridículos", valora José Antonio Marina que está llegando ahora el uso de lo políticamente correcto, en una reciente entrevista concedida a los periódicos de la cadena Joly (Huelva Información, 9 Abril 2019, última página). Es una forma más de imponer los deseos propios a cualquier otro criterio. 

En esta entrevista, Marina tipifica al actual "adulto tirano", réplica del "niño tirano"(el que impone caprichosamente  sus deseos ante los padres débiles), una forma extendida de pensar que interpreta que los propios deseos son "fuente de derechos". No hay que ser muy imaginativo para poder encontrar comportamientos  que dan la razón a esta pequeña teoría ética, tanto en la política (caso catalán, el más claro), como en la sociología (juventud incontenible en sus apetencias), como en las mismas conductas personales. Es la confusión y el paso imperado desde el deseo a la imposición obligada de los tales deseos. 

Implicaciones religiosas

El sometimiento de los deseos a otros condicionantes está muy relacionado con otro ámbito más elevado, el de la religión.

En la misma entrevista, el pensador Marina expresa su opinión de que la religión, entre otras, ha cumplido siempre la función de "consolar" y "aplacar" las situaciones en las que las personas experimentan "tristeza", "dolor" y "muerte". Es claro que la frustración de un deseo, el que no se consiga lo que uno quiere en un determinado momento, duele a la persona y le puede producir tristeza. Y es cierto que la religión puede servir, y ha servido de hecho en muchas ocasiones, como antídoto para hacer más llevaderas estas situaciones desagradables. 

La religión, por tanto, contribuye a que los deseos no sean la última instancia, a que sus aspiraciones no se conviertan en órdenes para el sujeto que las experimenta. Esto equivale a aceptar en la vida ocasionalmente el dolor que produce el que los deseos no se cumplan, el que haya que aguantar y sobrellevar situaciones no placenteras procedentes de la no consecución de un deseo al que en primera instancia se aspiraba. 

En la religión cristiana, esta forma de comportamiento encajador del sufrimiento se denomina "cruz", en recuerdo del sufrimiento máximo que Jesús encajó en su forma de morir. Y es cierto que, en el momento actual tan refractario a sobrellevar los sufrimientos, es bueno recordar que el sufrimiento puede llegar a ser "bueno", cuando se acepta no a regañadientes sino con el amor explícito con el que Jesús lo enfrentó. Las referencias a la cruz y al sufrimiento, por todo esto, son justamente frecuentes en la tradición cristiana.

Pero sin pasarse

Afirmado sin reticencias el valor de la cruz, la necesidad de aceptar el sufrimiento en muchas ocasiones de la vida, conviene añadir que el sufrimiento en sí no es bueno, que la cruz sólo hay que aceptarla cuando llega al horizonte de la propia vida sin desearla explícitamente. Jesús no deseó ni buscó directamente la cruz. En Getsemaní, cuando intuyó que caía inexorablemente sobre su vida el sufrimiento y la muerte, pidió incluso que "este cáliz pasase" de él. Sólo confortado con la fuerza del Padre y del Espíritu, pudo encajar con entereza admirable el sufrimiento y la misma muerte.

Por esto no conviene pasarse en la exaltación del sufrimiento, como si la cruz fuese en si una cosa buena, como si sufrir fuese mejor que gozar en la vida humana. En la historia de la ascética tradicional se han dado ocasionalmente dolorismos excesivos, hablando de dolor como si el sufrimiento y el sacrificio hubiese que buscarlos por sí mismos, sin conexión con el amoroso seguimiento del Jesucristo doloroso. Sin amor al Crucificado y a los crucificados, el sufrimiento no tiene sentido en la concepción cristiana de la vida. La misma muerte, para el cristiano, debe conducir siempre a la Vida. 

Volviendo al tema inicial, el mundo de los deseos, también para los cristianos, sigue siendo tenebroso y oscuro, porque es un auténtico misterio el que la no consecución de las propias aspiraciones, el no tomar a los deseos como fuentes inexcusables de derecho y la misma aceptación directa del sufrimiento, puedan llegar a tener un sentido directamente positivo. Incluso en Semana Santa hay que recordarlo, porque todo el Misterio de la Cruz -tan exaltado en las procesiones- sólo tiene valor cristiano cuando se rememora junto con la alegría gozosa de la Resurrección.   

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