Un viaje a la Font Roja, Alcoy Hemos visto a la Virgen

(Miguel Agarrabeitia).- Bajábamos de la Font Roja contentos y felices... esto sucedió una noche de verano del año 1963.

Muy reciente de mi llegada a Alcoy me reunía con un grupo de jóvenes de la Parroquia de San Roque y San Sebastián. Hablábamos amigablemente después de cenar, como ya teníamos costumbre, en la terraza del bar del Sindicato.

Era una noche tranquila e iluminada de estrellas pero un poco sofocante; había hecho un día de bochorno, y alguien dijo: "qué bien se estará ahora en la Font Roja". Y dirigiéndose a mí dijo: Oiga D. Miguel, supongo que ya conoce ese paraje tan maravilloso. Y le confesé, todavía no, pero pronto espero conocerlo, y poniéndose de pie nos invitó a todos a subir. Ni corto ni perezoso me levanté y le dije: "Pues vamos".

Apena habíamos caminado unos Kilómetros, Juan, festero donde los haya, de repente me interpela, Ud. conoce la historia de lo que es y significa la Fuente Roja. Tuve que confesar mi ignorancia, apenas sabía algo de oídas.

Paco interviene y nos invita a contemplar Alcoy desde ese altozano. Desde allí se veía toda la Ciudad iluminada por un sinfín de lucecitas que brillaban como estrellas en el firmamento. Era la primera vez que podía contemplar Alcoy como algo que venía de otro mundo... Paco nos sacó de aquél ensimismamiento y me dijo: D. Miguel, ya que ha confesado que sabe tan poco de lo que vamos a ver, le iré contando lo que allí arriba hay y por qué significa tanto para los alcoyanos...

Y comenzó así, era el año 1653 el hallazgo de unos blancos y extraños lirios en el Monte Carrascal. Sucedió que, el alcoyano D. Buenaventura Guerau, pavorde de la Catedral de Valencia, predicó en Játiva un sermón sobre la Concepción sin mancha de María. Al salir de la iglesia leía una pintada que decía: María concebida en pecado.

Esto le llenó de gran tristeza. Pasados unos días, el 20 de Agosto de 1653 subió con unos amigos a un lugar agreste del Monte Carrascal. D. Buenaventura, aquella noche, no pudiendo dormir, preocupado por lo acontecido en Játiva, salió del lugar para rezar.

De pronto vio, con gran sorpresa, ya al alborear el día, que entre unos matorrales sobresalía un blanco lirio, y en el bulbo de las raíces estaba esculpida la imagen de la Inmaculada Concepción...

A esto, ya estábamos llegando al lugar, cansado y fatigado pedí descansar un momento.

Qué ambiente aquél. Muchos alcoyanos habían subido antes y otros veraneaban allí. Había un ambiente de Fiesta, claro, y eso lo saben todos los alcoyanos...

Juan tuvo la feliz ocurrencia de invitarnos a subir a ver a la Virgen en lo más alto de aquél edificio. Admiramos a la Virgen en aquél cielo inundado de estrellas, y de pronto, mirando hacia el firmamento, que contemplábamos admirados y boquiabiertos, alguien dijo: ¿Veis, allá arriba en la inmensidad del cielo, la sombra proyectada de la Virgen?

Como pasmados quedamos todos, La Virgen con su manto proyectada en el firmamento rodeada de millones de estrellas se manifestaba inmensa a nuestros ojos.

Yo pensaba después, si en el Cielo estaríamos mejor.

Eran como las tres de la madrugada cuando bajábamos en silencio hacia Alcoy. El silencio era en esos momentos el protagonista. A nadie se le ocurría decir palabra alguna. Solo el recuerdo de lo visto y vivido unas horas antes era el motivo principal de nuestro ensimismamiento. Y ese recuerdo, de algo tan inesperado y maravilloso quedó grabado en nuestro corazón para siempre.

Gracias debo dar a aquellos jóvenes que me descubrieron aquél santo lugar.

Gracias a todos los alcoyanos que durante tantos siglos han honrado a la Virgen.

Y, gracias también, a todos los que conservan tan cuidadosamente ese bendito lugar.

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